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Caso Camps: “I tot això qui ho paga?”

La fiscalía se ha aplicado con saña contra Paco Camps y contra otros y encontramos indicios de que en muchos casos se retuerce la realidad para construir causas eternas con un fin espurio.

El expresidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, y su abogado, Pablo Delgado, ofrecen una una rueda de prensa tras ser absuelto

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Hizo bien Paco Camps en desconectar el teléfono en las 24 horas siguientes a que se conociera la noticia de la que ha sido protagonista esta semana. El problema es que cuando volvió a conectarse al mundo, después de su comparecencia pública en el hall del bufete de sus abogados defensores tenía centenares de felicitaciones, un caudal difícil de gestionar. Camps, que no guarda rencor, discierne en este momento entre “el sant i la peana”, entre quienes siempre creyeron en él -una minoría- y la pléyade de quienes se apuntan a triunfos y en el mus, no hay triunfos sin distinción de palos. Yo me entiendo.

El escritor catalán Josep Pla viajó a Nueva York en 1954. Su visita formaba parte de un proyecto periodístico organizado por la revista Destino. En la gran manzana se quedó boquiabierto con los rascacielos, con las luces de neón y con los focos que iluminaban los edificios, la majestuosidad arquitectónica y la fastuosidad estética del nuevo mundo. Pla se dirigió a su guía y le formuló una pregunta sencilla: "Escolti, i tot això qui ho paga?".

Francisco Camps Ortiz, el President Camps, ha salido indemne de su viacrucis judicial con su absolución en la décima de las causas en las que andaba inmerso y tras haber resultado inocente de las 9 anteriores. A sus 15 años de calvario judicial y mediático bien podría seguirle el aforismo sobre Pla: “I això qui ho paga?” O, en otras palabras: ¿quién y cómo se le paga a Camps? ¿quién corre con la deuda de la fracasada caza de Camps y cómo responden de ello los ineptos de sus cazadores, esa jauría de mata siete y espanta ochos? ¿Quién abona el coste de su linchamiento público y social?

Como he dejado escrito en más de una ocasión, simpatizo con Camps -nadie se sorprenderá seguro- pero no somos íntimos. De hecho, podría reprocharle haber habilitado, in vigilando, circunstancias que me han perjudicado en mi vida profesional. Pero agua pasada no mueve molino. Lo que sí que anticipo es que puedo hablar, en eso soy de los pocos, con conocimiento de causa y argumentos de sobra. Lo he entrevistado en 3 ocasiones, en prime time en sus horas bajas y durante su postración política y social, cuando quienes ahora cacarean su apoyo lo consideraban un apestado. Cuando he conversado con él en un plató o de forma privada, siempre ha dicho lo que le ha venido en gana y le he preguntado siempre lo que he querido, con libertad, incluyendo las cuestiones más incómodas. Fue en el plató de El Faro, en La TV autonómica 8 Mediterráneo, cuando me confesó que pretendía ser candidato a la alcaldía de Valencia, una afirmación exclusiva que -como ya glosamos- tendría poco recorrido. No obstante, jamás dio la callada por respuesta o me negó una comparecencia televisiva. Y siempre fue un caballero. Ahora me temo que le van a salir “palleters” defensores de su causa hasta debajo de las piedras. Guárdate del alago, Paco. Pero continuemos.

Esto tenía que llegar y me alegro por él. Mi más sincera enhorabuena que extiendo a sus defensores legales. Ahora bien, la pregunta, como decía, es quién y cómo le pagan a Camps su calvario, a Camps y a otras decenas de personas porque cuánta gente ha sufrido la condena social de la imputación durante lustros y no solo ya políticos sino funcionarios, directivos… gente humilde con vidas destrozadas.

La travesía por el desierto de Paco Camps está redactada y en los papeles. Fue declarado meme oficial de la corrupción, se transcribieron públicamente sus conversaciones privadas, se le dedicaron centenares de portadas, tuvo que dimitir con el mejor resultado electoral, el fuego amigo arrasó con el campismo que no fue más que la reacción del converso al zaplanismo, le dedicaron escraches y chistes y le atacaron allí donde más dolía, en su entorno social, en su club, en su espacio de proximidad, se fantaseó sobre su solvencia y, no obstante, nunca perdió la dignidad.

En esta semana cobra especial interés la historia del President. La historia de Paco Camps, o el final de su episodio judicial, coincide con la imputación/investigación de la mujer del Presidente del Gobierno. Y las comparaciones son tan necesarias como odiosas. Camps ha tenido que vivir en sus propias carnes la condena real que supone que te investiguen en una causa penal. Pero la violencia con la que se aplicaba la fiscalía en la persecución a los imputados del PP en sus causas, contrasta con la que se impone a la mujer de Sánchez. El medio que publicó su foto en 169 ocasiones en portada no encontró motivos, al día siguiente de su absolución, para adjudicarle espacio tipográfico.

Y aquí quizás toque hablar de la fiscalía. Es una pata esencial en este tipo de procesos y en las actuales circunstancias y pasadas ¿qué pasa cuando los intereses del gobierno se anteponen a la búsqueda de la verdad? La fiscalía se ha aplicado con saña contra Paco Camps y contra otros y encontramos indicios de que en muchos casos se retuerce la realidad para construir causas eternas con un fin espurio. Pero ¿qué gana un fiscal persiguiendo durante años a Paco Camps? ¿Por qué hay peticiones de pena que parecen desorbitadas y quedan reducidas a la nada una vez finalizado el juicio? ¿Son las peticiones de pena una suerte de extorsión que usa la fiscalía como herramienta de trabajo?

Seguro que vamos a seguir escribiendo y hablando sobre el ex Molt Honorable. Sobre su futuro, sobre su complicada rehabilitación política, sobre la responsabilidad política de su gestión en el gobierno de la Generalitat. Pero miren, la justicia, la izquierda y sus compañeros -que le enviaron a Federico Trillo de motorista- deben pedir perdón. Nadie -y mucho menos Mónica Oltra- ejemplifica como Camps la crudeza de la política y la imposición como un yunque de las líneas rojas, que se mueven a veces en función de la asimetría de los pareceres y los juicios de valor de una política en horas bajas.

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