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La violencia vicaria también se ejerce contra los animales

Cuando los animales se convierten en el único vínculo de apego emocional de las víctimas es un claro ejemplo de doble victimización.

La violencia vicaria también se ejerce contra los animales

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El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Desgraciadamente es importante que siga conmemorándose este día porque, aunque parezca increíble a estas alturas del siglo XXI, en lo que va de año, 52 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas. Esta terrible cifra implica que no ha habido semana sin crimen machista.

Los datos son insoportables, como lo es la realidad de tantas y tantas mujeres que son maltratadas en su propio hogar por aquellos con quienes un día decidieron compartir su vida, creyendo que serían unos buenos compañeros de viaje.

El asesinato es el último paso de una espiral de violencia, que comienza muchas veces de forma sutil, con celos disfrazados de amor, y escala hacia la humillación, la anulación de la autoestima, el control y el aislamiento social.

En numerosas ocasiones, el maltrato hacia la mujer incluye el maltrato instrumental para hacer daño y ocasionar sufrimiento a la mujer a través del maltrato ejercido sobre sus seres queridos. Es lo que se conoce como violencia vicaria y supone uno de los aspectos más crueles de la violencia machista.

En este tipo de violencia también son protagonistas involuntarios aquellos de los que pocas veces se habla, los animales con quienes conviven estas mujeres, que son maltratados (e incluso ejecutados) para dañar a la mujer e incluso a los hijos e hijas, si los hay.

Diversos estudios internacionales apuntan a que más del 70% de las mujeres maltratadas refieren maltrato a sus animales y según datos de VioPet, una de cada dos mujeres que sufren maltrato sigue con su agresor por miedo a las represalias que éste pueda tomar contra sus animales.

Y no es de extrañar, cuando los animales se convierten en el único vínculo de apego emocional de las víctimas, y nuestro sistema no permite que puedan acceder con sus animales a centros de alojamiento para mujeres maltratadas, obligándolas a abandonarles a su suerte, dejándoles en manos del agresor (condenándoles a muerte) o a permanecer con el maltratador, poniendo en riesgo su integridad, para protegerles. ¿Acaso no es éste un claro ejemplo de doble victimización? ¿No supone además facilitar que se cometan delitos de maltrato animal?

Hace unos años hubo un caso del que se hicieron eco los medios y tuvo una gran repercusión social. Tanta que hace unos días se estrenó una película en el Festival Internacional de Cine de Gijón, basada en este suceso: Lobo.

Esta historia tuvo como protagonista a Ucanca González, víctima de maltrato, considerada “de alto riesgo”, que tuvo que refugiarse en una tienda de campaña en la playa, custodiada por la guardia civil, porque la única alternativa que le daba la administración para acceder a un centro de acogida era abandonar a su perro, al que también su agresor había maltratado, incluso arrancándole parte de una oreja, en una perrera.

Afortunadamente cada vez se tiene más en consideración el vínculo humano-animal y se pone más de manifiesto la necesidad de proteger a ambas víctimas. De hecho, con la crisis del COVID19 se puso en marcha a nivel institucional el programa VioPet, para acoger temporalmente, a través de protectoras, residencias o casas de acogida, a los animales de mujeres maltratadas y sólo durante el primer año más de 500 mujeres formaron parte de este proyecto.

No obstante, este programa debería ser meramente provisional y no se debería separar a las víctimas humanas de sus animales, en un momento en que la fragilidad emocional de ambos es enorme y su vínculo afectivo es el mayor aliado para facilitar su recuperación.

Es necesario que las mujeres maltratadas puedan acceder a todos los servicios de protección acompañadas de sus animales, también víctimas de la violencia machista.

Según la Fundación Affinity, en el 49% de los hogares convivimos con animales no humanos (sobretodo perros y gatos), de modo que aquello que les ocurre a los animales y el trato que les damos, tiene una gran repercusión en la sociedad.

Dejarlos fuera de protección o separarlos de su familia, en el seno de la violencia machista, supone un doble sufrimiento para las víctimas.

Y como sociedad, no debemos seguir permitiéndolo.