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¿Publicidad engañosa?

Los productos deberían contener toda la información relativa a su origen.

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Hace unos días el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaba una sentencia que consideraba como válida y perfectamente ajustada a la normativa europea la utilización de términos como salchicha, hamburguesa, filete,...a productos de origen vegetal.

Este fallo del alto tribunal europeo responde al intento del gobierno francés de prohibir el uso de vocablos asociados tradicionalmente a los productos de origen animal por parte de las empresas que elaboran productos plant-based, para evitar una supuesta publicidad engañosa.

Y es que hace unos años, atendiendo a la estricta definición de leche, como secreción láctea de los mamíferos, el sector lácteo impidió que las bebidas vegetales pudiesen etiquetarse como leches vegetales. Pese a ello, el mercado de bebidas vegetales en Europa ha crecido entre un 7 y 10% anual en la última década, reflejando cambios en las preferencias de los consumidores hacia opciones más saludables, sostenibles y éticas.

Sin embargo, el asunto que nos ocupa ahora se refiere a formas de presentación de los productos, que nada tiene que ver con los ingredientes que los componen.

Apenas quince días antes de esta sentencia del TSJUE, el PSOE, actuando como altavoz del lobby cárnico, presentaba en la mesa del Congreso la “Proposición No de Ley de regulación de las denominaciones de productos cárnicos en España” para su debate en la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación, alegando a que por su similitud, tanto en forma como en nombre con los elaborados a base de animales, los productos veganos y vegetarianos pueden “inducir a error a los consumidores acerca de la verdadera naturaleza y composición de los productos en el mercado”, todo ello propiciado por la alerta de que “el aumento del consumo de productos de origen vegetal ha sido del 48% en España en términos de valor de ventas en los últimos dos años, mientras que el volumen de ventas aumentó un 20%.”.

Estos “acontecimientos” más allá de lo estrictamente jurídico, que no es desdeñable, requieren varias reflexiones, bajo mi punto de vista.

La primera. Tratar de ridiculizar el veganismo, no ha conseguido matarlo. Es más, cada vez hay más personas que por motivos de salud, ambientales o por empatía hacia los otros animales, han decido dejar fuera de su dieta los productos de origen animal. Tanto, que un sector tan poderoso, respaldado e incentivado por parte de las instituciones, como el cárnico, comienza a sentir preocupación por la cuota de mercado que las empresas de alternativas vegetales le están comiendo, nunca mejor dicho.

De hecho, no son pocas las ganaderas que han implementado en su negocio líneas de productos vegetales para compensar la reducción de demanda de sus productos originarios. Dos ejemplos son el de las bebidas vegetales, para complementar la venta de lácteos y el de diversas cárnicas que han introducido líneas de productos veganos y vegetarianos, como salchichas y otros fiambres.

En segundo lugar, merece la pena destacar un estudio reciente realizado por Heura Foods sobre consumo de carne vegetal que indica que “el 84,8% de los encuestados opina que consumirían este tipo de alimento si les asegura un sabor y textura similar al de su homólogo animal.” Nada nuevo para los cárnicos que saben que hay consumidores dispuestos a reemplazar sus productos de origen animal por otros análogos de origen vegetal, pero que en lugar de plantearse reorientar sus modelos de negocio y comenzar a prever algo inevitable, prefieren mantener su estatus a base de pleitos y campañas destinadas a ocultar aquello que no les interesa que exista.

En tercer lugar, si hablamos de transparencia en mayúsculas, los productos deberían contener toda la información relativa a su origen, proceso de “fabricación” y “modo de obtención”. Así sabríamos cuando compramos músculos (carne), si éstos son, por ejemplo, de un bebé de vaca (ternero) que fue robado a su madre al poco de nacer, o si ese pollo vivió sus únicos y terribles 45 días en una jaula de la superficie de un folio. O si para ejecutar al animal utilizaron una pistola de clavija perforadora que impactó en su cerebro, un baño de agua eléctrico o simplemente, atendiendo a algún ritual religioso, el animal no tuvo derecho ni de ser aturdido previamente a su degüello.

En su lugar encontramos el impune engaño de las cínicas etiquetas de bienestar animal (que implican el mero cumplimiento de una ley que permite, por ejemplo, triturar vivos a los pollos macho desechados porque no sirven para poner huevos), la falacia de los anuncios televisivos de vacas felices a las que acunan y cantan los ganaderos o las fotos de mataderos con pollitos felices sobre manos que los cuidan.

Y para completar esta reflexión sobre cuestiones serias, coherentes y acordes a una sociedad de un ya avanzado siglo XXI, el gobierno, en lugar de destinar nuestros impuestos a estar continuamente promocionando campañas que incitan al consumo de animales, se preocupase por fomentar el consumo de productos vegetales, más alineados con los retos ambientales y éticos a los que que la sociedad se enfrenta. Porque estamos hablando de salud pública, sostenibilidad y la vida de miles de millones de animales.

En definitiva, que no fuese también publicidad engañosa el comentario del presidente del gobierno que presume de construir “una Europa más justa, verde, moderna y sostenible”.

Señor Presidente, sea coherente con lo que dice, actúe con responsabilidad y deje de ceder, como ha hecho en anteriores ocasiones, a la presión de quienes viven a costa de un sistema alimentario arcaico, a todos los niveles. Póngase de una vez del lado de los animales y apueste de verdad por el futuro sostenible que la sociedad demanda. Porque, pese a usted, éste llegará. ¿Quiere ser recordado como quien lo impulsó o como quien trató de impedirlo?"

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