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Vaciado selectivo

Asistir al espectáculo del cambio de criterio del gobierno con respecto a la bajada de impuestos, después de que Ximo Puig hizo público lo adoptaba como salvavidas, ha rallado lo tragicómico

María Jesús Montero y Ximo Puig.

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Hay que reconocerles ingenio. Tanto como caradura. El asunto de los impuestos, de la parte de nuestro dinero legítimo, obtenido por medios también legítimos, de nuestro trabajo, del riesgo empresarial o inversionista, de la suerte incluso, que ponemos en manos de la Administración para que gestione el estado de bienestar es asunto bien serio. Y los políticos que hemos designado para que lo hagan, representándonos, no pueden tomárselo a chufla.

La polémica sobre la compleja relación entre presión fiscal y recaudación tiene firmes partidarios en ambas posiciones en el plano teórico. Aunque los hechos arrojan conclusiones concretas que, sin embargo, no siempre demuestran una relación biunívoca. El ciudadano (¿por qué no?) lo quiere todo: pagar poco y recibir mucho. Pero esa receta ni los más populistas la compran. Y hay que tirar de los ricos. Es decir: otros pagan y yo recibo. Esa sí que vende.

Que el impuesto de sucesiones y el de patrimonio, por este orden, son una suerte de estafa tributaria institucional tiene poca discusión y es innecesario recurrir a la comparación con el resto de Europa. En el IRPF y en el IVA está la clave. Y mucho me temo que, siendo las clases medias -pequeños empresarios y profesionales- los costaleros de esta carga, es también el plato fuerte de la recaudación.

Dicen los expertos (y lo soporta la cartera) que la inflación disparada y sus efectos sobre el bolsillo del común se corrigen parcialmente con la deflactación impositiva. Y así lo sostienen los populares desde ya ha. Para los socialistas es cuestión territorial o asociativa. Para los podemitas tabú.

Y para nosotros, los dolientes, es como si el administrador de la comunidad de vecinos se gasta las cuotas de cualquier manera y encima nos pide una derrama más.

Asistir al espectáculo del cambio de criterio del gobierno con respecto a la bajada de impuestos (la de pantalones carece de importancia), en cuestión de horas desde que Ximo Puig hizo público que lo adoptaba como salvavidas ante el naufragio barruntado por las encuestas, ha rallado lo tragicómico.

A la mueca de disgusto silenciado de la ministra portavoz o del casi despectivo comentario de Patxi López al respecto, ha seguido un nuevo hallazgo lingüístico de la factoría monclovita: “bajada selectiva”. Me ha traído a la memoria la prueba definitiva para entrar a la universidad tras el “preuniversitario”. Y la cultura del esfuerzo en la que se formó mi generación, hoy tan olvidada como denostada. Pero no, es un eufemismo más para disfrazar una realidad que deja fuera del futurible -para lejos lo fían- de nuevo a las clases medias.

Para colofón, la ministra Montero de los Eres, en su alambicado intento de justificación del cambio de rumbo a pie forzado, y superándose a sí misma, recurre a la casi escatológica figura del “vaciamiento fiscal”. Vacía se habrá quedado después.

Parafraseando a Rubalcaba, nos merecemos un gobierno que no nos tome tanto el pelo.

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