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Miguel Queipo de Llano

Fútbol infantilizado

Vinicius Junior gesticula en el partido ante el Alavés

Vinicius gesticula en el partido ante el AlavésOscar J. Barroso

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No, no me gusta nada el camino que está tomando el fútbol. De tanto exprimir a la gallina de los huevos de oro se les va a quedar una carcasa monda y lironda, sin rastro de carne, que no va a servir ni para hacer caldo. Convendrán conmigo que el fútbol se asienta en dos pilares fundamentales: de un lado los futbolistas, que son los protagonistas directos de lo que sucede en las competiciones y ponen su talento y su físico en juego, y de otro los espectadores, que son los que con su dinero pagan la fiesta y con sus sentimientos apoyan a unos o a otros, creando rivalidades que mantienen la noria girando.

Ya les hablamos en su momento aquí, en ESdiario, de que estos dos pilares comienzan a estar hartos. Los futbolistas, por la sobreexplotación laboral que padecen, poniendo en riesgo su físico. Tanto que hace nada se ha sabido que Raphael Varane, el estupendísimo central francés que fuera del Real Madrid, ha colgado las botas con solo 31 años a causa de la imposibilidad de recuperarse del calvario de lesiones que le asolan y de las que no puede recuperarse debido a la sobrecarga innecesaria del calendario. Los aficionados, porque son los parias de unos señores que, vestidos con chaqueta y corbata como si estuviéramos en 1950, han decidido arrebatarles la libertad, la pasión y el sentimiento desde el sofá orejero de sus despachos.

Rodri Hernández, el jugador que saltó la liebre con el calendario, se lesionó para toda la temporada a las pocas horas de hablar . Un aficionado del Granada ha sido sancionado con 2000 euros de multa y cuatro meses sin poder entrar en un estadio por haber sido detectado, ¡oh, cielos!, tomándose una cerveza en un estadio en su localidad, que no era VIP. Porque si fuera VIP podría apretarse dos botellas (o quince) de un escocés sin riesgo.

Los jugadores tienen nuevo motivo de queja: la normativa que impide que, jugando a 180 pulsaciones, puedan cabrearse por una decisión arbitral que consideren injusta. Si miran mal al árbitro, así como de reojo, amarilla que te crió. El Real Madrid, es cierto, es el que se está llevando la palma en esta nueva vendimia tarjeteril, pero el puritanismo inquisitorial en el que quieren convertir este deporte lo está transformando en un esperpento del que es imposible que cualquier chaval se enamore.

El caso Verstappen

Este pasado fin de semana, Max Verstappen, tricampeón del mundo de Fórmula 1 se cogió un rebote estratosférico con la Federación Internacional de Automovilismo después de ser sancionado con "trabajos comunitarios" porque en una comunicación con su ingeniero a través de la radio de su monoplaza dijo la palabra "jodido". Infantilismo en grado sumo. El neerlandés, 27 años, no se anduvo por las ramas: "Este tipo de cosas también deciden mi futuro. Cuando no puedes ser tú mismo y tienes que lidiar con este tipo de tonterías...". Sus ruedas de Prensa oficiales este pasado fin de semana fueron monosilábicas ("sí", "no", "tal vez", a todas las preguntas) y la amenaza con largarse de la competición es latente.

Los futbolistas ahora no pueden enfadarse en el campo. Ya tampoco pueden intimidar a un rival, intentar engañar a un árbitro, soliviantar a los aficionados adversarios ni decir lo que piensan. Todos sus movimientos son bajo coacción ante la amenaza de ser sancionados por cualquier gilipollez (acabo de ganarme una sanción de la F1, lo siento). Tienen que ser un ejército de monjas corriendo detrás de Benny Hill como los capítulos de su serie de los 70.

Los aficionados pagan más por ir al fútbol que por comprarse un Lamborghini (¡como se entere Sánchez de que ver un Real Madrid-Valladolid sale a euro por minuto de juego en la localidad más barata y tener un Lambo cuatro años sale a 0,17!); no pueden tomarse una cerveza o un café aliñado con coñac en la grada; no pueden entrar al campo con bufandas ni banderas que no pasen controles sociosanitarios impuestos por los maduritos (obsérvese la brillante segunda lectura) que han okupado (otra) los despachos; no pueden intentar ver a su equipo jugar por la tele por el método que sea porque no tener dinero pero querer ver fútbol es, nos lo dice Tebas, ser un pirata; no pueden celebrar los goles porque hay unos señores que para sacar tajada del fútbol han instaurado una estupidez yanki llamada videoarbitraje; no pueden intentar sacar de sus casillas al mejor jugador del equipo rival porque el jugador número doce ahora sólo tiene que ser palmero de su presidente, y nada más (la última lo prometo).

Es un fútbol infantilizado, el del buenismo, fútbol woke, donde los que mandan han decidido que los futbolistas y los espectadores no merecen el mínimo respeto. Los jugadores se plantean la huelga. ¿Y los aficionados qué hacemos, nos seguimos dejando avasallar? Al menos, algunos ya protestan colectivamente por la herejía del fútbol entre semana...

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