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¿España abandonada?

Tildar de abandonado a tanto dirigente gubernamental que ha hecho del desaliño intelectual costumbre no parece exageración

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez durante una reunión en La Moncloa tras el anuncio de renuncia del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes.

Publicado por
José María Lozano

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A través de las redes sociales (Whatsapp, Twiter, Instagram, etc.) circularon ayer multitud de felicitaciones. No sólo las relacionadas con el santoral cristiano y la Virgen del Pilar -que no quiere ser francesa- para las así llamadas (sostengo por cierto que suelen ser firmes y sólidas como el término arquitectónico; al menos las que conozco y recuerdo especialmente en su día), sino también las que celebran la Fiesta Nacional. Algunos -hay nostálgicos de la Raza- como Día de la Hispanidad, y en general con un orgullo patrio, que los que no lo comparten meten en el amplio saco del facherío, auto adjudicándose razón y superioridad moral. Haya sido descuido o descortesía grave -Feijóo dixit-, todos los que hemos quedado ojipláticos con la espera del Rey a ese mequetrefe ya seremos calificados con el socorrido sanbenito.

Me ha impresionado el calificativo “abandonado” que en una conversación sobre crecimiento y territorio, mi sabio amigo Manuel Nieto, puso sobre la tabla en relación con el segundo término del binomio. Mi abuela Dolores, extremeña, lo usaba para referirse a gente en ocasiones poco aseada, vestida de cualquier manera, desaliñada, descuidada en el fondo y en las formas. Y cuando lo manejaba como sujeto (“un abandono como persona”) por su cronicidad, si no fuera cierto resultaría insulto. Juzguen ustedes sobre el incidente protocolario del retraso presidencial de ayer.

“Abandonado de la mano de Dios” es un oxímoron para un cristiano, puesto que un padre jamás abandona un hijo. Pero es expresión tan popular como castiza y representa un colmo y en cierto modo una desesperanza de solución. Y, si quieren, una condena. Lo que la aleja en exceso de la debida compasión.

Son consecuencia del abandono, ya en las personas o los objetos, el deterioro, la tristeza, el envejecimiento prematuro, las patologías ocultas y, finalmente, la ruina. No así en el espíritu, que es más fuerte y sabe sobreponerse. Que se lo digan a la mujeres, por ejemplo. Tildar de abandonado a tanto dirigente gubernamental que ha hecho del desaliño intelectual costumbre no parece exageración. Y de algunos -que no cito por pereza- cabe pasar al oxímoron aludido. Tal vez la razón es la causante, que pudiera estar ausente en su política y conductas.

¿España abandonada? No son desde luego los intereses nacionales los que mueven sus acciones. Por el contrario, hay una ofensiva contra la unidad de España y las Instituciones Nacionales -el abandono de Carlos Lesmes la ha escenificado en el tercer poder- que no excluye a la propia Jefatura del Estado. Tan evidente, sin embargo, como carente de garantía de éxito o continuidad. Tienta la recurrencia tan hispánica al auto infligimiento de culpa y no faltan ya los augures de un negro futuro. No cuenten con un servidor.

Fachas o no, somos muchos los que no tragamos con tanto abandono y, abandonados o no, apoyaremos con entusiasmo un cambio de rumbo. La simple idea de una España abandonada, nos repugna.

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