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La frialdad de políticos y banqueros ante el cadáver de Blesa hunde a su viuda

En el primer banquero en entrar la cárcel durante la crisis la sociedad española volcó toda su rabia y lo convirtió en su villano favorito. A su muerte deja tres causas judiciales pendientes

La autopsia ha de determinar si se ha tratado de un suicidio o un accidente.

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Hace años que Miguel Blesa era poco menos que un proscrito, un apestado entre las élites políticas y económicas de este país, las mismas que cuando estaba en la cúspide de Caja Madrid se arrodillaban ante él.

Y ni su muerte, premeditada o accidental -sólo la autopsia nos sacará de dudas-, ha servido para levantar el veto al banquero, estigmatizado en vida y después de muerto por las preferentes, las tarjetas black y la ruinosa gestión de la Caja que después hubo de ser rescatada con más de 22.400 millones de euros públicos ya como Bankia.

Que este miércoles fuera precisamente Miguel Ángel Revilla, su mayor azote en vida, quien enviara a la familia de Blesa el mensaje más sentido sobre su muerte resultó muy significativo. Al presidente cántabro se le ocurrió expresar su "profunda tristeza" y se le echaron encima en las redes sociales.

El silencio y la indiferencia con la que incluso el PP, o sobre todo el PP, recibió la noticia de su fallecimiento ha hundido más a la familia de Blesa y en especial a su viuda, Gema Gámez, al parecer en shock. Aunque no sea más que la consecuencia de su obra en vida. Precisamente -según los testimonios recabados por la Guardia Civil- para ella tuvo Blesa sus últimas palabras. Facilitó al dueño de la finca, Rafael Alcaide, el número de teléfono de su mujer "por si tenía que llamarla".

Miguel Blesa nunca se arrepintió del daño causado

De eso y de su falta de arrepentimiento. Es más. En abril había recurrido ante el Tribunal Supremo su condena a seis años de cárcel por las tarjetas black porque las pruebas habían sido obtenidas de forma ilícita. Y estaba convencido de que iba a ganar.

Apenas Juan Ignacio Zoido por el Gobierno; Cristina Cifuentes por el PP; Íñigo Errejón por Podemos y Toni Ferrer por el PSOE cumplieron con el trámite de enviar públicamente su pésame a la familia. Midiendo muy mucho sus palabras.

José María Aznar, su amigo de la infancia y el hombre al que Blesa le debía su ascenso a los altares de Caja Madrid, no dijo una palabra. Aunque su entorno está deslizando en las últimas horas que el fallecido padeció una auténtica cacería y comparando su caso al de Rita Barberá.

Es cierto que en Blesa, el primer banquero en entrar la cárcel durante la crisis (dos veces, la primera estuvo 4 días; la segunda 15), la sociedad española volcó toda su rabia y lo convirtió en su villano favorito; en la viva imagen de una época de tráfico de influencias, lujo, derroches, pelotazos. Pero no lo es menos que hizo sobrados méritos para ello.

A su muerte le quedaban dos causas pendientes con la justicia, además del recurso de las tarjetas black. Una por las preferentes, aún en fase de instrucción -"un jubilado no es un ignorante financiero", llegó a decir para defenderse-; y otra por los sobresueldos de Caja Madrid, por el que le pedían cuatro años de cárcel.

Jamás reconoció culpa alguna. Jamás se arrepintió. Jamás pidió perdón. Sus amigos -siempre desde el anonimato, para no contaminarse- dicen que estaba como siempre, que no tenía pena ni remordimientos. Por eso no les cuadra que se suicidara.

Aunque como dice Alfredo Pérez Rubalcaba en España enterramos muy bien, Miguel Blesa es la excepción que confirma la regla. Casi nadie le acompañó en sus últimos días. Casi nadie quiere figurar en su libro de condolencias.

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