415 milésimas separan a Carlos Sainz de la victoria en Monza
Menos de medio segundo fue el causante de que Carlos Sainz no se impusiera en Monza, en un Gran Premio divertidísimo con los favoritos fuera de juego.
415 milésimas. Una cuarta parte de un parpadeo, o similar. Ésa es la diferencia que separó al McLaren de Carlos Sainz de la victoria en un divertidísimo GP de Italia. El español, absolutamente fabuloso todo el fin de semana, acabó segundo, pegado a la caja de cambios del Alpha Tauri de Pierre Gasly, y por delante del Racing Point de Lance Stroll. Lo han leído bien: ningún Mercedes en el podio. Tampoco Verstappen. Sin los dos coches negros, los que le sacan segundo y pico a todos los demás por vuelta, la F1 vuelve a ser lo que siempre fue: una fuente de divertimento colosal.
El GP de Italia pudo ser el del primer triunfo en F1 de Carlos Sainz. Tras unos sensacionales entrenamientos libres, tras una velocísima qualy, el madrileño partía tercero y, tras el semáforo verde, aprovechó los habituales titubeos de Valteri Bottas para colocarse tras Hamilton. “Tras” es un eufemismo. Hamilton corre a otra cosa porque Mercedes corre fuera de categoría, por lo que sea, así que Sainz llegó a perder hasta once segundos con el liderato mientras Norris, autor de una sensacional salida con el otro McLaren, hacía tapón por detrás.
Con Bottas atascado en tráfico tras su mala salida y con Verstappen sufriendo en el velocísimo trazado italiano, todo parecía estabilizado a falta de saber si tras el paso por boxes Pérez y Ricciardo harían buenos los pronósticos previos de Sainz y acabarían adelantándose en pista. Pero lo que sucedió fue un terremoto.
Primero, con el abandono de Magnussen: provocó un coche de seguridad que cogió como pardillos a Mercedes y a Alfa Romeo. Hamilton y Giovinazzi entraron en boxes a cambiar gomas cuando el pitlane estaba cerrado y se llevaron un stop&go más diez segundos de penalización que destrozó sus carreras, Sainz era líder.
En la resalida se estampó Leclerc en la Parabólica, con Vettel fuera de carrera por problemas de frenos, desastre Ferrari. La colisión del monegasco, violenta pero sin consecuencias provocó una bandera roja. La baraja se había repartido y el líder era Gasly con Sainz sexto, a falta de poco mas de treinta vueltas para acabar.
Sainz fue una jauría de lobos detrás del conejo Gasly. Se fue sacudiendo a todos los rivales de encima, incluyendo una estratosférica pasada a Raikkonen, soberbia, y comenzó al persecución. Vuelta a vuelta, el McLaren iba reduciéndole la distancia al Alpha Tauri. Una décima por aquí, dos allí, noventa centésimas ahora…
Y al final, a Sainz le faltaron 415 milésimas para hacerse con su primera victoria en F1. Ese mérito se lo llevó Pierre Gasly, el piloto al que Red Bull señaló el curso pasado bajándole del pepino azul como compañero de Verstappen. En la hecatombe de Red Bull, Verstappen no acabó y Albon fue igual de intrascendente que siempre, Gasly le restregó por el morro de los energéticos un triunfo que sabe a bebida sabor frutas del bosque, que dirían algunos.
Hamilton, por cierto, acabó séptimo pese a la sanción. Y Racing Point logró llevar al hijo del jefe al tercer puesto porque, es curioso, a Lance Stroll siempre le tocan las estrategias buenas y al Checo Pérez, las rarunas. Pero si uno se sale del guión impuesto por Liberty, de los Mercedes supervitaminados, este deporte sigue siendo fantástico. Aunque Sainz, por 415 milésimas, no haya ganado. El futuro, sea inmediato de papaya o algo menos inmediato de rojo, le debe ya una.