Athletic Club 0-2 Real Madrid: Injusto campeón
Que los de Ancelotti supieran manejar el partido casi a su antojo era cosa de mala suerte para los Leones.
De manera completamente injusta, sin merecerlo, sin un ápice de grandeza y encontrándose de rebote el título, el Real Madrid derrotó (0-2) al Athletic Club (con goles de Modric y Benzema de penalti) y se hizo con la Supercopa de España 2022 al vencer de manera vergonzante (¿se decía así?) al vigente campeón. Los de Ancelotti habrán ganado, pero demostraron al mundo que están acabados.
Lo que tiene ser campeón sin merecerlo, cuando la nueva moda es perder merecidamente pero demostrando actitud, es que, aunque controles la posesión en el primer tiempo (60-40), remates más (once disparos, tres a puerta, contra cuatro chuts, todos fuera fuera), saques más córners (6-1) y realices más pases buenos (318-204), si Rodrygo decide marcarse un jugadón fabuloso por la banda para dejar un balón franco en la frontal a Modric para que el croata, con el taco de billar, superase a Unai Simón, era algo que debía ser anecdótico y que solo la suerte convirtió en gol.
Algo absolutamente injusto, digno de un equipo afortunado que no sabe a qué juega, y casi ni contra quién ni dónde (la narrativa antimadridista todavía se puede mejorar). No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda rendirse a la evidencia, era un gol injusto porque el Madrid no lo merecía. Seguro que no.
Que los de Ancelotti supieran manejar el partido casi a su antojo era cosa de mala suerte para los Leones. La táctica del Athletic, realmente hundido alrededor de su portero si los de blanco superaban la presión inicial, no tuvo nada que ver. La solidez del triángulo Militao-Casemiro-Alaba era una casualidad, pese a que por su zona no circulara ningún tipo de tráfico rodado, con y sin pagar peaje. Courtois era un espectador por una mera concatenación de casualidades. Y para una que tuvo el Athletic en el primer acto, Sancet apareciendo para golpear, se fue por arriba de la meta del portero belga.
Mientras, Kroos y Modric, esos dos jugadores en edad de ir de vacaciones invernales a Benidorm, eran capaces de saltar los resquicios de la zaga rojiblanca para que los blancos atacasen en situaciones de superioridad. Pero era algo circunstancial, se veía que el Athletic estaba agazapado esperando que su rival cayera de maduro fruto de su impotencia y de su mal juego. Que el Athletic tenía la sartén por el mango se notaba en que Vinicius estaba bien atado y apenas encontraba espacios para demostrar en suelo saudí su reprís y su punta de velocidad.
Si además nada más comenzar el segundo acto, para colmo, el árbitro marca como penalti una mano (despegada del cuerpo) de Yeray, cuando en el primer tiempo el Athletic reclamó otro después de que Alaba, en el suelo y con el brazo apoyado, fuera golpeado en su extremidad por el balón. Que Rodrygo tuviera un papel determinante en la final, con incidencia ofensiva y un trabajo defensivo más que sobresaliente, fue algo inesperado y por tanto uno de esos intangibles que siempre favorecen al mismo equipo, esos chicos de blanco del estadio con grúas.
Ya con el 0-2, con el campeón hincando inmerecidamente la rodilla, algo de justicia iluminó los cielos de Riad, aunque sirvió de poco. El Real Madrid se acogió al antifútbol, a intentar matar a su rival al contragolpe, pillar al adversario a contrapié y a traición para, como los cobardes, ajusticiar al oponente cuando este se encuentra despistado y a otras cosas mucho más gratificantes, como tener orgullo, recuperar la identidad y volver, sea lo que sea eso de volver.
Afortunadamente los dioses del fútbol se ajustaron a la Biblia del Jogo Bonito panenkista, impidiendo que los blancos lograran salidas claras y pudieran reventar definitivamente el encuentro. Así no vale, vinieron a decir. Eso sí, los dioses escriben derecho en renglones torcidos, y dos remates de Raúl García no encontraron puerta cuando si lo hubieran hecho… ¡Huy, si lo hubieran hecho!
La táctica del Athletic estaba dando resultado. El Madrid, con el 0-2, estaba ya vencido. En la jaula. Ya no controlaba el partido y se había dormido. Era el momento. El gol rondaba la portería de Courtois. Más aún cuando, en esa justicia divina que va y viene, una mano de Militao similar, calcada, a la de Yeray, fue vista por el VAR. Pero como Militao era el último defensa, era roja. Expulsión, a falta de dos minutos más alargue. Que Courtois despejara con el pie el disparo desde los once metros de Raúl García fue una página más de que la suerte siempre la tienen a favor estos tíos de blanco. Los 'Supercampeones' de España 2022.
PD: Espero hayan sabido entender la ironía, y que haya escrito esta crónica lo suficientemente entendible para adivinar que estaba narrada en ese sentido.