La procesión de San Lewis
Lewis Hamilton se encamina hacia su séptimo título Mundial tras una nueva victoria en Montmeló, donde brilló Carlos Sainz, que concluyó en una formidable sexta posición.
En el fin de semana del Puente de Agosto, el de la Virgen, y con todas las exaltaciones religiosas canceladas a causa del COVID-19, un británico decidió que se iba a cumplir su particular homenaje procesionando a su manera por Montmeló, a bordo de un monoplaza Mercedes AMG de Fórmula 1. Porque el GP de España en Montmeló fue exactamente eso: la procesión de San Lewis, Lewis Hamilton, señor de los seis Mundiales que en un par de meses serán siete. Carlos Sainz, brillante sexto, superó al Red Bull de Alex Albon y acabó pegado al alerón trasero de los dos Racing Point.
Liberty Media debería hacerse mirar, de una vez por todas, en qué quiere convertir la Fórmula 1. Porque carreras como la de Montmeló, y son muchas a lo largo de la temporada, no tienen sentido. De un lado, el dominio abrumador de Mercedes AMG respecto a sus rivales, dejando apenas unos caramelos en el suelo para que antes Ferrari y ahora Red Bull se entretengan, hace que las carreras carezcan de emoción.
A ello contribuye el disparate del suministrador único de neumáticos: es absolutamente imposible que un fabricante, en este caso Pirelli, reparta gomas por los boxes que contribuyan al espectáculo si esto significa que tienen que durar poco, sufrir degradación excesiva, padecer de blistering o graining y no digamos ya poder sufrir un reventón en caso de superar su umbral de utilización, con el coste en imagen que todo ello implica.
Así que las carreras consisten en la salida, en ver si hay alguien, léase Verstappen, que sea capaz de interponerse entre los Mercedes y les complique en algo la vida, y en ver la cantidad de tortas que se reparten del tercero para abajo. Porque ahí sí que está divertida la cosa, que pregunten por la montonera.
El GP de España no fue una excepción: Hamilton salió como un cohete, Bottas como un taxista finlandés y Verstappen aprovechó para colarse segundo. Como el número dos de las flechas otrora plateadas es más inconsistente que un contenedor de blandiblub, el podio estaba decidido en la tercera vuelta.
Hamilton ganará su séptimo mundial, Liberty tendrá por fin un récord que vender, que alguien iguala al Schumacher de la era Ecclestone (al que superará la próxima temporada), y tal vez entonces se deje de estadísticas, libros de registros y demás tontadas y piense de una vez en la competición sobre el asfalto. Los fanáticos del motorsport lo estamos deseando.
Por detrás de la procesión de San Lewis y sus dos capataces, inalterable toda la carrera pese a que durante unas diez vueltas la amenaza de la lluvia creo un microclimax de incertidumbre, los Racing Point volvieron a dejar claro que son dos pepinos pero que en carrera no son tan fieros como los pintan.
Un excepcional Sainz, que ganó sobre la pista al Red Bull de Alex Albon gracias a una buena estrategia de McLaren entre otras cosas, acabó pegado a ellos, pese a la evidente diferencia de prestaciones de sus monoplazas. Un sexto final fantástico, dejando también por detrás a Norris y, lo más importante, sin sufrir problemas en el box.
Leclerc, ay, tuvo que retirarse cuando peleaba como un jabato en mitad de la montonera (y las suyas siempre son gotas de calidad) y Vettel tuvo otro encontronazo radiofónico con Ferrari aunque pudo meter al monoplaza de la Rossa en los puntos pese a una estrategia suicida. Todo eso, en la procesión de San Lewis, el próximamente siete veces campeón del mundo.