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El fin de ciclo de Iglesias: la verdad de su salto a Madrid sin paracaídas

Sólo le queda intentar personalmente frenar esa descomunal ola que se le viene encima el 4-M y amenaza con llevárselos por delante a él y a su formación.

Pablo Iglesias, la semana pasada

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A Pablo Iglesias le gusta arengar a los suyos instándoles a “tomar los cielos por asalto”. Sin embargo, esta vez parece decidido a emprender su batalla electoral, tal vez la última, para no “descender a los infiernos”.

El “enfant terrible” de la política española, que estaba convencido de que el tablero nacional e internacional surgido de la última gran crisis generaba el caldo de cultivo perfecto para llevarle al más alto Poder, ha acabado inmolándose.

Intenta desesperadamente salvar Unidas Podemos. Quedarse el 4 de mayo fuera de la Asamblea de Madrid sería una hecatombe insuperable, la puntilla para su formación, que ya es irrelevante en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía.

Aquel espíritu triunfal del primer Vistalegre y el sueño del sorpasso al PSOE con el que llegó a coquetear en 2016 han acabado con el líder morado protagonizando una pirueta inédita en el tablero público: todo un vicepresidente del Gobierno abandonando el cargo para disputar la presidencia de una comunidad autónoma. De la Champions a la Europa League, valga el símil futbolístico.

El líder de Podemos ya no engaña a nadie. Su objetivo no es asaltar los cielos. Va a pelear simple por no quedarse sin nada

No solo eso. Da este salto en el vacío decretando su propia sucesión, señalando con el dedo a Yolanda Díaz en perjuicio de Irene Montero, en teoría su número dos, y reconociendo que la cantera morada -la ministra de Trabajo pertenece a la ‘cuota IU’- es un erial.

Nada de esto es una sorpresa viendo la decadencia a la que Iglesias ha condenado a su partido en apenas seis años. Purgas, depuración de los disidentes, neutralización de la democracia interna que representaban los asamblearios Círculos, escisiones, traición continuada a los principios fundacionales y crecientes escándalos de corrupción que ya dirimen los tribunales: desde el juez de Madrid Juan José Escalonilla al de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón, desde el Tribunal Supremo hasta el Tribunal de Cuentas. Una carrera vertiginosa por las cloacas.

Iglesias ha envejecido como político en tiempo récord perdiendo sobre la marcha (por unas u otras causas) su principal caudal intelectual y político. Nombres como Íñigo Errejón, Tania Sánchez, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Ramón Espinar, Rita Maestre, Jose María González Kichi o Teresa Rodríguez no han logrado sobrevivir al caudillo morado.

El “todo Podemos” sitúa el punto de inflexión del ocaso de Iglesias en la compra del chalet de Galapagar, que convirtió al “Gran Timonel” en el símbolo burgués que tanto denostó Podemos desde su nacimiento.

Enterró el mantra “anticasta”, que demonizaba por igual al PP y al PSOE, y reveló a muchos desencantados socialistas que habían votado al partido morado la verdadera talla de aquella alternativa al bipartidismo de la “nueva izquierda”. Un clarificador “más de lo mismo” encarnado por un líder que en su primera lista de exigencias puso el control del CNI y RTVE por delante de las políticas sociales.

Fin de ciclo

Ahora, mientras los hagiógrafos de Podemos ensalzan el “audaz” movimiento de Iglesias para dar la “batalla de las ideas” contra Isabel Díaz Ayuso, en los estratos dirigentes de su partido cunde la sensación de fin de ciclo. “Se presenta porque no hay nadie más que quiera hacerlo”, me aclara un asesor de enorme confianza del líder que ha visto cocinar la decisión.

Las encuestas elaboradas estos días son demoledoras: Unidas Podemos no supera el 5% de votos, con lo que estaría fuera de la Asamblea de Madrid. Con un resultado así, Iglesias ya no podría seguir adelante. Sólo le queda intentar personalmente frenar esa descomunal ola que se le viene encima el 4-M y amenaza con llevárselos por delante a él y a su formación. El “macho alfa” de Podemos se considera el único capaz de cambiar el rumbo del Mississippi.

Así que va a gastar su última bala volviendo a traicionar sus postulados. Se impone como candidato sacando del rio a dos mujeres: Isa Serra y Mónica García, la candidata de Más Madrid, a quien ya ha lanzado una primera OPA hostil. En realidad, no se olvide, el ego de Iglesias no soporta ver que su “gran amigo” Errejón sale por delante de Podemos en todas las encuestas de Madrid.

Quedarse fuera de Madrid sería una hecatombe insuperable, la puntilla para su formación, que ya es irrelevante en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía

Y, ninguneando a sus propias bases, impone a Yolanda Díaz empujando a un lado a Irene Montero, a la que todos consideraban su sucesora natural. Por si fuera poco, Iglesias firma otra carambola endiablada para Sánchez.

Busca con su salida reconfeccionar el Gobierno -su relación con el presidente atraviesa su peor momento- mientras se lanza a una batalla cainita en la izquierda madrileña, pretendiendo encabezar un frente común que, más allá de la batalla contra Ayuso, tiene como objetivo erosionar al socialista Ángel Gabilondo.

Pablo Iglesias, tan aficionado a esas series políticas que triunfan en las plataformas de televisión, ha impulsado un enésimo giro que ni los más audaces guionistas hubieran imaginado. Pero el líder de Podemos ya no engaña a nadie. Su nuevo objetivo no es asaltar los cielos. Va a pelear simple y llanamente por no quedarse sin nada.

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