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Fernández Alba, el arte de construir espacios útiles

Lo trajo Ramón de Soto a los inicios de la Escuela de Román Jiménez, y de él aprendimos honestidad y rigor con el estudio de la Gestalt y las formas plenas

El arquitecto Antonio Fernández Alba.

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José María Lozano

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En estos tiempos vertiginosos la noticia de la muerte de un sabio es, realmente, una muy mala noticia. La pérdida del arquitecto Antonio Fernández Alba, a quien muchos pretendimos eterno, golpea en lo más profundo de la disciplina arquitectónica.

Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela de Madrid -antes lo fue de Elementos de Composición-, Premio Nacional de Arquitectura, Académico de número de la Real de Bellas Artes Los que le conocimos un poco vamos a añorar su autoridad, habitualmente grave y de extremada cortesía, tanto como su delicadeza y su bonhomía. Dejó crecer a su alrededor, no sin cierta socarronería salmantina, el rumor de un exceso de seriedad, de una cierta tristeza crónica, que desmentía su naturalidad y agudeza en la distancia corta.

Lo trajo Ramón de Soto a los inicios de la Escuela de Román Jiménez, y de él aprendimos honestidad y rigor con el estudio de la Gestalt y las formas plenas. He sostenido -me atreví a hacerlo delante de él- que la arquitectura construida por las primeras generaciones de la escuela de Valencia, le son deudoras. En mi caso también mi proyecto docente y mis líneas de investigación.

Juzgó -con evidente condescendencia- mi concurso a la titularidad. Y me honró con su compañía y participación principal en las primeras Jornadas Internacionales de Arquitectura que organicé en Jaén allá por los noventa. Le acompañaron Yves Lion y Daniel Libeskind. Él, generoso, me hizo un hueco en la revista Astrágalo.

Me ha dado la mala noticia mi colega y amigo Íñigo Magro, que con justicia le ha definido como un referente, y con inteligencia me ha recordado las “plantas con sombras” del maestro. Que abonan mi hipótesis sobre su influencia en gran parte del trabajo profesional de muchos de nosotros. Y me he animado a escribir estas letras, voluntariamente apartadas de la elegía que merece mejor firma.

Comprometido en lo público y lo social, nunca ajeno a la reflexión más profunda, dispuesto siempre a compartirla y discutirla, nunca buscó sin embargo una imagen de marca en su siempre cuidadoso trabajo profesional. El Convento del Rollo y el Reina Sofía mediante la intervención en el Hospital de San Carlos, son dos hitos de su concienzuda trayectoria, cuajada de edificios docentes, institucionales, administrativos públicos y privados, o de viviendas en menor medida.

Conservo el libro “El diseño entre la teoría y la praxis” que compré junto al de Arnold Hauser. Y prometo leer “Quiebran albores”.

Hoy, que no va a regañarme, vuelvo a recordar y hacer suyo aquello de que “la arquitectura es el arte de construir espacios útiles para el hombre”. Porque en los espacios proyectados por los discípulos de Antonio Fernández Alba, parece subyacer la sabiduría aprendida del maestro. Tal vez, la muerte de un sabio da comienzo a la pervivencia de su sabiduría a través de su legado. Es éste ahora nuestro compromiso.

*José María Lozano es catedrático (r) de arquitectura de la UPV

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