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Arquitectura e innovación. A propósito de la tragedia de Campanar

A nuestro dolor no puede sumarse el de un tratamiento banalizado de la cuestión, ni la renuncia al avance tecnológico en pos de una mayor seguridad y un mayor beneficio humano.

Edificio de Campanar

Publicado por
José María Lozano

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Conmocionado como Valencia entera por la tragedia de Campanar, en la que el saldo irreparable de vidas humanas truncadas, además de los cuantiosos daños psicológicos, económicos y hasta sociales, nos ha sumido en la tristeza más profunda, un enorme desasosiego y una cierta desesperanza, no encuentro deseable que la arquitectura moderna, sus profesionales y la innovación arquitectónica resulten una víctima colateral que añadir al duelo.

El arquitecto, como el médico o el sacerdote, tiene en el foco de su trabajo el bienestar humano y naturalmente la vida, lo más grande. En consecuencia, cuando proyecta asume un riesgo medido que tiene, entre otros fenómenos adversos, el fuego tan beneficioso en otros órdenes, que deifica en Roma Vulcano (Hefesto en Grecia, Hi no Kagutsuchi en Japón, Kauil para los mayas) y donde la tecnología es, precisamente, la herramienta que mejor prestación produce.

Así lo entendió el emperador Augusto (año 6 dC) con la creación de un cuerpo de 3.000 “vigiles” (paleobomberos) que, muy desafortunadamente, no fue capaz del impedir el gran incendio de Roma (64 dC) que arrasó las pioneras insulae romanas, edificios de madera en altura y entre medianeras. El del mítico Nerón tocando su lira. Ni el posterior en época de Tito (80 dC). El no menos pavoroso de Londres en 1666, que asoló la ciudad y dejó sin casa a 100.000 personas. El de París de 1897, o el más reciente del Chiado lisboeta en 1988, jalonan también esa historia de destrucción a cargo de las llamas.

El dramático acontecimiento del edificio de Campanar en la Comunidad que tiene el fuego festivo (y el de fogón) como seña de identidad, ha producido un dolor intenso. Se han revisado antecedentes como los de la londinense torre Grenfel o el edificio Windsor de Madrid. Se han citado graves percances en rascacielos construidos no hace mucho en Emiratos Árabes. Y nos ha recorrido el temblor subyacente de la caída de las Gemelas de Nueva York por el atentado terrorista, y el recuerdo de la histórica y desaparecida Biblioteca de Alejandría.

Cabe decir que la magnitud de la tragedia no permite consuelo alguno. Y no lo es, que Valencia -de la mano de mi maestro Román Jiménez- cuente con una Ordenanza pionera en Protección y Prevención de Incendios (OMPI), y que a ella se hayan sumado tanto a nivel autonómico como estatal numerosas, rigurosas y exhaustivas prescripciones de obligado cumplimiento en la materia.

En todas se exigen, además de la razonable “protección pasiva”, fruto de una adecuada disposición de espacios y usos, accesos, recorridos y salidas, que es al fin y al cabo disciplinar y a mi juicio sustancial, requerimientos técnicos y constructivos acreditados y materiales homologados por laboratorios especializados. No faltan tampoco los controles administrativos de proyecto y final de obra inherentes a las licencias de obras y ocupación.

Es sabido que la evolución de las técnicas constructivas y la investigación sobre nuevos materiales es uno -si no el principal- de los motores de la propia evolución formal, estética y estilística. Así fue al pasar del románico al gótico, y así el nacimiento de la llamada “arquitectura moderna” tras la revolución industrial. Aunque los antiguos ya hicieran uso de la “opus caementicium”, el hormigón romano, del hierro y el acero, el vidrio y el cristal.

Soy autor de edificios de diferentes usos con más de dos décadas de antigüedad y de otros más recientes, que incorporan fachadas ligeras, ventiladas y terminadas con acreditados composites de aluminio. Todos ellos superaron en su día los controles de calidad más exigentes. Y soy responsable de su correcta ejecución. No obstante hemos realizado una auditoría interna sobre los más recientes y solicitado a los propietarios de los antiguos realizar una visita inmediata de inspección ocular y, en su caso, una auditoría externa por personal especializado.

A nuestro dolor no puede sumarse el de un tratamiento banalizado de la cuestión, ni la renuncia de la arquitectura al riesgo añadido de la experimentación y el avance tecnológico, precisamente en pos de una seguridad mayor y un mayor beneficio humano. Así lo he practicado y así lo he difundido académicamente.

Con todo mi afecto, solidaridad y compasión con todas las víctimas y afectados por este desastre.

(*) José María Lozano es catedrático de arquitectura (r) de la UPV

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