¿Vandalismo en la Universidad?
Acusar a la UPV de genocidio -¡ y al Rector!- no es solo un disparate y una ignominia que no merece más que repulsa, ofende a la comunidad universitaria y retrata a sus autores.
Los vándalos, históricamente hablando, fueron un pueblo de corta trayectoria (429-534 d.C.) y larga fama por su bárbara condición. Hasta seis nombres propios de líderes o caudillos aprendió mi generación en la escuela, además del de Genserico, acerca de aquellos que fueron capaces de derrotar al Imperio Romano en la cuarta guerra púnica. Católicos y arrianos -lo que provocó no pocas crisis y rencillas internas- tras haber llegado a dominar Cartago, sucumbieron definitivamente bajo Justiniano.
Los rescató del olvido, en los albores de la Revolución Francesa, el revoltoso preboste Gregoire al comparar su barbarie con la de los que se dedicaron a destruir, vejar o expoliar obras de arte, de literatura, de arquitectura y cualquier vestigio de cultura anterior al Directorio.
En el mayo del 68, “soyez réalistes, demandez l`imposible” previo, durante o posterior a la extracción y lanzamiento de adoquines, los estudiantes franceses lideraron una sonada universitaria que amagó con un neovandalismo finalmente discreto. Más de consigna que, afortunadamente, en la práctica violenta.
El movimiento “woke” surgido en EEUU en 1942 entre comunidades afroamericanas como plataforma de denuncia de la injusticia social, se extendió sobremanera al incluir la lucha contra el cambio climático, el feminismo y la diversidad sexual entre las personas vulnerables, y otras reivindicaciones sectoriales, hasta cobrar inusitada fuerza y predicamento universal. Incluso ser adoptado en la práctica como programa político por determinados partidos e instituciones, sustituyendo conceptos superados, como el de “lucha de clases”. Nuevas formas de vandalismo “ilustrado”, del que son víctimas museos, instituciones, monumentos urbanos, obras de arte, películas, libros e incluso música, aderezadas por coartadas étnicas o morales, invaden espacios culturales públicos y privados, y con idéntica impunidad jóvenes conciencias.
Hace veinte años escribí en la prensa local “Leña al toro que es de acero” cuando unos bárbaros, atribuyéndose no sé qué pertenencia a qué movimiento nacionalista, pintarrajearon en el toro de Osborne que el rector Justo Nieto había rescatado de la red de carreteras para el campus de las esculturas. No recuerdo hasta ahora otro hecho semejante en el Campus de Vera de la UPV.
Hasta ahora que los muros -que son nobles por su función y factura- y alguna escultura del “templo de la sabiduría” (todo un clásico) se han visto de nuevo embadurnados con insultos al Alma Mater, al Rector, y una grave irresponsabilidad. El reciente premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales, Michael Ignatieff, digno representante del pensamiento liberal más profundo, cita en su obra reciente Auschwitz y a Primo Levi, el gran judío italiano autor de testimonios del Holocausto al que sobrevivió. Y con él a Dante, para no olvidar que “había un mundo al otro lado de la valla”. Con mayor crudeza, ha recordado recientemente a los universitarios norteamericanos acampados -los mismos que ha felicitado el ayatolá iraní- que su comprensible, aunque rdical defensa de Palestina resulta en la práctica, un apoyo al terrorismo de Hamás.
Acusar a la UPV de genocidio -¡ y al Rector!- no es solo un disparate y una ignominia que no merece más que repulsa, ofende a la comunidad universitaria y retrata a sus autores. Hacerlo desde el anonimato y atentando contra el patrimonio es además de un desprecio de lo público, un acto de cobardía. Cuando el grafiti -y el grafiti urbano- pugna con legitimidad por ocupar un lugar en las artes plásticas, en la UPV de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos, en la que se formó Escif no cabe una forma de vandalismo tan grosera. Ni sirve a nadie ni a nada.
La juiciosa decisión de suspender la amenazada Feria de Empleo universitario es, a la vez, la primera consecuencia fatal del vandalismo como herramienta. Y el apoyo prestado por CC OO a los autores, un acto de ceguera o de oportunismo.