Bartomeu y la dictadura de los niñatos
La oportunidad de Bartomeu es única. Pero no se atreverá a librar al fútbol de la dictadura de los niñatos cuando tiene la portería delante, con la pelota botando en la corona del área.
“Estar endiosados es justificable cuando jugamos como Dios”, dijo una vez Jorge Valdano. Pero en demasiadas ocasiones ese endiosamiento acaba transformándose en una injustificable soberbia. El fútbol, ese regocijo que comenzó siendo de fin de semana y que ha terminado por convertirse en cotidiano, no ha escapado de caer arrebatado en ese pecado capital.
El último exponente lo tenemos en Leo Messi y su intento de “espantá” de Can Barça, que habrá que ver cómo acaba. Un tipo que juega (o jugaba) al fútbol como Dios, pero del que todavía no sabemos por qué, llamándose Lionel, le apodan Leo y no Lio.
En todos los años que lleva en la élite mundial, y son muchas temporadas, no ha tenido a bien contarle ese simple detalle a la gente. A su gente. A los que, un día tras otro, veían los partidos que él jugaba, compraban sus camisetas, consumían los productos que anunciaba y se desvivían por un gesto de cariño de su ídolo. Messi siempre prefirió ignorarles y no decir nada. La soberbia del niñato.
La misma soberbia que ahora. Un burofax con perfume a chantaje. Un intento por conseguir una rebaja de su cláusula de rescisión, 700 millones de euros, y poner pies en polvorosa, convirtiendo el contrato firmado con el Barcelona, hasta 2021 y que le hacía el futbolista mejor pagado del mundo (48 millones de euros netos por temporada), en papel mojado.
Una rabieta condimentada con la soberbia de un niñato que se cree por encima de todo: de su club, de la directiva de su club, de los aficionados de su club y de los que son exclusivamente del FC Messi. Pero cuando pasas quince años alimentando alimañas acaban por devorarte.
Decía Julio Cortázar, erróneamente, que solo hay un medio para matar a los monstruos: aceptarlos. Eso es lo que ha pasado en el mundo del fútbol: los clubes han creado, con la complicidad de la Prensa, auténticos monstruos de lo que antes eran simples jugadores, a los que han dotado de más poder que a los propios clubes. Y los han aceptado así: soberbios, exageradamente inhumanos, déspotas y alejados de la realidad, incluso de sus pagadores. Una fábrica de niñatos.
Creo que Bartomeu no es consciente de la oportunidad histórica que tiene ante sí, normal en un presidente innovador en algunas áreas y absolutamente desastroso en el management. Messi, decía, está extorsionando al Barcelona con la amenaza de irse gratis en nueve meses si no aceptan una rebaja de su cláusula para marcharse ya.
Su club, en graves problemas económicos, entre otras cosas por tener que pagar el disparatado contrato del argentino, y aún más agobiado debido a la pandemia, no debería poder permitirse el lujo de renunciar a al menos un centenar de millones de euros.
Pero una cosa es lo que no debería poder permitirse y otra, lo que debería hacer: acabar con la tiranía de los jugadores, de una vez por todas, y convertir al Barcelona en un referente. Acogerse a la cláusula de Messi, sin descontar un euro. Si alguien le quiere, que pague los 700. Y si nadie la paga, que se quede.
Sí, Messi se quedará desmotivado y, como dirían en mi barrio, Chamberí, encabronado. “Una bomba en el vestuario”, señalarían los puristas. Pero no, no sería en el vestuario, sino en la grada. Porque no jugaría ni un partido. Nueve meses entrenando sin balón (porque le mandaría todos los días al gimnasio, a hacer series de sentadillas) y sin disputar un solo encuentro.
Adiós a la selección argentina, a los grandes títulos individuales, a ser imagen publicitaria de nada, a pedir un salario disparatado donde quiera irse tras nueve meses sin jugar. ¿Qué significan los cien millones del salario de Messi para el Barcelona? ¿Es más importante la imagen del club y enseñarle al mundo que con ellos no se juega, o esos cien millones? Sí, la oportunidad de Bartomeu es única. Pero no se atreverá a librar al fútbol de la dictadura de los niñatos cuando tiene la portería delante, con la pelota botando en la corona del área. Lástima.