Rocío y David Flores, víctimas de un culebrón dolorosamente insoportable
Las sentencias, con el óxido del tiempo, se vuelven anónimas. Más que nada porque prescriben, cuando más los de un menor. Lo que han hecho con la sentencia de esta niña es intolerable.
Todos somos el canalla de una historia mal contada. Me prometí no escribir más de este culebrón, de este sainete que se me antoja dolorosamente insoportable, de esa entrevista interminable que es Rocío, contar la verdad para seguir viviendo. Ya no puedo más. Desde la primera entrega, no había visto ningún capítulo. La verdad es que da igual verlos que no, porque ya se encarga la locomotora Mediaset de hacer que no sea necesario. Los programas de la cadena se retroalimentan con este folletín y todos han conseguido su objetivo, que no haga falta seguir este folletín de medio pelo. Podemos saber de el a través de cualquier magazín. Ora Ana Rosa, ora Ya es mediodía, ora Sálvame, ora el Deluxe, ora Viva la vida.
Lo dicho, no puedo más. Después de tanto bombo y platillo anoche claudiqué y, con el corazón encogido, me tragué la octava entrega, esa que han titulado Miedo y que han visto 2.684.000 espectadores, otro éxito de cuota de pantalla, con un 30,2% para la cadena de Fuencarral.
Entre la congoja y la curiosidad, con cierta desgana y repugnancia me senté frente a la pantalla empatizando con Rocío Flores, una joven de 24 años que no merece ser la protagonista de este circo popular, de este linchamiento público que, si no roza la legalidad, por lo menos se me antoja alegal y amoral.
Lleva la pantalla más de 15 días rezumando disputas, pugnas legales que jamás deberían haberse hecho públicas. Las sentencias, con el óxido del tiempo, se vuelven anónimas. Más que nada porque prescriben. Con el paso de los años, los delitos desaparecen, cuando más los delitos de un menor.
Rociíto Carrasco decidió proteger a su hija y solicitó a la productora que obviara las declaraciones más fuertes. A saber por qué. ¿Por miedo a una posible actuación de la fiscalía? Qué sabe nadie. El culebrón se nos presentó ayer en prime time con Miedo, un capítulo reeditado, con 11 minutos y 38 segundos menos. ¿Para proteger a la niña? Pero si ya lo ha contado todo la madre y los medios, pero si ya lo estáis dejando entrever vosotros. "¿Es necesario decir cuantas veces fue golpeada la cabeza de Rocío Carrasco contra el suelo?", decía anoche en su alegato inicial Carlota Corredera. Hasta lo que yo sé, en el primer capítulo Rociíto ya largó lo suficiente como para dejar a su hija a los pies de los caballos, en el centro de la arena, sola. Rodeada de fieras ávidas de sangre, de su sangre.
La hija de la más grande y sus adláteres mediáticos se aferran a que dar visibilidad a una situación así ayudará a abrir las puertas de muchas casas en las que se viven circunstancias parecidas. Los mismos compinches, hablando por la boca de la hija de Rociíto, braman y exigen que Rocío Flores pida perdón a su madre frente a la audiencia. Desde el otro lado de la pantalla se intuye, por lo menos yo lo siento así, que lo único que importa es el perdón, el perdón público, con constricción. El privado no parece que le valga a esa madre que ha confesado públicamente que no está preparada para hablar con su hija y, prejuzga que ella tampoco. Lo cierto es que para lo que sí está preparada Rociíto es para hablar ante tres millones de espectadores. Como también está preparada para decir barbaridades como que esa niña es "la obra maestra de un ser diabólico", "que es el brazo ejecutor de su verdugo". Es lo único que voy a reproducir de lo que vi anoche. Ya lo verán seguro.
Si alguien se cree que airear estas mierdas particulares es la única forma de construir "un futuro sano entre madre e hija", como afirmó anoche mi admirada Carlota Corredera, con la que me gustaría tomarme unos vinos para comprender de dónde ha salido tanta visceralidad, están muy equivocados. Esto no es más que otra brecha insondable que ambas deberán superar. Incalificable, por doloroso, ese arranque con las fotos de ambas bajo los acordes de Blas Cantó y su eurovisivo tema Voy a quedarme.
Todo se cae por su propio peso desde el minuto uno. No olvidemos que hay otra víctima en esta historia con la que su madre tampoco parece estar preparada para hablar. Por lo visto, como situación ejemplarizante todo vale. A mí me asquea. Podemos ejemplarizar de mil maneras distintas, mejores y más sanas seguro.
No puedo con esto, por no hablar de que, tras años de terapia (por motivos muy parecidos), no entiendo la recomendación de los especialistas de esta catarsis vecinal, no entiendo ese apego al sufrimiento y al dolor que no le deja pasar página, que no le deja crecer. No me explico quién, en su sano juicio, le ha aconsejado vomitar tanto odio, desprecio y venganza, tanto que ni siquiera es capaz de enfrentarse a la mirada verde mar de su primogénita. Desde mi sofá sólo siento rencor, despecho, venganza y dolor, mucho dolor.
Por supuesto, de los todólogos, de los acólitos superdotados, de los sabios tertulianos de mesa camilla prefiero ni hablar. Todas las historias tienes tantas versiones como protagonistas. A ellos parece que les da igual. Reniegan ahora del ex compañero con el que seguro se fueron de copas en más de una ocasión. En pro de ¿qué? ¿La audiencia? ¿La justicia popular? ¿la lucha por la visibilidad de los malos tratos? Ojo, que no digo yo que el padre sea un santo. Me temo que en esta historia ninguno lo es. De momento son dos adultos que han robado la infancia a un par de menores, dos adultos que han jodido la vida de sus hijos (perdón por la expresión). Lo de utilizar a los hijos como moneda de cambio en un divorcio es un error que cometemos los adultos a menudo. Ellos no tienen culpa de nada.
"Ella no tiene nada de su abuela. Por no tener nada de su abuela, no tiene ni a la que parió su abuela, porque lo ha decidido ella". No son formas de hablar. No sé, todo esto se me antoja de una crueldad intolerable. Nadie tiene el derecho de prejuzgar, no somos infalibles, dicen que solo Dios lo es. Dejamos que programas como este alimenten la agenda Setting y nos olvidamos de lo que de verdad importa: el empleo, las colas del hambre, la pérdida de calidad de nuestra sanidad, educación y cultura. Así nos va.
Espero que la fiscalía o quien corresponda tome cartas en el asunto, porque hasta lo poco que yo sé, la información de los menores debe preservarse SIEMPRE. Nos aferramos a la mayoría de edad, a esa extraña línea roja que parece abre las puertas del todo vale, una danza enrevesada entre el derecho a la Información (art. 20 de la Constitución) y sus límites reconocidos en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia (20.4 de la Constitución).
Me asquean declaraciones intolerantes que salen de la boca de personajes como Frigenti, Laura Fa o Kiko Hernández. De las de ayer prefiero pasar de soslayo. Que una profesional defienda que esto servirá para que la hija entienda a la madre… Hay que tener mucho cuidado y no escupir al cielo, porque siempre te cae en la cara. Espero que cuando todo esto acabe se desplome todo el peso de la ley sobre aquellos que han atentado contra el honor y la intimidad de una joven de 24 años, cuyo único pecado fue crecer en medio de la batalla campal en la que sus padres convirtieron aquel divorcio. El resto, francamente me importa un bledo. Solo ellos saben lo que han vivido, ¿Quiénes somos los demás para juzgarlos?