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El dedo en la llaga: Con la Iglesia hemos “topado”

Sean tasas o podencos, el gobierno ha tenido un patinazo con su obsesión por la Champion,

Imagen de Pedro Sánchez en el Congreso siendo vitoreado por los suyos - ARCHIVO

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José María Lozano

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Es sabido que la frase tan popular, como genial es nuestro Cervantes, no es literal en El Quijote. Cuando el hidalgo tras atisbar una torre que imaginaba del palacio de su amada, comprobó que era un campanario, reconoció “con la Iglesia hemos dado, Sancho”, sin cariñoso (¿blandengue?) epíteto para su escudero. Y con mayúscula o minúscula, parece obvio que se refiere al edificio. Reconociendo su equivocación inicial.

Hoy tenemos el verbo “topar” hasta en la sopa -o el gazpacho andaluz, que siempre apetece- pero con otro significado. Podría ser un anglicismo, ahora que el acontecimiento luctuoso que acapara machaconamente los medios es la muerte de Isabel II. La acepción de chocar con algo, de darse de bruces podría ser exacta, pero improcedente, casi oxímoron. Topear - de poner tope- resulta un neologismo inapropiado, aunque es curioso que literalmente signifique empujar o derribar a otro jinete de su asiento.

Entre sinónimos más castizos, limitar, fijar, frenar o reducir pudieran haber sido elegidos. Pero seguramente -ignoro el porqué- lo que mola es topar.

Ya sea el gas o la cesta de la compra. Que por vulgar que resulte, suena a pre-racionamiento. Y tiene más de voluntad de imposición de conductas que de alivio de bolsillos.

He oído a la ministra de Justicia -la del metro- cuestionar una sentencia por la existencia de legítimos votos particulares discrepantes. Es tal su desprecio de la más elemental norma democrático. Y del Supremo. (menestra la he llamado en un tuit).

Volviendo a nuestra literatura popular, recuerdo desde niño la fábula de Iriarte, y la famosa frase que el Rey Juan Carlos - ¡Ay, melifluo Bolaños!- incluyó hace mucho en una carta en la web de Casa Real, advirtiendo que no es oportuno “escudriñar en las esencias”. Sean tasas o podencos (no recuerdo ahora a qué ministro le tocó ridiculizar el término utilizado por el PP), el gobierno ha tenido un patinazo con su obsesión por la Champion. Y vuelven a apresurarse con sus terminales mediáticas -que esas no son oscuras ni interesadas- a trasladar a Feijóo (me gusta lo de la cordialidad lingüística) las consecuencias de la trastada. No cuela.

Lo que no tiene límite, freno ni reducción alguna a la vista del día a día es la catarata de ocurrencias, promesas para incumplir, anuncios improvisados, utilización partidista de Moncloa y huidas hacia delante -con el consabido empujoncito de Tezanos- que acabará topando en las urnas con la cruda realidad. Que no se deja “topar”. Y el gobierno no es de quijotes.

Seguimos muy atentos a los acontecimientos en Ucrania.

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