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Votamos mañana pero, ¿qué nos jugamos?

Las sociedades democráticas están hoy más divididas en sus preferencias, filias y fobias, valores y expectativas que hace diez o veinte años.

Los candidatos para las elecciones europeas tras el debate en RTVE

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Dos asuntos que conviven en la interfaz existente entre la política y la justicia se añaden al cúmulo de ingredientes que condicionarán las elecciones de mañana domingo. La exoneración judicial definitiva de Paco Camps de los asuntos que lo mantenían en ese limbo donde no eres ni inocente ni culpable y la imputación definitiva de la mujer del presidente del Gobierno. Ambas circunstancias contribuyen al aire plebiscitario de estos comicios europeos y consolidan la polarización que existe en la política española y valenciana y además están en la campaña a mayor gloria de sus protagonistas.

Esta circunstancia doble forma parte del volcánico clima existente en la actualidad, consecuencia de un proceso histórico. El 28 de mayo de 2023, acaba de cumplirse un año, los españoles propiciaron con su voto el cambio político en las instituciones autonómicas y municipales. El poder territorial cayó del lado del PP. El Partido Popular, aquejado durante años del virus de la corrupción, pero también condenado por la pena del telediario, abandonó el ostracismo en el que le situó la sociedad y se rehabilitó para poder gobernarnos. El paradigma de esta evolución es el fin del “Caso Camps”.

Este domingo hay una nueva cita electoral, esta de carácter europeo, y además de que la sociedad censada podrá poner nota a la gestión de la derecha durante de estos 12 meses en el ámbito territorial, el PP podrá poner a prueba si la estrategia de la moderación es la adecuada. En ese sentido Núñez Feijoo tiene una tesitura compleja, habida cuenta de su perfil. Su moderación genética no parece encontrar acomodo en un escenario político de trinchera en el que impera el exabrupto -el fango- y en el que se busca más el choque entre partidos que la persuasión del electorado.

Si mañana el PP -incómodo en el pugilato de la política española- no obtiene sobre el PSOE la distancia suficiente es probable que vire el rumbo de su mensaje hacia la radicalización en el ámbito de la inmigración, la memoria histórica o la educación. La moderación es la némesis de la polarización, el magma en el que PSOE y VOX sí que se realimentan -solo hay que comprobar cómo los socialistas han asumido su condición de “zurdos”-. Las sociedades democráticas -la española en particular y sin duda la valenciana también- están hoy más divididas en sus preferencias, filias y fobias, valores y expectativas que hace diez o veinte años. En nuestra sociedad ha aumentado la percepción negativa hacia los líderes del otro bloque político con el que nos identificamos. Como en Estados Unidos. Allí la polarización se manifiesta en las opiniones cada vez más irreconciliables entre republicanos y demócratas y aquí en España o en la Comunitat Valenciana se encadenan escraches, insultos, descalificaciones y diálogos de sordos en asuntos como la polémica Ley de Concordia, el callejero, la tauromaquia, la praxis institucional de la mujer del Presidente o la corrupción. No nos extenderemos más sobre el “jarabe democrático”, que se ha vuelto contra sus inspiradores en una nueva vuelta de tuerca sobre los discursos políticos más hipócritas.

¿Quién es responsable de este clima? Los políticos son los responsables directos de este ambiente y hoy es prácticamente imposible que de manera pública -en privado sí lo hacen- expresen amabilidad o sentimiento de respeto mutuo con su oponente. El periodismo, es cierto, tiene mucho que decir a la hora de intentar acotar los límites de la polarización y de rebajar la crispación política, pero ese ya es otro cantar. Y los responsables de marketing y comunicación de las formaciones políticas y las agencias que desarrollan sus campañas, desde luego también. Me paro aquí, en las palabras como principal arma de persuasión política.

Los lemas de la campaña

Repasemos los eslóganes que los partidos políticos que concurren a las elecciones europeas del 9 de junio han plasmado en sus carteles -ahora ya digitales, poco papel se ve- para concluir que la escalada bélica en el campo de la semántica no parece tener barreras. Sólo los socialistas con un soso “Más Europa”, se sostienen en el ámbito de la institucionalidad sin amago de frentismo. El resto de formaciones, las principales, se apuntan al boxeo, a la resistencia, a la semántica frentista con frases abruptas que, lejos de alumbrar mensajes constructivos ven al adversario como un enemigo. Por partes. Un reactivo “Tu respuesta” es el lema del Partido Popular, el aspirante que pretende surfear la reacción al sanchismo para llegar al poder. “Nos van a oír” es la propuesta festivalera de Vox, que no aspira tanto a estar como a que se les oiga, para ahuyentar los riesgos de la irrelevancia. En el ámbito local, el claim de Compromís“Plantem cara”- refleja a una suerte de pataleo.

Escribe Carolina Arrieta, profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, que la política es una guerra de palabras en la que interesa designar al rival con los términos de carga negativa y apropiarse para el grupo propio de aquellos con carga positiva. Así, los eslóganes políticos, son llamadas a la acción en una guerra verbal y, lejos de estar construidos para establecer una réplica y contrarréplica solo buscan un debate desigual, sin opción al diálogo, para funcionar bien en redes y en la declaración televisiva a corto. La historia de los eslóganes políticos en nuestro país, pues, ha sufrido una degradación intelectual obvia desde los albores de la democracia. “OTAN, de entrada no”, obligaba a un pequeño esfuerzo mental. Ahora manda el gregarismo y la alimentación del bajo instinto de la manada.

Las palabras y los hechos

Y, sin embargo, a pesar del poder de las palabras, no son las frases las que deciden una campaña. Lo que nos encontraremos en las urnas del domingo será el efecto de un cúmulo de hechos. La capacidad del PSOE de fomentar la visión de un Pedro Sánchez como víctima del sistema a quien hay que proteger. La valoración negativa o positiva del gobierno autonómico de turno, en nuestro caso el de Carlos Mazón, y de su gestión de los primeros 12 meses de nueva administración. El nivel del enfado del electorado respecto a cuestiones como la amnistía -creo que es un elemento ya descontado-. La frivolidad -que existirá- de los votantes que piensan que el voto europeo puede ser destinado a castigar a quien sea, al poder principalmente, sin consecuencias. No, no solo son las palabras y los lemas políticos los que mueven a la acción, pero sí que es la coherencia entre palabras y hechos lo que puede considerarse crucial en la decisión de votar. El relato o “storytelling” no puede ser discordante con la gestión o el “storydoing”.