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Raquel Aguilar

Hasta siempre, Patricio

El jueves Patricio cruzaba el arco iris. Y ha dejado un gran vacío en quienes tuvimos la suerte de conocerle. Igual que pasa con las personas, hay animales que te marcan.

Patricio junto a Alberto Terrer, co-fundador de Santuario Compasión Animal

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Pelo negro brillante. Un caminar tranquilo, confiado. Sus ojillos reflejaban la inocencia que sólo las almas limpias albergan. Ni un ápice de maldad o violencia en su mirada. Se acercaba curioso y con la alegría de un niño a pedir su ración de mimos...acercaba la cabeza para frotarla sobre ti y sacaba la lengua para lamerte la mano. Esto no tendría importancia salvo porque hablamos de un toro de 900 kilos. Este toro era Patricio.

Patricio tuvo dos vidas. Una, infernal. Durante los nueve primeros años de su vida. Viajando de un sitio a otro. Su destino siempre implicaba acabar recluido en un recinto 4x4 metros, en soledad y obligado a repetir constantemente actuaciones en un circo. Le rompieron el alma y creció creyendo que no valía nada. Tanto, que pese a su enorme fuerza era incapaz de atreverse siquiera a mover las simples vallas de obra que lo retenían perpetuamente confinado en esos míseros metros cuadrados. Evidentemente Patricio era para sus propietarios simplemente un reclamo. Así que cuando dejó de ser rentable, dejaron de alimentarle. Casi murió de hambre.

Eso es lo que ocurre cuando los animales son sólo un instrumento del que obtener lucro. Por suerte, en el camino de Patricio se cruzaron personas dispuestas a ayudarle y éste pudo llegar a Santuario Compasión Animal.

Y aquí comenzó su segunda vida. La buena. Patricio dejó de ser algo, para convertirse en alguien. Patricio pudo correr, saltar y estirarse sin límites de espacio, sobre la hierba fresca y la tierra fértil.

Patricio estuvo acompañado por una increíble familia. La formada por Ferdi, el gran Sansón, Moisés o su querida Diana, a la que cuidaba junto con el resto del grupo con una delicadeza increíble. También le acompañaron animales de otras especies, como las personas que le cuidaron en el santuario, le devolvieron la dignidad y le hicieron saber lo importante que era.

Patricio supo también ganarse a todo el mundo que visitaba el santuario. Era como un enorme cachorro de perro….cariñoso, simpático y bonachón. Y eso, pese a haber sido maltratado durante más de la mitad de su vida.

Patricio nos enseñó que se puede volver a confiar, que cada minuto de la vida hay que aprovecharlo y que no hay nada más hermoso que mostrar cariño a quienes amamos. Y lo hizo porque encontró un lugar donde le quisieron sin condiciones, le trataron con respeto y le permitieron, en cierto modo, ser libre.

Ese es el gran trabajo que realizan los santuarios de animales. Demostrar que cada vida importa, independientemente de la especie y que cada individuo es un ser único e irrepetible. Como Patricio.

El jueves Patricio, de forma inesperada, cruzaba el arco iris. Y ha dejado un gran vacío en quienes tuvimos la suerte de conocerle. Igual que pasa con las personas, hay animales que, por algún motivo, te marcan. Para mí, uno de ellos ha sido Patricio.

Patricio, grandullón, vamos a echar mucho de menos verte comer heno, correr por el monte y, sobretodo, esa mirada limpia, cariñosa y amiga. Siempre recordaremos la pureza de tu alma de niño. Y muchas gracias por mostrar al mundo que los toros no sois los seres fieros que algunos quieren que imaginemos.

Hasta siempre, Patricio.