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El futuro de España

Hoy podría haber subtitulado “O de lo que queda de ella”. Pero no lo he hecho, porque creo que todavía es mucho y muy valioso

El futuro de España

Publicado por
José María Lozano

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En Kerala, alejado del mundanal ruido de allá, no he evitado -sin embargo- mantenerme atento a los acontecimientos de este alborotado mes de agosto ya vencido. No citaré hoy nombres propios ni episodios concretos, que no han faltado unos ni otros pese a la calma chicha canicular. Tiempo tendré de hacerlo mientras la generosidad y la paciencia, tal vez la misericordia, de este medio me lo siga permitiendo.

Me confieso instalado en cierta suerte de nostalgia, que no de melancolía por mucho que los augures habituales encuentren oscuras, muy oscuras, las vísceras de sus consultas. E ignoro qué pensaba, más o menos a mi edad, mi emprendedor abuelo materno, que viajó muy joven desde la aldea de Villasante (Burgos) a México en la segunda década del XX para hacer fortuna. Y la hizo. Allí nacieron sus dos hijas mayores, una de ellas mi madre. Regresó, satisfecho, en el treinta y cuatro y la familia se instaló en Bilbao, donde nacieron ocho hijos más y murió en el cincuenta y dos. O mi placentino abuelo paterno, licenciado en leyes por Salamanca y doctor en teología por Comillas, eventual coronel de requetés. Prestigioso abogado en ejercicio y poeta inédito de cierta calidad, capaz de hablar en griego antiguo y latín, no fue franquista (ni borbón) y no llegó a conocer -por muy poco- nuestra modélica transición.

Sé muy bien lo que pensaba mi padre, nacido-como el suyo- en la casa palacio familiar, antes de los Condes de Osorno, Pasarón de la Vera (Cáceres), en el año veinticinco, que estudió derecho en Deusto y obtuvo el título en Valladolid. Preparó oposiciones -sin éxito- con el fiscal republicano Granados en Burgos (donde yo nací) y acabó ganando las de Secretario Técnico de la Obra Sindical en los sesenta, eligiendo Alicante como destino, donde murió poco antes de declararse la pandemia. Sé que fue religioso, carlista y falangista en su niñez y adolescencia (todavía recuerdo los opúsculos de Flechas y Pelayos), y que nunca fue franquista ni monárquico, aunque un demócrata de derechas sin paliativos en su edad madura.

Están instalados en la falacia y en el oportunismo para satisfacer sus más inconfesables y oscuras pretensiones

También les hablaría de mis abuelas y de mi madre, fundamentales en mi formación, educación y principios, pero optaré por no cansarles más con mis raíces familiares.

He transmitido a mi hija y a mis tres nietos varones, gran parte -lo más básico- de esos recuerdos y valores. Y un denominador común: el amor a España y un conocimiento -si no profundo, al menos entusiasta- de su historia y fundamentos.

Mientras estudiaba arquitectura en la UPV (mi alma mater) y trabajaba para ganarme unas perras, luché contra la dictadura y conocí por tres noches -ya egresado- el calabozo del cuartel de Patraix de la Guardia Civil (hoy dos sobrinos míos, uno de ellos ingeniero, pertenecen orgullosos al histórico Instituto). Abandoné toda militancia, con la llegada de la democracia, para centrarme en la profesión y la docencia de esa disciplina que quiero tanto. Y no me ha ido mal, por suerte.

Así que aquí estoy ahora, desconcertado, perplejo y expectante ante todo lo recientemente acontecido. Y con lo que sigue y seguirá aconteciendo.

Hoy podría haber subtitulado “O de lo que queda de ella”. Pero no lo he hecho, porque creo que todavía es mucho y muy valioso. Y que los que se empeñan en otra cosa acabarán fracasando, que es lo que la historia de España nos enseña (por eso quiero que no la olviden mis nietos; cuando ya carezco de estudiantes propios) y tanto ignorante desconoce. O pretenden desconocer de la forma más cínica e hipócrita, sustituyéndola por versiones espurias, con datos manipulados e inciertos, e interpretaciones que no sostienen la más mínima crítica objetiva. Pero lo saben, eso sí, lo saben, porque están instalados en la falacia y en el oportunismo para satisfacer sus más inconfesables y oscuras pretensiones. Nunca se saldrán con la suya, simplemente evidencian su miseria intelectual y moral. Su propia nadería.