Un killer de ficción
Con única bala (de fogueo por ahora) en el cargador para jugar a la ruleta rusa. Con un final previsible de narciso ahogado en su propia y exclusiva autoestima.
Tras el contundente resultado de las pasadas elecciones municipales y parcialmente autonómicas, pensé esperar a los sesudos análisis de unos y otros que, con toda probabilidad, llenarían la semana política tras los comicios.
Cené en casa de buenos amigos el domingo y juntos asistimos al correspondiente (correspondientes) relato informativo. Y sin ocultar mi particular satisfacción por la coincidencia sustancial con mis apreciaciones fundamentales expresadas el día de reflexión (me he quedado con el regomello de una silla más para María José Catalá en el Ayuntamiento de Valencia; lo que no impedirá que sea, efectivamente, La Alcaldesa), incapaz de vaticinar la inmediata reacción de Moncloa, me animé a mí mismo a escribir titulando “Satisfecho y expectante”. Tendré que esperar.
Ahora, cuando ya he leído los argumentarios de unos y otros, las consignas, las opiniones, valoraciones y observaciones de politólogos, periodistas y opinadores de todo tipo. Las más optimistas cruzadas y, también cruzadas, las más tibias y hasta las más temerosas. Es cuando redescubro ese killer de película, ese villano de comic, que encarna a la perfección quien ocupa -desde ayer en funciones- la presidencia del Gobierno. Con la adrenalina a tope que las situaciones de riesgo máximo procuran. Con el resto de farol del tahúr desesperado. Con única bala (de fogueo por ahora) en el cargador para jugar a la ruleta rusa. Con un final previsible de narciso ahogado en su propia y exclusiva autoestima.
Queden a su suerte los restos del naufragio, los barones sacrificados (Puig a la cabeza; y no seré yo quien lo lamente), las expectativas frustradas de unos y otros. Hasta las deliciosas anchoas cántabras. Ni un gesto de consuelo para el esbirro abatido, ni muestra de ánimo al superviviente. Ni sombra de empatía con el socio descalabrado ni con la partenaire desorientada. Un tipo duro a lo Bogart de Halcón Maltés que procura el botín de propios y adversarios. O a lo Corto (Maltés) de Pratt, aventurero entre las olas más bravas (la “ola reaccionaria”, en la cansina terminología agitprop monclovita, ha cogido el relevo de aquellas, casi olvidadas, de la pandemia).
Quedan en el alero asuntos tan sensibles como el derecho al olvido oncológico, reducido a la picaresca del anuncio electoral consumido como una pavesa de artificio. Y medio centenar de cuestiones no menores, enunciadas como de relevancia social entonces, hoy reducidas al titular populista del momento.
Acreditando su evidenciada falta de credibilidad. Su oportunismo político
De operación suicida se ha tildado. Me temo que el menda carece del valor y la dignidad que acompañan las autólisis épicas. Reales o figuradas.
La convocatoria de elecciones generales para el próximo 23-J es la reacción propia de un profesional de la destrucción, de un killer de ficción para el que cénit y ocaso acaban siendo lo mismo
Se lamentan los perdedores del 28M de que estas elecciones se hayan jugado en clave nacional. Y como un plebiscito. E ingenuamente aseguran confiar en una remontada. El argumento no resiste la menor de las críticas. Ni por reducción al absurdo. Será más de lo mismo, y con mayor fuerza.
La convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio, urdida de urgencia en la madrugada de la peor de las seis resacas electorales acaecidas en este mandato, es la reacción propia de un profesional de la destrucción, de un killer de ficción para el que cénit y ocaso acaban siendo lo mismo y conducen a su autoinmolación.
Aunque no será el último de sus recursos, ni de sus vaivenes. De sus traiciones y felonías. Ni los vascos sus últimos kleenex. La contienda le excita. Le pone el olor a sangre. Es un adicto. El killer perfecto. (Póngase como fondo musical “All these things that I've done”)