La celebración de la Tomatina viste de rojo Buñol un año mas
Personas de diversas partes del mundo se congregaron para participar en esta famosa fiesta, durante la cual se arrojaron 150 toneladas de tomates
El mediodía del último miércoles de agosto se presentó un animado escenario en el centro de Buñol, donde una multitud enérgica emitía silbidos, tarareos y vítores mientras esperaba el inicio de la fiesta del tomate. Incluso el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, estuvo presente en el ayuntamiento, acompañado por la alcaldesa local.
Los entusiastas de la celebración, ansiosos por obtener el codiciado jamón colgado en un poste de madera en la plaza, soportando una hora interminable de espera bajo el rocío de varias mangueras. Algunas de estas mangueras eran operadas por el personal del evento, mientras que otras fuentes de agua, como cubos y vasos, provenían de los propios residentes que observaban la escena desde los balcones de la plaza. En algunas viviendas, se podían ver grupos de niños disfrutando de la música, aunque en otras, optaron por cubrir las fachadas de sus edificios con telas de nailon y plástico. En un par de balcones, se desplegaron paraguas a modo de escudo contra los tomates.
Pasado el mediodía, el primer camión hizo su entrada con estruendosas bocinas, marcando el comienzo de La Tomatina 2023. A su llegada, los alaridos llenaron el aire mientras la multitud jugaba entre los chorros de agua. Grupos de diez a quince participantes, seleccionados al azar cada año, iniciaron la batalla lanzando los primeros tomates rojos desde el camión.
Para evitar resbalones por los jugos de los tomates, los lanzadores estaban asegurados con arneses y cuerdas atadas al vehículo, según indicó el personal municipal. Otro grupo de organizadores, situado frente al camión, abría paso entre la multitud. Las fachadas pronto se convirtieron en lienzos para los restos de tomate que caían, mientras que las camisetas blancas se tiñeron de rosa, el color característico de la fiesta.
La batalla de tomates se desplegó por toda la calle del Portal. En la plaza del pueblo, en un extremo de la calle, los impactos de los tomates maduros tardaron más en llegar. Allí, algunos residentes que preferían mantenerse limpios buscaban refugio de los ataques más intensos. Al otro lado, la llegada de más camiones acompañados de bocinas y vítores teñía Buñol de su característico río rojo anual. En menos de una hora, varios palmos de agua y restos de tomate cubrían los pies de la multitud.
Tras lanzar la mayoría de los tomates en jugosos asaltos, la gente optó por embadurnar a sus compañeros con puñados de puré de tomate. A medida que la fiesta llegaba a su fin, la multitud aprovechó los últimos momentos de diversión, creando figuras de ángeles en el río rojo, sumergiéndose en él o formando bolas de tomate.
Pasada la una del mediodía, la gente consideró la batalla terminada, aunque no la celebración. Muchos continuaron divirtiéndose hasta el último instante, jugando con el jugo que inundaba las aceras. Otros se dirigieron a sus hogares o al río, donde un baño refrescante les esperaba. El penetrante olor de los tomates se mezclaba con los aromas de las paellas y otras comidas que se preparaban cerca de la plaza.