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Paz para todos

El día que te vi por primera vez, fue como si el tiempo se detuviese. ¡Qué carita tan preciosa!

Imagen archivo de un cerdo envasado al vacío.

Publicado por
Raquel Aguilar

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“El día que te vi por primera vez, fue como si el tiempo se detuviese. ¡Qué carita tan preciosa!

Esa naricita respingona, esa piel rosada y el calor de tu suave cuerpecito cuando se quedaba dormido junto a mi, tranquilo y confiado, superaba todas las expectativas de lo que había imaginado como felicidad.

Pensé que todo lo anterior ya no importaba. Que todo lo que había vivido, todo lo que me había pasado en la vida, no importaba, porque me había conducido hacia ti. Contigo se abrían de nuevo las puertas de la esperanza. Porque tú me hacías sentir viva y fuerte. Tú hacías que mi vida cobrase sentido. Tú activabas la fuerza, que creía ya no tenía, para cuidarte y protegerte.

Te llamarías Bastián. Y no permitiría que nadie te hiciese daño. Con tu llegada las noches en vela fueron distintas. La felicidad había vencido al miedo...¡quién me lo iba a decir!

Y quién me diría que esa felicidad, que creía iba a ser eterna, duraría apenas unas semanas.

Un día muy temprano me despertó una agitación de esas que presagian que algo malo va a ocurrir.

Mi piel se estremeció. Te miré. Aún dormías. Con tu cuerpecito pegado al mío. Tranquilo. Con esa sonrisita que tus labios dibujaban.

De pronto, unos hombres irrumpieron con gritos y te arrancaron de mi lado. Te despertaste y comenzaste a gritar, aterrorizado. Me levanté e intenté desesperadamente recuperarte, pero no pude. Ellos eran varios, y mientras uno de ellos te alejaba de mí, los otros dos me empujaban y golpeaban, impidiendo que pudiese alcanzarte . Grité con todas mis fuerzas.

Tú me llamabas, pero tu voz sonaba cada vez más y más lejana, hasta que dejé de escucharla.

De pronto, todo se volvió negro a mi alrededor. En mis oídos se hizo el vacío y un enorme peso se apoderó de mi cuerpo. No daba crédito. Sería una pesadilla. De esas de las que antes me robaban el sueño. Seguro que cuando despertase, Bastián feliz seguiría a mi lado.

Pero cuando pude ver de nuevo, mis terrores nocturnos se habían convertido en la cruda realidad.

Con el cuerpo todavía dolorido, grité de nuevo, llamé a mi bebé hasta que dejó de salir sonido alguno de mi garganta, sin obtener respuesta.

Entonces comprendí que mi pequeño nunca volvería. Que nunca más volvería a sentir el calor de su cuerpo, ni ese brillo en los ojos cuando me miraba. Bastián sería ya sólo un recuerdo.

Y sentí entonces un dolor indescriptible. Mayor que la suma de todos los golpes recibidos. Mayor que la suma de todos los días de confinamiento. Mayor que todas las horas de frío acumuladas. Y de este dolor nunca me desprendí”

Esta es la historia de Rosana.

Su hijo, Bastián, fue llevado junto con otros muchos bebés, de apenas unas semanas, al matadero.

Allí les degollaron, trocearon y envasaron al vacío. Hoy tú puedes comprar sus cuerpecitos despedazados en el supermercado. O no. Puedes sentir compasión y entender que, si no te gustaría ser ninguno de los protagonistas de esta historia, lo justo sería justo que no participases de ella, de ninguna manera.

Por Bastián, por Rosana y por los millones de animales que se ejecutarán para que sus cuerpos terminen troceados en un plato. En estos días tan especiales, mi deseo es de paz para todos.

También para los animales.

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