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Cabalgatas sin sufrimiento. Una fiesta para todos

Si echamos la vista atrás, respecto a cómo consideramos a los otros animales, en los últimos años ha habido un gran avance social. Este avance no es fruto de la casualidad.

Imagen Cabalgata de Reyes de Valencia.

Publicado por
Raquel Aguilar

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Si echamos la vista atrás, respecto a cómo consideramos a los otros animales, en los últimos años ha habido un gran avance social. Este avance no es fruto de la casualidad. Es fruto del trabajo que tantas organizaciones y particulares llevan décadas desarrollando para mostrar cómo afectan nuestras acciones al resto de animales y por qué no es éticamente aceptable dañarles.

Este trabajo incansable, y altruista en la mayoría de ocasiones, se ha llevado a cabo en paralelo a numerosos estudios científicos, que confirman aquello que a priori sabíamos: los animales, humanos o no, aunque tengamos algunas diferencias físicas, tenemos la misma capacidad de sentir y sufrir.

Un claro e importante ejemplo del posicionamiento de la ciencia a este respecto es la Declaración de Cambridge de la Consciencia, firmada en julio de 2012 por reconocidos científicos en la Universidad de Cambridge, tras una serie de conferencias que concluían que los animales no humanos también tienen consciencia.

Una muestra de ese avance social en la consideración que tenemos respecto a los otros animales es asumir que no son un entretenimiento y que no está bien obligarlos a participar en eventos y espectáculos. Y si utilizo el término “obligarlos” no es al azar. La presencia de los animales en desfiles, cabalgatas,...no es algo que elijan. Tampoco pueden negarse a ello.

Estos animales, para sus propietarios y para quienes contratan su presencia, son únicamente el objeto de una transacción económica, independientemente de sus intereses propios. Sí, les ofrecen agua, comida, y un techo bajo que que dormir...ignorando el resto de sus necesidades y privándoles de libertad, en aras de lucrarse a su costa. Esto tiene un nombre: esclavitud.

Hace sólo unos días, niños y no tan pequeños asistían con ilusión a las cabalgatas que con motivo de la llegada de los Magos de Oriente se celebran en las ciudades y pueblos de toda nuestra geografía.

Por suerte cada vez en más municipios la evolución se ha impuesto y han decidido que quienes participen en ellas lo hagan de forma voluntaria, por su propio interés, eliminando la presencia de animales vivos y, en su caso, reemplazándolos por ejemplares articulados, hinchables o espectaculares y llamativos modelos diversos.

Esto, además de suponer eliminar el sufrimiento en actos que deben únicamente celebrar la alegría e inocencia de la infancia, evita riesgos de accidente, pues no se debe obviar el estrés a que se encuentran sometidos los animales cuando deben circular de noche con numerosas luces artificiales, algunas de ellas intermitentes o muy deslumbrantes, como las de los flashes, con ruidos estridentes (no olvidemos su muy superior capacidad auditiva y visual) y rodeados de una multitud, para ellos amenazante.

Porque todos los años se producen accidentes, de mayor o menor gravedad, fruto de la soberbia y capricho y bajo la responsabilidad de quienes nos gobiernan, que además de desoír una creciente demanda social, ponen en riesgo a los niños y niñas que participan en las cabalgatas de reyes.

Como el accidente de este año, en Medina del Campo, que por suerte no ha tenido graves consecuencias, pero que podría haber terminado en tragedia, al acabar varios niños en el suelo en un incidente protagonizado por un elefante.

Mención especial en cuanto a involución, desprecio a la vida y menosprecio a los derechos de la infancia requiere el ayuntamiento de Badajoz, que no sólo permitió, sino que promocionó, en la cabalgata de Reyes, la participación de una carroza para fomentar entre los menores un acto tan violento como es la caza.

No obstante, y pese a la resistencia al cambio que algunos de nuestros dirigentes muestran, la presencia de animales vivos en estos actos es cada vez menor y es cada vez peor recibida por la ciudadanía que asume que una fiesta no puede incluir el sufrimiento de nadie, menos si los protagonistas de la misma deben ser los niños y niñas. Y estoy segura que, en unos pocos años, quedará como algo grotesco y bárbaro que verán con vergüenza las siguientes generaciones.

Porque no queremos renunciar a nuestras fiestas. Queremos que en ellas sólo imperen la ilusión y la alegría. Y para ello nadie debe sufrir. Tampoco los animales.