Ahogado
Tal era el terror que sentía que, huyendo de aquellos que le perseguían e increpaban, no encontró más escapatoria que saltar al agua, sin saber que aquello iba a ser un callejón sin salida.
Tal era el terror que sentía que, huyendo de aquellos que le perseguían e increpaban, no encontró más escapatoria que saltar al agua, sin saber que aquello iba a ser un callejón sin salida. No sabía nadar. Y no es de extrañar.
Nunca había estado en el mar, en una piscina...ni siquiera había tenido la oportunidad de acercarse a la orilla de un río. No conocía más agua que la que tenía disponible para beber o la que en forma de gotas de lluvia mojaba su cuerpo en los días grises.
Pese a ello, un salto al vacío desconocido, en el puerto, le pareció menos peligroso que seguir solo y dejarse atrapar por quienes le acosaban. Primero sintió una punzada por el frío. Al calor de un tórrido mediodía del mes de julio, especialmente cálido, había que sumar el estrés y un ejercicio físico para el que no estaba preparado. Un cóctel perfecto para que el contraste de la temperatura del agua con su temperatura corporal.
Posteriormente, a la par que se hundía, notó el salitre en su seca boca y cómo el agua salada penetraba por sus orificios nasales. Intentó mantenerse a flote, sacando la cabeza del agua, pero tras unos segundos intentándolo, las pocas fuerzas que le quedaban, se agotaron.
Su cuerpo se hundió y comenzó a inhalar agua. Balbuceó, tosió y sus sistema respiratorio empezó a reemplazar el aire por agua.
Y se hizo la oscuridad.
Y así finalizó el suplicio para el toro que hace unos días murió ahogado en los “bous a la mar” de Denia.
Así el destino de este animal, del que no importa ni su nombre, estigmatizado por el mero hecho de nacer toro en este país, se cumplía. Como el de miles de toros obligados cada año a ser protagonistas involuntarios de los “bous al carrer”.
Porque nacer toro, en España, es venir al mundo condenado a ser maltratado, torturado y ejecutado. Es vivir una vida de miseria para que algunos, abanderando una tradición arcaica, desalmada y vacía de moral, sigan disfrutando del sufrimiento de quien no puede defenderse.
De quien es arrojado a una plaza o calle sin posibilidad de escapatoria. De quien, solo, trata de huir del terror sin saber que, al final, independientemente de lo que haga, ya lo han condenado a muerte.
Bien a la vista de todos, como el caso de este toro ahogado, bien en el matadero, tras el escarnio público en los “bous al carrer”.Cuando se habla de tortura taurina, los defensores siempre apelan a la tradición, como si ese término, en sí mismo, aportase valor positivo a cualquier actividad. Pero nada más lejos de la realidad.
Una actividad tradicional es aquella que se transmite de generación en generación. Esto no implica que per se sea positiva ni que esté adaptada a la consideración ética social del momento. Y como tal, aquello que heredamos, debe estar continuamente en revisión para ver si nos enriquece como sociedad y merece la pena su conservación o, en cambio, ha llegado el momento de relegarlo a los libros de historia.
Y a poco que pensemos encontramos muchos casos de tradiciones que, por ser crueles, se han abandonado. Sin embargo, en España, seguimos permitiendo en el año 2023, en plena era tecnológica, con la inteligencia artificial atropellándonos, que algunos continúen con la misma forma de entretenimiento que los antiguos romanos.
Se siguen no sólo permitiendo, sino fomentando y subvencionando unas mal llamadas “fiestas” basadas en ejercer la superioridad sobre alguien a quien se disfraza de “fiera”, para justificar el arrojo de quienes le acosan, maltratan y torturan, pero que en realidad, y pese a que se trate de desfigurar, sólo es una víctima en situación de inferioridad.
Y el perverso entretenimiento de un público morboso que observa cómo quienes se lanzan a correr o se “enfrentan” a una supuesta “fiera”, sola, aterrorizada y sin posibilidad de escapar, son capaces de librarse de una “cogida”.
Porque, no nos engañemos. Si un toro no corre tras los participantes, si no embiste, si no genera riesgo, el acto pierde toda gracia. De hecho, ¿quién en la Comunitat no conoce al mítico toro “Ratón”?.
Se hizo famoso porque con las heridas ocasionadas por sus afilados cuernos murieron tres personas y en los actos en que fue obligado a participar hubo numerosos heridos y se generaron múltiples situaciones de peligro.
Su fama de “asesino” le conviertió en el animal más solicitado para cualquier mal llamada “fiesta” de pueblo, multiplicando hasta por 12 su caché. Incluso se barajó la posibilidad de clonarlo, para perpetuar sus “hazañas”.
Supongo que a quienes nos gobiernan les sigue interesando que se mantenga el “pan y circo”, porque es más interesante mantener a la gente entretenida con actividades rudimentarias que fomentar una verdadera cultura.
Tal vez piensen que sea una forma de canalizar y contener la violencia, acotándola en nuestras calles y plazas, en un momento determinado, como en “La purga”. En cualquier caso, por encima de lo que quieren imponernos quienes nos gobiernan, estamos las personas para cuestionarnos, con honestidad, aquello que hacemos.
Y cuando nuestra diversión implica el sufrimiento de otro, lo justo es que busquemos, entre los millones de alternativas a nuestro alcance, otro entretenimiento."