Un abuelo no se quita la vida cuidando de su nieto pequeño
Luego (ignoro exactamente cuándo) he sabido que el abuelo murió de forma natural y súbita (parada cardíaca, ictus o infarto; vaya usted a saber).
Hace unos días (no recuerdo cuántos, tal vez semanas), televisores, radios, medios impresos y digitales (he olvidado número y nombres), reproducían la trágica noticia del fallecimiento de un hombre mayor (no sé si anciano) mientras cuidaba de su pequeño nieto (creo que era un niño de apenas un año, pero no lo aseguro), en alguna ciudad o pueblo (para el caso es igual) española (pensé: “o de lo queda de España”). Todos (tal vez casi todos; en beneficio de la duda), excitados, lanzaron la hipótesis descabellada -y sin indicador alguno- de que podría ser un presunto suicidio (entonces pensé en el jamón portugués -nada que ver con el de Montánchez, Guijuelo o Jabugo- porque la presunción, como concepto se ha declarado obsoleta en la jerga mediático-jurídica nacional, y como término, ha mutado a significado inverso).
Un abuelo no se quita la vida cuidando de su nieto pequeño. Sandeces. Pensé entonces, y titulo hoy.
Creo que no me extrañó (quizás me indignó, me repugnó, me ofendió, no di crédito; pero me ocurre a diario con lo que veo, oigo y leo, y uno a todo se acostumbra). Porque es tal el deterioro de la información, el amarillismo pesebrista que los medios españoles exhiben (y no excluyo ni siquiera a la cabecera que me acoge; si ustedes me están leyendo, tómenlo como muestra de honestidad de mi director y de ESdiario, y de mi lealtad), que como en las guerras -cito a Siles citando a Esquilo, por la de Ucrania- “la verdad es la primera víctima”.
Luego (ignoro exactamente cuándo) he sabido que el abuelo murió de forma natural y súbita (parada cardíaca, ictus o infarto; vaya usted a saber). Me suena haberlo escuchado (visto o leído; no me hagan mucho caso) como un silbido (o como una imagen de relleno previa a publicidad, o un recuadro de página par en el ángulo inferior derecho), que sin el morbo y la alarma social apenas cobra valor de suceso.
Atesoro amigos (ay, qué sería de mí sin mis amigos) muy sesudos que lo juzgan un indicador ideológico. Como lo de las niñas, niños y niñes que consienten el toqueteo adulto y los violadores con rebaja de la Montero. Como la extensa tipología familiar y sus codas de la Belarra. Como el sí (de las niñas, niños y niñes) y el no (del “autocratismosanchista”). Y que lo compadecen, en suma con el resto de indicadores de más enjundia (indultos, sedición, malversación, referéndum) que tanto la política gubernamental, como los medios (como la guerra) han hecho de la verdad su primera víctima.
(Anoche, creo que no oí en la Sexta -verla no la vi- a Mónica Oltra citar a la verdadera víctima de este caso. También la verdad lo fue a lo largo de todo el reportaje). Como en la guerra.