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La rubia del Jaguar y El Pedernoso

Ya lo decía Von Bismark: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.

El Pedernoso

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Hoy no se puede hablar de política. Ni de elecciones, ni de Sánchez, ni de Feijóo. Tampoco de Abascal, ni de Alvise. Todos concurren a las elecciones y hoy estamos reflexionando sobre nuestro voto. No se puede hablar del juez Peinado, ni de Begoña, la señora de Sánchez, que cada día me recuerda más a Urdangarín. Sánchez le ha declarado su amor por escrito y de palabra por todas las plazas de España, tiene que estar que se sale la mujer. Si yo hubiera hecho eso con la mía —incluso aunque fuera mentira— no me habría tirado a patadas como ha hecho, que ahí me tienen a mi con todo mi golpe de nivel treinta, con mis medallas por méritos contra el terrorismo, mis atentados eludidos por los pelos con la consiguiente decepción de Kubati y De Juana Chaos, y mis luchas contra la internacional fascista —ellos saben de quienes hablo, pero no daré sus nombres para no hacerles publicidad—.

Después de eso y de más, me vi a media noche, como un argelino errante, como un marroquí de las pateras, cargando con tres mudas, cuatro jerseyes, dos pantalones, una bolsa de aseo, una chaqueta ruinosa y el lubricante para el uso del matrimonio —que decía el cura salido de Canónico—, que ya no voy a necesitar. Lo usaré como engrase para la cadena de la moto y me ahorro el tres en uno. ¡Qué le vamos a hacer!

Hoy no se puede hablar de Begoña, que ha adquirido un enorme protagonismo presidencial en la campaña y no diré ni media más que no quiero acabar en la cárcel —por ahora— porque sé que terminaré yendo tal y como veo las cosas. Reflexionemos, que es el momento de hacerlo y mañana domingo respiraremos tranquilos viendo si Tezanos y sus cocinas funcionan o no sirven ni para tacos de escopeta y son despedidos, al paro o al asilo que es donde tenemos que estar los de esta edad y no urdiendo trolas como la Rue trece del Percebe.

Solo quiero que terminen ya los coñazos de campañas electorales aunque me da que vivimos en una campaña eterna, que se repite circularmente como la concepción griega de la historia. Nada nuevo bajo el sol.

Esta tarde, para relajarme de la “gota malaya” que llevan meses protagonizando los políticos con las lecciones, he cogido a Casilda y me he plantado en la plaza “dels Cavalls” —plaza de los Caballos, haciendo alusión a la escultura central que los tiene—, a la que luego un alcalde franquista, Ambrosio Luciañez, cambio el nombre por plaza de los Luceros, que aludía a los luceros que se cantan en el Cara al Sol, en los que hacen guardia los de la camisa azul. No nos metamos en política que estamos de reflexión.

Me siento en la plaza dels Cavalls relajado, mirando a las estrellas que adornan la columna central, que no hay que demonizarlas por mucho que ante ellas hicieran guardia los fascistas del Cara al Sol. Desantes, el gran Desantes, ordenanza primero de la Biblioteca de los libros felices que me honró nombrándome ordenanza segundo de Don Biblio y ministro de Propaganda del Régimen Donbiblista, me lo dijo claramente. Pensé no comprar un libro que contenía escritos varios procesos inquisitoriales por las barbaridades que contaba. Entonces me pregunté ¿Qué culpa tiene el libro de lo que han escrito en él? Exactamente. ¿Qué culpa tienen las estrellas de que los fascistas las eligieran en su canción para hacer guardia?

Embebido en una prueba literaria de Miriam Rivero —mujer explosiva que escribe como Dios, en el caso de que este exista y sepa escribir—, oigo un frenazo a medio metro de la silla en que me refocilo pensando en Miriam y en su literatura con la temperatura del mismísimo infierno.

Se baja de un Jaguar verde, un rubia espectacular —creo que de bote, pero no importa— y viene hacia mí con un ejemplar del “357 Magnum. Por ti me juego la salvación”. Me da un beso de esos que aceleran el ritmo cardiaco. Nada de besos al aire en plan mariconeo o para cubrir el expediente. Un beso que se acerca peligrosamente a la boca y me saca de un plumazo de mi estado de acartonamiento, de mi amojamamiento, y me pon en línea con la literatura de Miriam. ¡Madre de Dios! ¡Esto, la dilatación automática de la cremallera de salva sea la parte, tiene que ser un milagro de las monjas rebeldes de Belorado!

Llevo varios días intentando verte —dice la rubia del Jaguar—, quiero que me firmes tu libro que me ha puesto a cien con su lectura. Exactamente esa velocidad —respondo tembloroso y con los sudores de la muerte resbalando por mi lomo– he cogido yo ahora mismo. Como tu Jaguar. De cero a cien en tres segundos.

Entro al trapo —solo quiero olvidarme de la campaña electoral que me lo está bajando todo— y, como si fuera el protagonista del 357 Magnum, empiezo a contarle algo mucho mejor que ese libro.

Andamos liados —con perdón— con un evento literario que va a marcar distancias con lo hecho hasta ahora. ¡No me digas! Contesta con asombro y con un interés desatado, que hace que su cara luzca aún más expresiva y brillante que al principio. Me nacen unos deseos que desconocía, olvidado ya del refocile desde mi expulsión del que creía mi hogar. Creo que esta rubia se merece, siquiera, un intento de Rubiales, pero me contengo. No quiero acabar perseguido por el feminazismo y respeto profundamente la libertad de toda mujer para elegir con quién, dónde, cuándo y de qué forma, quiere el Rubiales del que hablo. Me contengo como en el colegio de los claretianos contenía, a ladrillazos y durmiendo en el suelo, las tentaciones contra la castidad. ¡Señor, tú que nos has quitado las posibilidades, quítanos también las ganas!

¿Conoces El Pedernoso? —pregunto con toda la dulzura de que soy capaz, muy poca, a la vez que la invito a sentarse a mi lado—. Es un pueblo de la Mancha, esa zona que ahora se conoce en mil sitios parecidos, como la España vaciada por ese afán de todos de vivir en grandes ciudades, con ruidos, humos, amontonamiento de gentes y trajines de todo tipo que nos sacan de quicio. Le viene el nombre por estar asentado sobre una vieja cantera de pedernal. Azorín, que era de Alicante, ya cita a este pueblo en el que le gustaba hospedarse para escribir con tranquilidad. Azorín fue uno de los grandes autores que pasaron largas temporadas en El Pedernoso, disfrutando su paz, su hospitalidad, su clima continental y duro, con inviernos fríos y veranos ardientes —paro en mi relato porque la rubia del Jaguar saca la lengua, se la pasa por los labios y me provoca un vahído como los que tienen lugar en “La venganza de Don Mendo”: ¡Santo cielo, se ha privado y por colchón me ha tomado! Dice uno de los protagonistas de Muñoz Seca.

Estuvo Azorín, pero antes hubo otros incluso más importantes que el alicantino. Se habla en El Pedernoso —inolvidable también por su fastuosa comida manchega, incluido el lomo de orza que por sí solo constituye un pecado de gula como esta rubia lo constituye de lujuria— se habla de que el pueblo fue fundado por Don Juan Manuel, autor del Conde Lucanor y genio de la literatura medieval y se habla, como no puede ser de otra forma, del vecino Belmonte cabeza de partido, pueblo con gran castillo y cuna de Fray Luis de León, otro genio que conoció la cárcel por dentro por haber traducido al castellano el ‘Cantar de los Cantares’. Ese libro, que integra la Biblia, es un canto de bodas, un canto erótico —bésame paloma mía con los besos de tu boca, dice como voy a decirle yo ya mismo a la rubia del Jaguar—. Pues bien, este canto erótico de hace más de dos mil años, los obispos, deanes y sacristanes analfabetos, nos lo han querido colar como un canto del amor a la Iglesia. Por eso entro Fray Luis de Belmonte, que no de León, a pegarse un larguísimo veraneo en las cárceles inquisitoriales.

No puedo dejar fuera de este artículo —para que vean que respeto la jornada de reflexión y no influyo en el voto a quien les dé la gana— a Jorge Manrique. Sí, el palentino, el de Paredes de Nava, uno de los más grandes poetas de la Lengua española junto con Miguel Hernández. El autor de las ‘Coplas a la muerte de su padre’ estuvo en El Pedernoso acampado en la reconquista y de allí salió para morir en la batalla en Castillo de Garcimuñoz. Fíjate, rubia del Jaguar, si es rica la historia y la literatura de este país tan vapuleado que se llama España aunque más de cuatro y cinco gilipollas no quieran llamarlo así. Ya lo decía Von Bismark: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. Esto hoy no se puede comentar ni hablar de los múltiples autores. Estamos reflexionando.

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