Alfombras y moquetas
Políticos de tres al cuarto, iletrados, sin oficio ni beneficio, y sus secuaces y esbirros componen en el panorama nacional un paisanaje de pésima calidad humana e intelectual.
Cabe recordar aquel clásico -pelín clasista también- por el que para indicar solera se decía de la familia que llevaba “generaciones meando alfombras”. Viene a ser la versión ligeramente escatológica del cuento del lord inglés que explicaba a su intrigado visitante multimillonario gringo el secreto de las verdes praderas de su viejo castle: “regar y segar; y así cientos de años”.
Ya lo dijo don Hilarión: “hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”. Cambio global (acepción al parecer más rigurosa que la de climático) incluido.
En la visita, aconsejable, a las Colecciones Reales en el conjunto intervenido con maestría por los arquitectos Emilio Tuñón y Luis Mansilla, además de encontrar a Velázquez o Goya, junto a Caravaggio o Tiziano, multitud de objetos o documentos representativos permiten hacer una lectura paralela de la evolución de la monarquía española desde tiempos muy antiguos. Y junto a ellos, otros más corrientes facilitan un matiz más humano, doméstico. Costumbrista, si se quiere. Alfombras y tapices juegan ahí su papel.
A mitad del XVIII Antonio Gómez de los Ríos ejecutaba el bordado del pontifical que debía albergar el Palacio Real, iniciado por Felipe V, que construía Fernando VI con sucesivos proyectos de Juvara, Sachetti, Ventura Rodríguez y Sabatini. Ahí podemos aprender que el “nudo” español, con el que se fabrican las alfombras nacionales de lino y lana fina, se distingue del popular nudo turco, que incluye algodón y una lana más gruesa sobre urdimbre de yute. Las famosas alfombras de seda, persas o indias, suelen manejar dibujos asimétricos. Número de hilos, coincidencia o no de haz y envés, incluso el flecado de los extremos van componiendo un discurso complejo que incluye tradición y tecnología, innovación y oficio. Y el tamaño, que puede llegar a ser asombroso, procura una información adicional sobre su uso y destino final.
La moqueta podría ser considerada -un poco de coña- como la “democratización” de las alfombras. Continua, en rollo o por losetas modulares; lisa o salpicada de motivos geométricos, florales, o logos corporativos; de fibras naturales o sintéticas; adherida a un pavimento base y ocupando la totalidad del espacio; o removible, ojeteada en salas de paso y espera, o atrapada mediante listones metálicos entre huella y tabica en escaleras. Afortunadamente, los hoteles de medio pelo que optaron por enmoquetar dormitorios han ido abandonando la práctica por poco higiénica y funcional.
Desde la vuelta de Agamenón de la guerra de Troya, cuando según la Orestiada de Esquilo, fue recibido con alfombra cubriendo la calle, poner la “alfombra roja” es una expresión que indica bienvenida y hospitalidad a personas relevantes (que en los Oscar -y en los Goya también- produce auténticas astracanadas). En realidad son moquetas. Habitualmente de ínfima calidad.
Hoy toca quemar moquetes velles, dejar desnudo el pavimento, limpio como una patena. Recuperar la integridad pública y privada.
Pero la moqueta -y la alfombra roja- hacen estragos. En el extremo contrario de los que mearon alfombras y regaron campos por generaciones están esos nuevos ricos de la moqueta ajena (plagada de ácaros) y de la alfombra roja a módicos plazos (subvención, propaganda woke, etc.) recién llegados y con prisa por hacer caja. Un horror.
Políticos de tres al cuarto, iletrados, sin oficio ni beneficio, y sus secuaces y esbirros componen en el panorama nacional un paisanaje de pésima calidad humana e intelectual. Aun no faltando ejemplos en otras formaciones, los socialistas contemporáneos se llevan la palma, pero están a punto de orinarse -ya saben, de purito miedo- en la alfombra roja. Y habrá que levantar la moqueta de todas las instituciones. Salga lo que salga de debajo.
En 1961, los falleros de la Plaça de l`Arbre, compusieron: “per ahí hi ha una estoreta velleta pa la falla de Sant Josep, el tio Pep? Mes que siga la tapaora del comú número ú?” Hoy toca quemar moquetes velles, dejar desnudo el pavimento, limpio como una patena. Recuperar la integridad pública y privada. Y que arda todo lo demás en la falla de Sant Josep. Siga la tapaora dels comuns o dels independentistes.
(Y, por cierto, no entiendo la polémica sobre la Falla de Escif en la plaza del Ayuntamiento. Personalmente la encuentro de interés).