Jueces en tela de juicio
La judicatura, como cualquier otra actividad, no está desgraciadamente blindada contra profesionales ineptos o corruptos. El problema es que sus consecuencias no se resuelven con más materia
La situación en España resulta ya, además de muy cansina, preocupante y hasta delirante. Hay más basura en la política actual de la que acumulan los ríos de Kerala, afeando -como allí- el paisaje y suponiendo riesgos evidentes para el bienestar y la salud de la ciudadanía.
De muestra un botón. Los comentarios sardónicos, irreverentes e hirientes de dirigentes de Compromís como Papi Robles y el propio Baldoví, y del PSPV, como el de su secretario de organización y portavoz parlamentario de Hacienda, José Muñoz, con respecto al nuevo gerente del Consorcio de Museos Nicolás Bugeda, dan buena cuenta de ese nivel de crispación que, alimentado desde el Gobierno de la Nación, pretende luego adjudicarse a la oposición. Fundamentalmente al PP y a Feijóo que, obviamente, es el adversario político que pone en jaque la permanencia de la extraña coalición gubernamental (además del fingido fuego amigo de Waterloo). Lo explicaba didácticamente Vicent Climent en 8 Mediterráneo el otro día: el odio, pecado o delito, es un feo defecto y, ya casi, una enfermedad contagiosa.
Esto del lawfare (literalmente guerra judicial), esgrimido de manera impúdica por el propio Presidente del Gobierno aquí y acullá, además de ser un anglicismo snob, es un puro disparate. Puestos a elegir, prefiero el entre hippy y anarco “no laws, no rules” y sálvese quien pueda, como en la jungla: la ley del más fuerte (“the law of the strongest”, creo). Y así nos va.
La judicatura, como cualquier otra actividad humana, no está desgraciadamente blindada contra profesionales ineptos o corruptos. El problema es que sus consecuencias no se resuelven con más materia como el pentimento pictórico, o con hiedra, como suele decirse irónicamente en arquitectura.
¿Quién juzga a los jueces? Es pregunta retórica reiterada. Pues, los jueces naturalmente. Así fue, por ejemplo, con la inhabilitación de Baltasar Garzón -pareja de su pareja- que adelantándose en el tiempo al slogan de Sumar, escuchó más de la cuenta. O de algunos otros, como el malhadadamente afamado Pascual Estevill por dictar sentencias injustas y extorsionar ciudadanos, o Manuel Arce por razones disciplinarias y escasa productividad. Más recientemente Salvador Alba ha sido condenado por pretender perseguir y perjudicar a su colega podemita Victoria Rosell.
Y un clásico, desde Séneca a sir William Gladstone que fue primer ministro británico un siglo antes que Churchill, es que la justicia lenta deja de ser justicia. Que se lo pregunten a Francisco Camps -precisamente un experto en el estadista inglés- que lleva década y media con la injusticia a cuestas. Un año ya, desde que empezó la accidentada última pieza de Gürtel en la Audiencia Nacional, presumiblemente con pronta sentencia favorable a buena parte de los encausados.
Y algo que ya comienza a ser también un clásico en España lo pronunció hace casi dos décadas quien hoy preside el Tribunal Constitucional de manera nada cándida por cierto: “el vuelo de las togas … no eludirá el contacto con el polvo del camino”. Convenientemente embarradas, a estas alturas, permiten a quien porta la veu de Junts en el Congreso (tal parece que es condición la chulería y la falta de respeto) decir que no va a dictar un juez la corrección de sus palabras a una diputada -le faltó apuntillar española-, y adelante con las comisiones de políticos que pretenden poner a jueces en tela de juicio. El partido y el gobierno, identificados en uno solo, por encima del poder judicial. Como en Cuba y Venezuela, que conozco bien. O como, supongo, en China, Rusia, Corea del Norte, Irán, Afganistán … y una larga pléyade de países sometidos a mandatarios autócratas, comunistas, extremistas, yihadistas o sendas cosas a la vez.
He leído por ahí que el nutricionista Dan Buettner, experto en longevidad, recomienda un desayuno saludable que incluye unas tortitas de maíz y cenizas de madera. En España nos desayunamos a diario con las ascuas de un incendio político, por lo que probablemente su longevidad como Nación -mal que les pese a algunos- podría estar felizmente garantizada.