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Fallas y ciudad

Hoy la izquierda se escandaliza del “ninot de la amnistía” o califica de “regalito de Almeida” y de “montaña de petardos” la mascletá de mañana domingo en Madrid frente al Manzanares.

Ciudad y Fallas

Publicado por
José María Lozano

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Creo que fue a mi colega José Luis Ros al primero que le leí escribir sobre las Fallas como “arquitectura efímera”. Un servidor ha colaborado en un par de ocasiones en dos llibrets falleros de comisiones más o menos “alternativas”, ocupándome especialmente de los aspectos participativos de la fiesta josefina, de sus implicaciones urbanas y de todo aquello que la rodea como propio.

Fui parte activa de la temporal Falla King Kong, citada recientemente por ESdiario con alguna inexactitud, como una expresión propia de la edad y del entusiasmo de los que peleamos contra la dictadura y empezábamos a disfrutar de la transición democrática. Desfilamos, con el blusón negro de la huerta y con la misma emoción popular, en la Ofrenda a la Mare de Déu. Apenas duró unos años.

Y he trabajado, con mis estudiantes de Fin de carrera y del Master de Arquitectura Avanzada de la UPV, en la regeneración urbana de la Ciudad Fallera, como antes los hiciéramos con la Antigua Fe o los barrios de La Llum y San Isidro. En estrecha colaboración con el Gremi Faller y su Maestro Mayor, y con artistas como Manolo Martín, el resultado se exhibió en la Exposición de sus trabajos al cuidado del profesor Nacho Marí y un seminario sobre la temática en diciembre de 2016.

La idea de viviendas relacionadas con la producción fallera de lo que hoy podemos llamar un urbanismo de proximidad en la búsqueda de criterios que humanicen y “domestiquen” el espacio urbano, no cuajó como a todos hubiera gustado

La idea de su fundador en 1963, Regino Mas, de que funcionara como un espacio gremial, a la manera de los antiguos barrios de menestrales, con talleres y viviendas relacionadas con la producción fallera, innovadora y pionera en Valencia de lo que hoy podemos llamar un urbanismo de proximidad en la búsqueda de criterios que humanicen y “domestiquen” el espacio urbano, no cuajó como a todos hubiera gustado. El resultado, que permanece cincuenta años más tarde, es una suerte de organización espacial tripartita: zona verde, polígono residencial y conjunto semi industrial productivo. El primero constituido por el Parque de Benicalap, hermoso y bien estructurado, ocupando terrenos de la antigua finca de la Marquesa del Campo de Paterna, quién los cedió para la iniciativa. El segundo formado en origen por pequeñas piezas residenciales de edificación abierta y complementado posteriormente con soluciones más altas y con cierto grado de singularidad formal; unas y otras muy al uso de cada época. Y el tercero por una suma de naves de factura sencilla y modular, sin mayores pretensiones que su funcionalidad. Urge su recualificación urbana.

Las Fallas, más allá de la Fiesta -reconocida como Patrimonio de la Humanidad a impulso de Rita Barberá- son un espacio de cohesión ciudadana que trasciende de la belleza de las llamas y del seductor olor de la pólvora quemada. Y del estruendo. Como tantas fiestas patronales, las disfrutamos especialmente de jóvenes, cuando tenemos niños o cuando tenemos huéspedes.

La izquierda siempre ha mantenido una relación difícil con las Fallas. El corto de 1974 'La Fallera Mecánica' de Lluis Fernández o los dibujos de Xavier Mariscal tienen más de homenaje que de burla y, al mismo tiempo, son muy falleros como tales. Pero hoy la izquierda se escandaliza del “ninot de la amnistía” o califica de “regalito de Almeida” y de “montaña de petardos” la mascletá de mañana domingo en Madrid frente al Manzanares. Hay qué ver.

En lo último les voy a dar la razón. Porque el pueblo valenciano es roqueño, y alegre, rápido y sonoro como un petardo festivo. Y al autor del Palacio de la Ópera de Pekín, el arquitecto francés Paul Andreu, la mascletá que presenció invitado al Balcón del Ayuntamiento, le pareció “tan hermosa como una tormenta de verano en el monte”(sic).

Las Fallas son tan auténticas como populares y están enraizadas en la población como un nexo entre generaciones e identidades distintas, entre naturales y visitantes. Además de representar, con sus críticas y autocríticas, genuinos caracteres de identidad. Y están lejos de admitir la imposición o la censura, sea cual fuera su origen.

Claro que nos gustan las Fallas. Y nos interesan desde un punto de vista social, económico y político. La izquierda se equivoca.