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En mi modestia, no cejo

No es baladí insistir en la necesidad de que no se quiebre la confianza mutua entre el gobernante y el ciudadano. Es urgente restañar las grietas que ya han podido producirse. Es tarea prioritaria

El Rey Felipe VI saluda al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su visita al centro del 112Europa Press

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Los gravísimos hechos acontecidos con motivo de la visita que los reyes de España, acompañados de los presidentes del Gobierno y la Generalitat, hicieron a Paiporta (menos graves y dolorosos, desde luego, que los que le dieron motivo), lejos de avivar la disputa política debieran ser punto final de la misma. Es insoportable.

No carezco de ideología ni simpatías en mi pretendida independencia propiamente partidaria, ni me he abstenido de manifestarme con claridad en tal sentido en esta tribuna de opinión. Pero son otros los derroteros por los que no deseo cejar.

No estoy ajeno al incesante goteo de mensajes que inundan las redes sociales y estoy exhausto de intentar paliar los efectos más tóxicos de unos y otros – que aunque en diferente proporción, me llegan como a todos, en distintos sentidos- mediante corteses y concisas respuestas que pretenden moderar la agresividad del recibido. Me temo que inútilmente.

Es cierto que las noticias veraces y los testimonios y documentos fehacientes, como la cruda realidad para los valencianos, está a los ojos de cualquier observador capaz de contener la emoción e intentar comprenderlo. Es cierto que la compasión está viva en la de los que de alguna manera nos hemos librado de la tragedia. Y es más cierto que la generosidad popular y la solidaridad generacional se ha disparado espontánea y sin condiciones.

Me consta que en el ámbito disciplinar, profesional y académico, se están revisando con rigor antecedentes históricos y modelos teóricos. No sólo de las causas, sino de las consecuencias. Y que existe sobrada experiencia en otros lugares y casos, cuyos procedimientos y resultados están siendo consultados y analizados.

Solía decir el rector Justo Nieto que no hay coartada para la ignorancia, y solía apostillar, ni para la inacción. Por eso -y por mucho más- me duelen en el alma esas banderías que algunos parecen querer hacer prevalecer sobre la razón.

Me siento incapaz de procesar con rigor tanta información sobre la evolución de la catástrofe, gran parte de ella contradictoria, y más aún de pretender una valoración objetiva de la misma.

Pero créanme que confío en el criterio de mis colegas de la ciencia y la cultura, y en su capacidad de leal asesoramiento a políticos de uno y otro color. En la autoridad moral de unos para ser escuchados, y en la ejecutiva de los otros para actuar con eficiencia.

No es baladí insistir en la necesidad de que no se quiebre la confianza mutua entre el gobernante y el ciudadano. Es urgente restañar las grietas que ya han podido producirse. Es tarea prioritaria.

En materia de territorio y vivienda, principales damnificados tras la pérdida insalvable de vidas humanas, existen en la Comunitat prestigiosos expertos y profesionales que, así como las corporaciones que los agrupan, no han dudado en ponerse a su servicio.

Malgastar ese capital humano e intelectual, distrayéndose en peleas partidistas, es un desvarío que no podemos permitirnos. Al igual que en lo social, sanitario, educativo, empresarial y económico. De todo ello depende la recuperación de un estado de bienestar que ha resultado seriamente dañado.

Quiero creer que no soy excepción en este grito de socorro que pretende identificarse con el clamor -y con los silencios también- de las víctimas. Y que no resulte algarabía.