Berlusconi y su fracasado proyecto de Superliga
Entre 1995 y 2000, el dueño del Milán intentó poner en marcha una competición que disputarían equipos formados por los mejores jugadores de cada liga, con independencia de su nacionalidad.
Lo he contado en alguna ocasión, en algún foro, pero ahora que la las ligas, los clubes y los aficionados está de nuevo en boga, tras el fracaso del primer encuentro entre los nuevos gestores de esa megacompetición (encabezados por el fondo de inversión con que se maneja el Real Madrid) y los stakeholders del fútbol europeo, es buen momento para volver a recordarlo. Entre 1995 y 2000, Silvio Berlusconi, por aquel entonces dueño del Milán, ya intentó poner en marcha una Superliga y para ello mantuvo varias reuniones en su mansión de Villa Certosa, en Porto Rotondo, Cerdeña.
Tengo la inmensa suerte de que trabé una fenomenal amistad con personas que acudieron a esas reuniones. Berlusconi podrá ser lo que quiera, pero sabía que con las cosas de comer no se juega. Así que a esos briefings sardos invitaba a lo más granado: no sólo clubes, también periodistas de renombre, expertos en marketing, presidentes de agrupaciones de aficionados… Era un brainstorming al más alto nivel , aunque sin jugadores: con los del Milán, el club del que era propietario, le valía.
Berlusconi no se andaba con rodeos: su avión privado recogía a los invitados en el aeropuerto más próximo a sus domicilios, les llevaba a Cerdeña, de ahí a la Villa, tarde rematada con cena, regalaba a los comensales la vajilla del ágape con el nombre de la mansión y la fecha del encuentro (así ahorraba en pastillas de lavaplatos, imagino) y les devolvía en sus domicilios haciendo el camino inverso. Todo a gastos pagados. Don Silvio iba, pues, muy en serio.
Berlusconi tenía en mente un proyecto que no se enfrentaba a las Ligas nacionales, y los grandes grupos empresariales europeos estaban deseando que saliera adelante. La idea era sencilla: la Superliga la disputarían combinados conformados por los mejores jugadores de cada liga, con independencia de su nacionalidad. Es decir, una selección de los más destacados de la Premier, otra de LaLiga, otra de la Bundesliga, otra de la Ligue 1, otra de la Primeira Liga… Todos los países europeos divididos en hasta tres divisiones, con ascensos y descensos, y con unos ingresos televisivos descomunales, además de los patrocinadores: cada selección sólo podría ser esponsorizada por empresas de su nación, y el title partner daría nombre a cada combinado. El equipo que representaría a la Liga se iba a llamar 'Iberia' por algo… Una exposición mediática mundial sin precedentes y un ROI que lucía fabuloso.
La competición se disputaría entre semana, y ahí comenzaron los problemas: las competiciones europeas de clubes debían regresar al formato de Copa de Europa, de eliminatorias directas, y despegarse del recién estrenado de la Champions, para liberar fechas. De igual modo, las fechas para selecciones nacionales debían concentrarse en tramos a principio y final de temporada para no interferir en el desarrollo de esta nueva competición, y las Copas nacionales quedaban también para parones ligueros en fin de semana. Demasiado jaleo, demasiadas presiones.
Las aspiraciones políticas de Berlusconi
Al final, no hubo acuerdo entre los stakeholders. Berlusconi, que andaba en periodo de entre guerras, puso punto y final a su idea de Superliga según sus aspiraciones políticas de volver a ser nombrado primer ministro italiano crecían. Todos los asistentes a esas reuniones en Villa Certosa que conocía ya han fallecido, así que espero que sepan perdonarme la indiscreción que cometo al escribir esto.