Nacieron para volar
Encontramos un jilguero en una acera, sin apenas poder moverse. Nos enteramos entonces que un vecino que tenía muchos enjaulados, cuando eran mayores y ya no cantaban, los "soltaba"
Mi primera acción de activismo tuvo lugar cuando, con apenas 4 años, liberé los pájaros que mi abuelo tenía enjaulados en su terraza.
Cada vez que subía y los veía encerrados, en esos diminutos espacios, sin apenas poder moverse, día tras día, viendo en sus ojos una mezcla de tristeza y desesperanza, me preguntaba qué sentido tenía aquello. Finalmente, un día decidí que no era justo que vivieran en esas condiciones y me dispuse a abrir todas las jaulas.
No hace falta que explique el cabreo de mi abuelo, que evidentemente no entendí. Había hecho algo bueno.
Desgraciadamente, décadas después, la situación poco ha evolucionado y millones de aves siguen confinadas en jaulas, privadas de su libertad y condenadas a una vida de miseria y soledad. Simplemente, para satisfacer nuestra codicia.
Muchos hacen negocio de su venta. A veces procedentes de madres a las que roban los huevos, otras, secuestrados de su entorno. Incluso en ocasiones, de forma ilegal.
Hay quien justifica su tenencia por lo bello de su canto y quien busca compañía. El absurdo capricho de su mera posesión o el hecho de haber sido objeto de regalo, son los motivos, tan poco racionales como egoístas, que llevan a que las aves estén privadas de su libertad.
Imagino que la primera persona que encerró un ave, hace siglos, lo hizo para demostrar su superioridad y quien sabe si, por la envidia ante su capacidad de volar.
Sin embargo, y pese a que como especie hemos avanzado en muchos aspectos y conseguido logros extraordinarios a nivel tecnológico, que requieren de una elevada capacidad intelectual, en aquello referido a nuestra relación con los otros animales, en realidad, poco hemos evolucionado y seguimos mostrando hacia ellos un trato supremacista.
Y aunque hay miles de ejemplos, esta vez quiero poner el foco en las aves enjauladas, muchas de ellas, relegadas a ser un mero objeto decorativo olvidado en la pared de un balcón y de quienes no se acuerdan ni las leyes.
Por mi casa han pasado muchos pájaros. Algunos, rescatados de la calle, como palomas, gorriones o vencejos, han podido ser libres de nuevo tras su recuperación.
A otros, nunca pudimos liberarlos porque, tras tanto tiempo encerrados, se les había privado de su capacidad de sobrevivir. Hemos convivido con pájaros que nos dejaban al cuidado en vacaciones y tras el verano se quedaban con nosotros, con pájaros regalados en la primera comunión, pájaros procedentes de guarderías,…
Incluso hemos rescatado de la calle pájaros que habían logrado escaparse pero, por no haberlo podido hacer antes, no sabían siquiera volar.
Uno de los casos más sangrantes, fue el de un jilguero que encontramos en una acera, sin apenas poder moverse. Era tan mayor, que tenía incluso cataratas. Nos enteramos entonces que un vecino que tenía muchos enjaulados, cuando eran mayores y ya no cantaban, los “soltaba”, condenándoles entonces a una muerte más cruel todavía que la vida que les había impuesto.
Todas estas aves con las que convivimos tuvieron un final lo más digno posible, dentro de lo que las circunstancias les permitieron. Pudieron volar, aunque solo fuese dentro de una casa, y desde luego, se les trató con el respeto y cariño que merecían.
A todos ellos les pedí perdón. Perdón por la crueldad que los seres humanos ejercemos sobre ellos. Perdón por haberles robado la libertad. Y perdón por haberles condenado a una terrible y absurda vida impuesta.
Con 4 años no entendía por qué estaban encerrados los pájaros en la terraza de mi abuelo.
Hoy, 40 años después, todavía sigo sin comprenderlo.