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Las estaciones del presidente

Si el documental sobre Pedro Sánchez pretende ser veraz, fidedigno y auténtico, su protagonista deberá aparecer a menudo mintiendo.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez en el festival de cine de San Sebastián.Europa Press

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El diario gubernamental (no confundir con el BOE), probablemente a instancias de Zapatero, con una pata permanente en él y la otra eventualmente en Suiza, con Puigdemont, ha salido al rescate del documental monclovita -ya se habrá quedado antiguo, digo yo- que ninguna cadena de televisión parece haber comprado. Coincido con Ignacio Camacho en que si pretende ser veraz, fidedigno y auténtico, su protagonista deberá aparecer a menudo mintiendo.

Les adelanto que no emplearé ni un minuto de mi tiempo, que empieza a ser escaso, sentado ante la miniserie, culebroncillo o micro telenovela (“ópera de jabón” en inexacta traslación del inglés americano) y, en consecuencia, no podré entrar en contenidos, sino en formas y analogías que se me antojan procedentes.

Pese a la elegida coincidencia numérica con la obra maestra de Vivaldi, a la vista del reducido éxito obtenido por el momento, no parece que la comparación resista el primer asalto. Ni por mucho que se presente como la cara alegre de un sufrimiento victimista continuado y cierto, nadie tendrá la pretensión de compadecerlo con el via crucis cristiano.

Hay que tener cuajo para hacer coincidir su emisión con el estado de la averiada red de estaciones ferroviarias españolas que Atocha, Chamartín y Sants vienen liderando con valores absolutos de auténtico escándalo. Tampoco conviene precisamente ahora, recordar la legítima afición de la ministra Mónica García por Navacerrada, tras conocerse las excursiones fuera de pista de su conmilitón Errejón. Tal vez la apasionada aventura amorosa que Vittorio de Sica retrató en 1953 en su película Estación Términi, o la maestra escribidora de cartas de amor de la más reciente Central do Brasil (1998) de Walter Salles, evoquen al “hombre profundamente enamorado” y su famosa carta -también de amor- a la ciudadanía, de tan infausto y cercano recuerdo.

La última estación (Alemania, 2009) recrea el enredo (no de cama) vivido por el triángulo León Tolstoi, su aristocrática esposa, y su amado discípulo Valentín Bulgakov, siguiendo la novela biográfica de Jay Parini (1999) y plantea pioneras e interesantes -¿contradicciones?”- relaciones sobre ricos fingidamente comunistas. Coloquialmente hoy llamados “pijoprogres”. O gauche caviar si lo prefieren.

Género en el que, siguiendo con el inglés, el killer es ingrediente imprescindible

En la literatura más próxima en el tiempo, como en la inaudita situación por la que atraviesa en España, las de ferrocarril dominan por goleada

La impresionante novela Estación Once de la canadiense Emily St. John Mandel, como reflexión e íntimo testimonio de la pandemia vivida, suscitó el interés de George R.R. Martin, hasta considerarla la mejor novela de 2014 (recuerden que es el creador de Juego de Tronos, la serie de Pablo Iglesias. Otra curiosa conexión). En 2021 Patrick Somerville la llevó a las pantallas domésticas en diez episodios y considerable éxito.

El italiano Jacopo de Michellis, con la estación central de Milán como escenario, escribió el thriller La Estación, en 1923. Género en el que, siguiendo con el inglés, el killer es ingrediente imprescindible. Como en la musicología falconiana moderna del Presidente.

Con la hipótesis de que, estación, intriga y crimen pudieran constituir un trípode de éxito, cito la reciente obra del cineasta Luis Prieto, Estación Rocafort, de este mismo año.

Y dejo para el animoso lector seguir indagando en campo tan atractivo como rico en relaciones y sugerencias.

He oído al vuelo, en la radio, un anuncio de neumáticos -baratos, pero no de saldo- que son “todo terreno” (aquí hay coincidencia numérica ) con las cuatro estaciones que, Maduro, como con los puntos cardinales, contaría cinco. Y, qué se yo, me ha parecido nueva analogía.

Elías Bendodo acaba de ponerle nombre propio, muy distinto a todos los ejemplos antes citados, a cada una de las estaciones del Presidente. No sé si, no obstante, él seguirá colando las más idílicas, como a todos los españoles, a su partido.

Y el presidente, como el coronel de Gabo, tal vez no tenga quién le escriba. Además del juez Peinado.

En fin, que no lo voy a ver.

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