Democracia de los trabajadores
Urtasun y Bustinduy -o Bustinduy y Urtasun, si me confundo- andan armando líos con la colonización de los museos y la Fiesta Nacional de los Toros y con los empresarios españoles en Israel.
Ignoro el éxito que puede haber tenido -hoy los sabremos- el bailoteo festivo en el último mitin electoral en Catalunya de la líder de Sumar. A tenor de los sondeos el sumando será reducido. Ha mutado el tono místico seductor de sus intervenciones vicepresidenciales más frecuentes, por el más radical y agresivo aunque igual de auténtico, de su etapa Che Guevara de candidata permanente.
Hubo una época que competía con la hoy malhadada Begoña Gómez en soliloquios y circunloquios tan hueros como floridos, en largas pretendidas argumentaciones sin enjundia, recitadas a la manera Rottenmeier. Pero es cuando adopta el modo doctrinal cuando mejor se me representa y me evoca el apodo “La Pirada” que maneja mi admirado Jon Juaristi.
Esta afirmación de la “democracia de los trabajadores” con la que encabezo hoy mi reflexión, me ha hecho desempolvar la sección de marxismo, por ver si al más diletante de sus seguidores -y he incluido el revisionismo de Carrillo- se le había ocurrido semejante aberración.
El viaje desde la “dictadura del proletariado” a esta nueva curiosa acepción, podría tener estación término en un sindicalismo vertical de productores. Diríase que la obsesión con el franquismo está produciendo contagio por simpatía. O tal vez es una simple coincidencia y no tiene otro objetivo que la sobreactuación en lo social, ni otra trascendencia.
En pura teoría cabe defender que la renuncia a la dictadura del proletariado, que es quintaesencia del comunismo y justificación de la estructura de poder, solo puede pretender la invisibilidad de ambos términos. Y democracia, en la forma, sustituye a dictadura. Que permanece. Y proletariado como clase social desaparece, para dar cabida al plural trabajadores. Que somos todos, con apenas excepciones. Y abona la posición de los que tildan de oportunismo el abandono de la lucha de clases, para abanderar causas tan nobles como el feminismo o la defensa medioambiental, pero sin ceder en el mando ni en los modos.
Urtasun y Bustinduy -o Bustinduy y Urtasun, si me confundo- andan armando líos con la colonización de los museos y la Fiesta Nacional de los Toros y con los empresarios españoles con intereses o negocios en Israel. Y Santiago afea al de Exteriores que pida permiso al gringo. Confesaré que en mi opinión estas salidas de tono y esas afirmaciones insulsas de la vicepresidenta, no son sino la demostración de la profundidad de su discurso, tal vez de su pensamiento. Y entonces sí, vuelvo a redescubrirlos en el “izquierdismo” que el propio Lenin calificó de enfermedad infantil.
Ágiles aunque más suaves han estado los ministros socialistas, siempre atentos a la llamada a filas sin faltar al socio más allá del pellizco de monja. De monja alférez si es el caso. El último episodio del titular de Transportes ha caducado ya como las sustancias más volátiles, pero cabe la esperanza de esperar un nuevo tuit mientras se suceden averías y cabrea pasajeros en Chamartín.
De las elecciones de hoy estoy pez. Aunque comparto el pálpito de que la sorpresa no estará ausente. Y que un escenario confuso para una presidencia efectiva es previsible. Hay quien lo cree probable.
Mientras tanto el gobierno de débil coalición y quebradiza trama societaria, tiene a su líder y a sus ministros compitiendo con el resto y entre ellos en Catalunya como lo hará de nuevo en las europeas. Y eso desgasta, más a la parte más débil, pero a ambas en credibilidad y en eficacia. Sin embargo no lo tiene fácil la oposición con esa resistencia berroqueña y pastosa que, incluso en la autonomías que gobierna, encuentran en los socialistas y sus redes o instituciones de influencia. Para mí que el que más claro lo tiene -tampoco fácil- es el elector. Y espero paciente el resultado de las urnas. Que Dios reparta suerte.