La autocomplacencia del perdedor
Por manifiesta voluntad de los valencianos, que han colocado a cada uno en su lugar y censurado sin paliativos los ocho años de Botànic y Rialto.
Tras reflexionar la semana pasada acerca del futuro de España, tal vez de manera en exceso intimista -que así me lo han reprochado cariñosamente alguno de mis generosos lectores-, disgustado pero con sano optimismo a la vista de la historia (se ha hecho viral la frase de Bismarck sobre la histórica y afortunadamente ineficaz capacidad autodestructiva de los españoles). Pese a la desesperanza que también algunos me han manifestado hasta llegar a decirme -ideología aparte, uno de los más conspicuos- que la cosa no tiene arreglo, me permitirán que continúe desde la nostalgia, que no desde la melancolía, valorando hoy este curioso fenómeno de la autocomplacencia del perdedor. Que deja por los suelos el best seller de los libritos de autoestima de los quioscos de aeropuertos y estaciones de ferrocarril, y hasta el famoso “manual de resistencia” del menda.
Y no teman que no les cansaré con pinceladas sobre mis abuelas, ni con un bosquejo de mi santa madre (que por cierto podía interpretar al piano con dignidad las polonesas de Chopin, mientras nos ilustraba con las aventuras del compositor con George Sand en la cartuja de Valldemosa).
Publicaba el otro día ABC un resumen de la sesuda investigación de un profesor de psicología de apellido italiano en la neoyorquina Universidad de Columbia, que basado en millones de encuestas acaba concluyendo en que aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y la decepción de unas generaciones sobre el comportamiento de las nuevas, es una constante que viene de muy atrás y se repite con el tiempo. Y citaba el antiguo Egipto, la Grecia clásica y naturalmente Roma, como preclaros antecedentes. Como si no existieran las diez plagas, Troya y la caída del Imperio, entre otras razones, por la estulticia de sus dirigentes y la decadencia de los dirigidos. No estoy en condiciones de discrepar argumentalmente aquí y en tan corto espacio, pero tengo para mí que se trata más bien de un necesario respaldo al movimiento woke -y a otras estupideces “progresistas” de catastróficas consecuencias culturales-que termine de asentar tamaño disparate.
Asistí el sábado pasado -on line; esto sí que es progreso- al inicio de los diálogos que la emprendedora y mecenas Denise Miodownik organizó en Caracas con la intervención de la profesora doctora de filosofía en la Universidad Católica de Valencia, Victoria Tenreiro, discípula de Jesús Conill y Adela Cortina, a propósito de “autenticidad y proceso creativo”. Una delicia que mezcló rigor y pedagogía en torno a tan controvertida temática, en la que no faltaron -naturalmente- ni las citas aristotélicas ni las kantianas. Tampoco faltó Oscar Tenreiro, su padre. Premio Nacional de Arquitectura en su país y reciente Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Venezuela, que no evitó pronunciarse con contundencia sobre la libertad y la necesidad de recobrarla en un país asolado por Chávez y Maduro. Que funge -con el entusiasmo de Zapatero- como modelo de la izquierda todavía gobernante hoy por hoy en España.
Por suerte, aún puedo elegir mis referencias.
Recuerdo aquel famoso chiste -si no machista suficientemente machirulo- que evocaba una desigual pelea de uno contra tres: “no dudé en intervenir … y entre los cuatro dejamos al otro para el arrastre”. Saquen ustedes sus propias conclusiones analógicas. Porque lo cierto es que la autocomplacencia del perdedor, su capacidad para atraer a otros perdedores, no en su defensa sino en la agresión al adversario, es hoy un mal endémico que no parece tener límite.
Todos contra Feijóo -el ganador indiscutible, pese a quien pese- en el plano nacional. En el más local resultan patéticas las críticas de PSPV y Compromís a Catalá y Mazón. Que no están donde están por una rifa, sino por manifiesta voluntad de los valencianos, que han colocado a cada uno en su lugar y censurado sin paliativos los ocho años de Botànic y Rialto. Pero el autocomplacido y prepotente perdedor a lo suyo. Y a vivir del cuento.
(La foto de la ignominia: la comunista vicepresidenta en funciones del Gobierno de España -otra perdedora- rindiendo pleitesía al bandido fascista prófugo de la justicia)