"Lo que nos ha quedado": La carta de Belén, vecina del incendio de Campanar
Belén Lilienthal, propietaria de la puerta 41 afectada por el devastador incendio del edificio Valencia, relata en ESdiario cómo afronta la nueva realidad.
Cuando Tess Gerritsen compuso su “Incendio” quizás no fue consciente, o sí, de lo estremecedoras que podían llegar a ser las notas que el violín desgarraría. Así de sombrías y envolventes, como las notas de ese vals, fueron las llamas que en un sólo acto de 50 minutos consiguieron enmudecer mi barrio, convertido en el diapasón del silencio marcando el ritmo a toda una ciudad.
Tragedias humanas a parte, (que son numerosas, magnas y cada cual a su manera intenta sobrellevar su sino...) pienso en lo que nos ha quedado de todo este sin sentido horrible además del insomnio y el pánico nocturno cuando llega la noche. De mi casa, solamente: un reloj de mi madre, un tenedor de plata de cuando era poco más que un bebé y un pedazo de carta en la que apenas se lee una frase que ahora mismo lo es todo para mí: “empiezo a ver la luz”.
No sé, las oscuras y densas cenizas han dejado paso a un brote muy tierno, el destino proveerá su desarrollo o no. La nostalgia del pasado y la crueldad del presente se unen y enfrentan, por igual, con los tres únicos souvenirs de mi infancia que se han librado de las llamas.
Me siento muy afortunada y al mismo tiempo devastada, dos emociones tan opuestas y hoy por hoy, tan complementarias... El ferviente deseo de volver a empezar se [con]funde con el de reposar y asimilar todo esto. Sueño con ver, de nuevo, mi barrio palpitando al compás como lo hacía cada madrugada o cada atardecer, dando la bienvenida a la ciudad a quienes cada día recorren esa arteria principal, que alimenta su corazón, hoy todavía infartada por el trágico evento.
No veo el momento de volver a empezar en una casa que pueda emerger a partir de esas cenizas que envuelven la estructura más terrorífica. Porque es entre las tinieblas donde la luz cobra más sentido que nunca. Y yo, la veo, la siento. Como empezar a ver el día que escribía aquella carta. Entonces acababa de llegar a la ciudad de Valencia y mis metas eran sólo mías. Hoy son compartidas y repartidas. Muchas personas e instituciones me acompañan en esto.
Entre tanto, miro mi reloj semi calcinado en el que no acierto a ver las 6h y me pregunto si puede haber algo peor que grabar a fuego el desastre. Lo aprieto entre mis manos con la vista puesta en el futuro, con el deseo de que las campanas de mi barrio vuelvan a sonar con la fuerza de antaño. Porque la buena hora, está por llegar...