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¿Se puede estar más harto?

¿Puede haber leyes feministas? ¿Puede haber leyes machistas? Hay dos cosas inconmensurables, el universo y la estupidez humana y, de la primera, no estoy seguro.

La ministra de Igualdad, Irene Montero.

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Ando en la Sierra de Gredos, pretendiendo seguir las enseñanzas del poeta Horacio: Beatus ille qui procul negotiis ut prisca gens mortalium. Dichoso aquel que alejado de los negocios como la vieja raza de los mortales… Bueno yo negocios no he tenido nunca y ahora menos. De funcionario activismo con mil destinos y dos mil marrones he pasado a jubilado cochambroso y pobre que intenta desentenderse de todo y palmarla en paz cuando me toque sin esperar ninguna resurrección soñada. Creía, cuando me vine a este pequeñísimo pueblo de montaña, que aquí no llegaban los ecos de la sociedad, esas broncas políticas, administrativas, económicas y sociales que van unidas a la pelea diaria de los profesionales del sillón para mantenerse en el mismo. Más cuando se acercan las elecciones y ven peligrar los chollos en que se encuentran instalados, muchos desde tiempos inmemoriales. Me fijo en un ejemplo: Simancas. Este señor - iba a decir este tipo pero me ha entrado un ataque de respeto por el aire montañés- iba a ser presidente de la Comunidad de Madrid hace años. Le colaron un “Tamayazo” por la escuadra y no se enteró de nada, o sea, un incompetente de libro. Pues nada. No se fue con viento fresco, suplicó, llamó a una y otra puerta y en desagravio a la traición que no vio venir de aquellos dos que luchaban por el bienestar del pueblo y dieron la presidencia a Esperanza Aguirre, ahí siguen manteniendo a Simancas. Ha perdido pelo, se ha arrugado como todos, pero lleva por los pasillos de esos edificios nobles de poderes legislativos, más años que el palo de la bandera. Como si fuese una momia móvil y…cobrando. Siempre sale pegado a algún preboste de los que andan aún en la pomada. Entiendo que será su estilo como el de tanto pelotas, tiralevitas, maleteros y abrazafarolas que era como los llamaba aquel José María García al que escuchábamos hablar de futbol cuando éramos jóvenes.

Las elecciones que se acercan han desatado la madre de todas las batallas. Hasta aquí, hasta esta montaña de la España despoblada, pensé en un momento de enajenación, que no llegarían los ecos de esas batallas. Tengo tres bares localizados: los Tres postes, el Chato y la Rufi, en los que hay televisión. Un impulso atávico e irreprimible me lleva hasta alguno de ellos a la hora de los telediarios. No lo puedo remediar.

Ayer, viendo precisamente noticias, cuidadosamente escogidas y selectamente redactadas – cada medio conforme a su ideología y a la del patrón que pone la pasta-, oí una que me cabreó sobremanera. Pedro Sánchez pedía perdón a todos los que se hubieran sentido dolidos, ofendidos por la ley de Montero, la del sí es si, la de la manada, la del consentimiento. Pura verborrea, se pide perdón y no pasa nada. Ya lo dijo Pablo Iglesias, ahora reconvertido de rojo furibundo y revolucionario en tertuliano, PNN, y urdidor entre bambalinas: En política no se pide perdón, en política se dimite.

Feijo y - fusilo al gran Juan Carlos de Manuel- protesta por la ley del sí consiento y pide el cese de todos los ministros implicados en ella. Más verborrea. Un brindis al sol, Sánchez no puede cesar a ningún ministro del partido que lo está apoyando en su sillón monclovita.

Sale, cual ciclón también verborreico, como de mercadillo de Babel, doña Irene Montero y suelta otra perla: “Las leyes feministas no se pactan con el PP”. Alucino por un tubo. ¿Puede haber leyes feministas? ¿Puede haber leyes machistas? ¿Puede haber leyes gais, trans, lgtbi, o lo que sea? Cuando yo estudiaba - grandísimos profesores, ojalá hubiera aprendido más de ellos en lugar de hacer el gilipollas- una de las verdades básicas era que las leyes orgánicas, y el Código Penal lo es, afectan a derechos fundamentales. Esas leyes no pueden ser feministas, ni machistas, ni gais, ni lesbianas ni lgt ni hostias en conserva. Las leyes tienen que ser ajustadas a la Constitución con la que no pueden entrar en contradicción, equilibradas, sensatas, documentadas, bien redactadas, técnicamente impecables, ajustadas a la civilización occidental en que nos movemos, que buscan la justicia – o, lo que entendemos por ella-, consensuadas, con afán de cierta supervivencia, no leyes fugaces de hacer hoy una y mañana otra… Podríamos buscar más características pero creo que con esas ya es más que suficiente. ¿Cómo puede toda una ministra, de Igualdad, para más señas, exigir que una ley sea feminista, o sea, favorecedora de un determinado sector de la sociedad? “Contradictio in terminis” se llama. He votado tres veces a Podemos. Nunca más.

Mis colegas no me olvidan y quieren que no me amuerme en el desierto de la España vaciada y montañosa - en la que tampoco llueve, por ahora- y en la que persisten calles de Franco y del General Sanjurjo, porque aquí no se deben de haber enterado de que los golpistas no pueden ser homenajeados, me mandan periódicos.

La prensa, con sus letras gordas y sus reportajes imprescindibles para estar informado, también me pone de mala leche. A lo peor es que estoy anticuado como dice el amor de mi vida. El padre, el buen padre de familia es la medida de la prudencia según el código civil clásico que no sé si continúa en vigor dada la diarrea legislativa que nos invade a falta de lluvia. Cuando se habla de conducta razonable y prudente, se refiere uno a la conducta que tendría un buen padre en el cuidado de su familia. Un padre quiere lo mejor para sus hijos, quiere el bien para ellos, aunque ese bien a él le perjudique. Todo el mundo, cuando quiere que alguien haga algo, busca también un beneficio para él. Solo el padre y la madre quieren el bien del hijo, aunque eso sea perjudicial para ellos. No me interesa una mierda la ley trans y no voy a leerla, pero tengo claro que, si un hijo menor quiere cambiarse de sexo, los padres tendrán algo que decir.

Un ejemplo: Con doce años, en mi pueblo, aquel de la Andalucía profunda donde el cura tenía novia formal, hubo unos días de misiones. Los misioneros nos tenían pillados en sesiones de mañana, tarde y noche: misas, novenas, canciones, rosarios, procesiones… la leche en verso. Sermones y meditaciones por la mañana, por la tarde y antes de acostarnos. Había un cura – misionero, no diré nada por si ya ha palmado y no lo vamos a criticar a estas alturas, al que apodamos “Fantomas” por sus gafas de culo de vaso-, era gracioso, lenguaraz y nos extasiaba con sus historias supuestamente sagradas. Contaba y no paraba historias de mártires, hombres y mujeres – pero no diré “mártiras” aunque me martiricen- que habían dado su vida quemados, degollados, crucificados, asaeteados… por defender su religión. Luego el tío explicaba tan bien cómo se vivía en el cielo, que yo, que hasta ese momento quería ser bombero porque una vez vi a unos que iban colgados del camión y no en la cabina, a partir de ese instante quise ser mártir. Mártir por cojones. No quería otra cosa sino irme a un país de negros – que eran los que se comían crudos a los misioneros, cociéndolos a fuego lento, aunque eso ahora sea políticamente incorrecto-. El otro día, al amor de mi vida le dije que me la iba a comer viva y por poco me denuncia y acabo en el cuartelillo, que está la cosa jodida.

¿Hasta qué punto sabe un niño de ocho, doce, o dieciséis años, lo que quiere? ¿Cuántos quieren ser Messi, Nadal, Ronaldo, James Bond, Indiana Jones, Shakira o una de las Kardashian? ¿Cuántos han querido ser criminólogos para ir con la maleta y la lupa -nunca he visto a ningún criminólogo con una- solo porque han visto la serie CSI? ¿Hay algo más manipulable que un niño, hay algo a lo que se le pueda comer el coco con más facilidad que a un niño? Ahí están los padres para poner sensatez y sentido común donde solo hay pájaros en la cabeza. ¿O los padres solo están para poner pasta y tapar la boca a los niños caprichosos que quieren el último modelo de maquinita de matar marcianos?

Esta gente, progre, avanzada, libérrima… amante de las emociones fuertes, no se entera. Leo textualmente: “El colegio, obligado a denunciar a los padres que nieguen a su hijo cambiar de sexo”. Con dieciséis años no se puede entrar en la cárcel, se es inimputable penalmente - ¿O también esto lo han cambiado sin que me entere?- en cambio, leo en El Mundo, hay libre autodeterminación de género. Si no hay acuerdo entre la familia y el menor …habrá que valorar si hay una situación de desamparo. Me cago en to' lo' que se menea.

Les falta decir - no quiero llamar descerebrados a estos elementos- que cualquier desaguisado que resulte de esta aventura loca, tendrá que ser pagado por el padre y la madre, que no pudieron impedirlo porque era algo opuesto a la libre determinación.

Vuelvo a Einstein: Hay dos cosas inconmensurables, el universo y la estupidez humana y, de la primera, no estoy seguro. Un amigo cirujano me manda un chiste. El médico le dice a un paciente: Señor ya tengo su diagnóstico. El paciente contesta: Perdón, soy señorita. Muy bien, señorita. Su diagnóstico es cáncer de próstata. Esta gente se ha vuelto loca. ¡Señor, llévame pronto!

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