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El guateque (nacional)

El episodio de la vicepresidenta reflexionando sobre “que nos vamos al carajo”, sea producto de IA o de la emocional de su protagonista, es fiel retrato de su acusada personalidad

La vicepresidenta segunda del Gobierno en funciones, Yolanda Díaz, durante la primera sesión del debate de investidura.

Publicado por
José María Lozano

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No es de extrañar que se atribuya el origen de la palabra guateque a burguesía criolla cubana, para referirse -como todos entendemos- a una fiesta colectiva, que reúne canapés y bebida en torno a una música bailable. Mover el esqueleto, de los guateques en la España de mi adolescencia, que es la del mayo francés. Memorables guateques los nuestros. Furtivos y consentidos a la vez (como los besos). Y no es de extrañar porque guateque suena a guajiro, al guajiro de los preciosísimos dibujos y pinturas de Cabrera. Aunque es sabido que los cubanos gustan de atribuirse muchas cosas que no son.

Mira por donde el quilombo (o con K como la de okupa) es voz atribuida esta vez con rigor al lenguaje coloquial -¿cabe no serlo y ser lenguaje a la vez?- cubano, que designaba un retiro al que se fugaban los esclavos hispano africanos. Cimarrones, huyendo de la esclavitud. Con la liberación generalizada, una razonable amnistía para víctimas y verdugos, le término ha degenerado en “lugar en que se ejerce la prostitución” y hasta la RAE – la Española de la Lengua, como la AVL es la Valenciana de la Lengua- lo define como lío, barullo, gresca, desorden. Y también como situación conflictiva de difícil resolución.

Por otro lado está la película El Guateque -The party, simplemente, en versión original- en la que Peter Sellers representa de manera genial a un actor mediocre de nacionalidad india que es despedido e invitado a la vez, por su jefe en increíble simultaneidad de dureza e indiferencia -más que por despiste, por desidia-, que da motivo a la trama más desternillante y sugerente, inspiradora más tarde de personajes de la talla de Mr. Bean, y aunque está sin demostrar, manual de cabecera de Rodríguez Zapatero. A lo del Manual de Resistencia del capo, pero sin Irene Lozano (que no es prima; mía quiero decir).

Es tal el hastío que me produce esta situación, que en lo intelectual no es excepción, y el temor de, como suele ocurrir, devenga en pereza, en lo intelectual también, que aplaudo la decisión inteligente de quien ya no sigue la actualidad a través de los medios y, mucho menos, de las redes sociales. De los integrantes de unas redes naturales, casi secretas, de relaciones humanas, basadas en la familia y la amistad, que operan más allá de lo políticamente correcto, en beneficio del criterio propio y bien fundado. De la libertad.

(El reciente episodio de la vicepresidenta comunista reflexionando sobre “que nos vamos al carajo”, sea producto de inteligencia artificial o de la emocional de su protagonista, es en cualquier caso, fiel retrato de su acusada personalidad)

Tal vez de ese hastío y del temor a la pereza, viene esta reflexión casi infantil sobre quilombos y guateques, cuando me acuerdo de España. De ese barullo y ese lío que acaba pervirtiendo la más que legítima restitución de la libertad arrebatada, hasta llevarla a la condición de explotación sexual. Y desatada la imaginación, como otro Cabrera, Infante, busco protagonista local, bufón, objeto de todas las desgracias, soberbio en su mediocridad, ingenioso. Tan inoportuno como ocurrente. Y al fin y al cabo, resultón. En la peli se queda con la rubia. Y con la vasca . Que también es la pandilla; la cuadrilla allá, pelín machismo consentido de txoco bilbaíno.

Y ando preguntándome si será el que todos tenemos en la cabeza o no. Que pudiera estar muy repartido, reforzando la mediocridad como etiqueta, aparentando eliminar la excelencia, autoridad reservada por decreto de quien gobierna en su modo puramente formal, casi ilícita, del precepto del “ordeno y mando”.

Y regreso al guateque setentero. Donde los amigos, y claro está las amigas, además de divertirse estrechaban lazos (en todos los sentidos) que hacían más ligero el peso de la dictadura. De la ausencia de libertad, del quilombo quasi heróico, hasta degenerar en prostíbulo (¿barato?) para ponerla en venta. Y que otro -¡qué otro!- ponga precio.

En esas estoy, amigos, escapado de la realidad mediático. Amparado en el sentido común de los míos. Y en mis guateques tan humanos. Triste amparo, tal vez.

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