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Miguel Queipo de Llano

El fin de la generación dorada: el fútbol femenino, de portaviones a bateau mouche

La selección femenina de fútbol se quedó sin medalla en Parísx.com @Claro

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Campeonas del mundo. Campeonas de la Liga de Naciones. Tres balones de Oro... y un fiasco morrocotudo en los Juegos Olímpicos de París 2024. El deporte es cruel. El fútbol femenino español parecía un portaviones, pero en París fue apenas un 'bateau mouche', uno de esos barquitos para turistas que navegan por el contaminado Sena. Un 'bateau mouche' con los cristales tintados, porque no dejan ver lo que pasa dentro. La generación dorada de las Alexia Putellas, Jenni Hermoso, Irene Paredes y compañía quedará para siempre grabada en las páginas más extraordinarias de la historia del deporte español. Pero la sensación de fin de ciclo es evidente. Hay que abrir las ventanas y dejar que corra el aire. Por el bien de todos. Incluso de algunas de ellas.

No es estéril echar la vista atrás y recordar, además de sus maravillosos éxitos, todas las páginas que por motivos extradeportivos han impreso estas supercampeonas. Ser unas excelentes deportistas no es algo que esté reñido con parecer unas pandilleras con ansias de cobrar facturas. Todo siempre fue una guerra. A saber: el motín de las quince; la gestión del pico de Rubiales; la decapitación pública del seleccionador campeón del mundo Jorge Vilda; las que querían ir pero no las dejaban; las que no querían ir, las llamaban y renunciaban; el mal rollo porque a algunas no las hacían el casito que consideraban que merecían; y para acabar, un fiasco olímpico donde no ha habido compañerismo, sino un exceso evidente de malas caras provocadas entre dos de las líderes de la selección por razones que no vienen al caso. O sí, pero mejor 'no meneallo'. Como tantas otras cosas antes y durante.

Periodistas ¿amigos o enemigos?

Dicen los que realmente saben de fútbol femenino que uno de los males que aquejan a esta especialidad deportiva es que la mayoría de los periodistas que se dedican a él son 'expertos' que además mantienen relaciones de estrechísima amistad con las jugadoras. Algo que impide que exista la crítica desde la Prensa. Eso, es lógico, dota a las jugadoras de una suerte de superpoder: creerse intocables cuando realmente no lo son. Porque no lo pueden ser. Porque ser las mejores del mundo no exime de responsabilidad. Todo lo contrario.

No todos los que criticamos, que les vemos venir, somos machirulos. María Escario, la histórica y excelente ex periodista de RTVE, publicó, en su cuenta de X.com, esta reflexión: "Me pone enferma el paternalismo baboso empleado con los deportistas que no han conquistado medalla o alcanzado su objetivo. No es el papel del periodismo". 

Poner paños calientes no sirve de nada. Hay tres jugadoras que han acabado su ciclo en la Selección, por motivos de edad: las anteriormente citadas Paredes, Alexia y Hermoso. Ninguna de las tres, los años no pasan en balde, estará en el próximo Mundial. Dos de ellas además se han visto salpicadas por un asunto que ha dinamitado la convivencia del grupo y que no solo no han sabido arreglar , sino que ha perjudicado a todas las seleccionadas. Su final en la Selección es una obligación, ética y moral.

El asunto, además, no lo ha sabido llevar como debiera la seleccionadora, la asturiana Montse Tomé, aunque hay que reconocer que ha estado atada de pies y manos por esas divergencias internas. Pero también debería ser carne de cañon. El paupérrimo papel de Cata Coll bajo palos en el último tramo de los Juegos ha sido notorio sin que la seleccionadora la mandara al banquillo. En el recuerdo de muchos está su cántico de "puta Real Madrid" celebrando los éxitos de su club, el Barcelona, pese a que algunas de las insultadas son compañeras en La Roja. El empecinamiento en ella ha provocado distensiones en el entorno de la Selección, otro fuego que Tomé no supo apagar.

Puede sonar ventajista, por supuesto, y hay que admitirlo. El fútbol femenino era uno de esos oros olímpicos 'asegurados' y ha quedado como uno de los grandes y sonoros fracasos de estos juegos parisinos. Pero seguir confiando en las supercampeonas es un deber y un derecho que se han ganado. Casi todas. 

Porque mantener hasta el último catre del barco sin tocar nada, cuando hay dos de ellos con las sábanas más que revueltas, sería un error mayúsculo. Nuestro portaviones puede volver a surcar majestuoso las aguas del fútbol femenino. Sólo hace falta huir de una maldita vez del revanchismo, abrir las ventanas y permitir que se oxigene el ambiente. Son una Selección deportiva, no la CIA. En su mano está.