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Pisos turísticos, por supuesto que sí

Máximo respeto a los manifestantes, a quienes habrá que ayudar en una sociabilidad más llevadera, pero cargarnos la gallina de oro que hoy en día representa el 13% del PIB.

Benidorm cuenta con 74.600 habitantes censados, su máximo histórico.

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Aquí en la Comunidad Valenciana todavía no nos hemos lanzado a la calle para protestar contra la excesiva masificación del turismo. De momento parece que eso queda para las islas, sean Baleares, Canarias, o para ciertas regiones norteñas que fueron pioneras en el turismo decimonónico de alto standing, pongamos por caso Cantabria, San Sebastián y algunos municipios asturianos y gallegos.

Nuestro turismo de masas vino después, cuando ya remontábamos las miserias tercermundistas de posguerra y los tecnócratas entraron en los gobiernos franquistas para darle al país la vuelta socioeconómica, al tiempo que la industrialización del campo mandaba olas migratorias hacia la costa. Muchos de aquellos forzosos exiliados de pueblos donde sus familias habían vivido siglos, encontraron trabajo en una incipiente industria como era el turismo.

Si ha habido una ciudad capaz de sorprender a urbanistas, sociólogos, arquitectos, promotores, servicios, etc., esa es Benidorm a la que ninguna otra se le ha podido comparar, siquiera aquellas que quisieron mimetizarla, cuando de pueblecito de pescadores se convirtió en la Babilonia del cuerno de la abundancia turística, pero tampoco lo han conseguido.

Me pasé muchas horas de entrevistas para escribir la biografía de Pedro Zaragoza Orts, revisando cartas, libros, planos y apuntes con aquel personaje único: “El visionario que inventó Benidorm” así se llama el libro, y la conclusión que extraigo después de 10 años de haberlo publicado es que desde la época de el Plan Cerdá y su famoso por innovar “L‘Eixample” de Barcelona, nadie se planteó conseguir una macrociudad turística prácticamente desde un villorrio dedicado a la pesca y la almadraba.

Y allí empezaron a pulular tanto las segundas viviendas, tanto veraniegas o por temporadas largas, como los hoy denominados pisos turísticos. Entonces no existían prácticamente agencias de alquiler, ni mucho menos ofertones de Internet, los auténticos intermediarios y colocadores de viviendas eran los porteros de otros inmuebles, quienes tampoco hacienda distingos a la hora de alquilar un piso por un día, una semana, un mes o medio año. Con ello conseguían magros sobresueldos, amén de beneficiar al propietario que solía tenerlo cerrado gran parte del año.

70.000 empadronados y 500.000 turistas en los picos más altos. No he conocido a ningún benidormense que proteste por esta masificación que arrojan sus rascacielos hacia las playas y terrazas en esta ciudad que no duerme, y donde puedes encontrarte “con de todo” y de cualquier nacionalidad. Pioneros en el topless, más “fast food” por metro cuadrado que Manhattan, discotecas y disco-bares que cierran de amaneciera, amores locos sobre la arena, policía expeditiva y convivencia a cualquier edad. Todos aquellos que le dieron no más de 25 años de vida se han tenido que tragar sus palabras. Y aunque puede haber edificios completos con ese tipo de turismo, no son competencia ni especificidad para cualquier edificio benidormense, y en cualquier portería te pueden alquilar un piso por 24 horas.

Y otro tanto, aunque en menor medida podríamos decir de Cullera o Torrevieja, pongamos por caso. Los hoteles que cotizan al público y llevan un registro de hospedaje, también hacen precios especiales para largas estancias, y los servicios van incluidos. Me parece una memez la nueva ley sobre edificios exclusivos para pisos turísticos, entre otras razones porque sólo van a favor de la economía sumergida y de los alquileres no declarados, pero cobrados que no cotizan ante Hacienda.

Gracias al turismo España está entre los países más afortunados, no tenemos petróleo, hubo otros minerales, ni producimos la tecnología más avanzada y fue la suerte natural del sol y playa la que nos ayudó a despegar económicamente. Esto es una industria muy competitiva y no tardarán los países competidores en hacer contrapublicidad, como ya hacen algunos rotativos ingleses publicando que los españoles no quieren a los extranjeros.

Máximo respeto a los manifestantes, a quienes habrá que ayudar en una sociabilidad más llevadera, pero cargarnos la gallina de oro que hoy en día representa el 13% del PIB, amén de los puestos de trabajo ocupados en hostelería. Es más, ¿cómo controlar ese tipo de alquileres que llevan más de 50 años practicándose? ¿Tiene Hacienda suficiente personal para estar al tanto de un piso alquilado (incluso en negro) por un día o una semana? ¿Los ayuntamientos turísticos, que reciben pingües beneficios de este tipo de turismo, serán colaboracionistas? ¿Los muchos cientos de miles que ocupan su piso durante un mes, y luego lo alquilan 2 o 3 más, van a cambiar la calificación impositiva? Y así podríamos seguir con varias páginas de interrogaciones sobre esta chapucera ocurrencia, sobre todo si presuponemos que sólo grandes empresas pueden levantar este tipo de edificios fiscalizados como negocio.

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