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Begoña Gómez está ya dentro del juzgado de Plaza Castilla

Doscientos treinta y dos folios y dieciséis años

No van a tardar las especulaciones sobre el futuro político de Francisco Camps. Ni las provocaciones, ni lo disimulos de unos y de otros

Rueda de prensa de Camps, tras conocerse la sentencia

Publicado por
Fernando García Bonet

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Disculpe el lector esta grosera cuantificación de un hecho. O de una ignominia. Puestos a contar cabe hablar del número portadas acusatorias de EL PAÍS, del número de causas archivadas, de la cifra de camisetas insultantes de sus adversarios políticos, de las declaraciones y acciones judiciales impulsadas por el PSPV, de la cantidad de vídeos sectarios y malintencionados mostrados por el Ministerio Fiscal, de la sobreactuación del propio tribunal en el último juicio en la Audiencia Nacional, de su indebida duración, de las veces que se suspendió y prorrogó, de los pactos de conformidad con la fiscalía y otros acusados -que, por cierto, sí han sido condenados en su mayoría- para rebajar sus penas. Y ¿porqué no? de los más de nueve meses transcurridos desde su finalización.

Hasta el lector menos informado habrá deducido que nos referimos a la absolución del expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps – y de Alicia de Miguel y dos consellers más. Y de todos los altos cargos y funcionarios machaconamente acusados por la Fiscalía Anticorrupción, el PSOE como acusación particular y la Generalitat Valenciana de Ximo Puig (y de Oltra).

“¿Y ahora qué?” es el titular inmediato que la ciudadanía asimila de forma automática a una noticia que como un “guadiana” putrefacto ha ido poblando páginas de periódicos, programas de radio y televisión, tertulias y mentideros durante algo más de tres lustros.

“Y ahora nada”

“Y ahora nada” es probablemente la respuesta que impondrá el rodillo de una realidad arrollada por la pérdida de su propio sentido. Y por la imposición de tácticas espurias para vencer en el ideario público y político, cueste lo que cueste y caiga quién caiga. Con el erario público por cierto como damnificado pasivo.

Y con el honor, la honra y el prestigio del inocente -habría que matizar este concepto, pero ustedes ya lo entienden- convertidos en un pim, pam, pum.

Aunque no es el caso. La seguridad y firmeza que Camps ha mostrado durante todo este largo e injusto proceso, además de ser encomiable, da cuenta de su capacidad y de su fuerza moral. También de su propia dignidad y principios.

Que la noticia se produzca en un contexto político tan enrarecido y en plena campaña electoral para las europeas, puede provocar extrañas reacciones de todo tipo. De unos y otros, de propios y extraños. Tal vez lo deseable fuera otra cosa. Tal vez pudiera servir de aviso para abandonar -unos y otros- de una vez por todas estas tácticas perversas de trasladar a la justicia los fracasos políticos y de elevar la mentira a la categoría de prueba. Y la necesidad de que la judicatura acompase sus tiempos a la gravedad de las cosas y entienda que, como tantas veces se reclama, la justicia lenta es el primer escalón de la injusticia.

No van a tardar las especulaciones sobre el futuro político de Francisco Camps. Ni las provocaciones, ni lo disimulos (otra vez, de “unos y otros”), pero en el entorno del expresidente, además de una más que razonable euforia, se apuesta por la prudencia y el pundonor que le ha caracterizado en este vía crucis. Y que -sostienen- fue el cuaderno de bitácora de sus mandatos. Y recuerdan que ya con la primera imputación -el vergonzoso episodio de los falsos trajes- obtuvo una sonada mayoría absoluta en las últimas elecciones cuyo cartel popular encabezó.

Se han apresurado algunos colegas -no siempre tan objetivos- a celebrar la sentencia y a lamentar los daños colaterales. Sepulcros blanquedos.

Se quiera o no. La noticia no es solo magnífica para el expresidente, es objetivamente una buena noticia para todos. Y debiera así tenerse en cuenta.

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