La designación exprés de Cifuentes precipita el final del aguirrismo
La presidenta madrileña toma las riendas del PP de Madrid después de 24 horas de locura en el partido. Y hay quien dice que, a medio plazo, ejercerá todos los galones sin piedad.
Cristina Cifuentes ha culminado en nueve meses un viaje para el que, en realidad, se estaba preparando desde siempre, incluso cuando nada hacía presagiar que su futuro se estaba escribiendo en las siete estrellas de la bandera madrileña.
En ese tiempo ha logrado una candidatura, una presidencia y el control del PP madrileño; ese Ejército que un día fue temible y ahora estaba deprimido, como el coronel de Gabo buscando quien le escriba.
Tras la dimisión de Esperanza Aguirre, nadie dudaba de que era el tiempo de Cifuentes. Pero casi todos, incluso ella misma, esperaban en principio una gestora dirigida por un funcionario del PP sin aspiraciones y llegar a la Presidencia en un Congreso abierto, con rivales si hiciera falta a los que ganar con todos los focos apuntando, a celebrar en una de las dos fechas que su equipo ya barajaba: julio o, más probable, septiembre.
Que al final se haya puesto ella en persona al frente de la gestora, con el marianista Juan Carlos Vera de escudero, acorta los tiempos pero no varía el resultado que, en su entorno, daban por seguro desde hace meses. “Lleva mucho tiempo llenando el vacío en el partido con encuentros y llamadas a muchas agrupaciones, la gente del partido la quiere mucho”, afirman.
¿Pero qué ha pasado para que Aguirre dé un paso atrás, en el ámbito orgánico; y Cifuentes uno adelante, antes de lo programado? Lo segundo es más sencillo de entender: nadie mejor que uno mismo para coger el timón cuando la nave sufre boquetes en el casco y el agua entra a borbotones, pues con ello se acaba con cualquier duda o tentación de que, en un escenario menos convulso para Génova –por ejemplo, conservando La Moncloa de un modo u otro-, alguien allí se viera lo suficientemente fuerte como para imponer un control directo en Madrid con una persona de menor peso que la nueva jefa.
No era algo previsible, pues la relación entre Cifuentes y Rajoy es buena y frecuente; pero si el PP no conserva el Gobierno y entra en pánico, nadie es capaz de presagiar hasta dónde llegarían las tormentas.
Menos sencillo de explicar es la decisión de Aguirre, en la que han pesado varios factores. Que no son los dos más citados entre amigos, enemigos y equidistantes: las ganas de atizarle a Rajoy, enseñándole un camino que cada vez más gente quiere en el PP aunque no se atrevan a decirlo; y el temor a que nuevas revelaciones púnicas le hagan la vida aún más difícil.
Sobre esto, la sangre ya ha llegado al río y venga lo que venga, es imposible que afecte a colaboradores de mayor enjundia que los que ya llevan meses en boca de todos. Nada de lo que pueda pasar empeora el caso de Francisco Granados ni la sensación de que en el PP madrileño había demasiadas ratas en el barco. Una losa política que, al no afectar a la honra personal en ningún caso, se limpia dimitiendo. Y a otra cosa.
“Es una decisión para dar ejemplo, pero ante los ciudadanos, no ante nadie del partido”, explican en su entorno. Y con una consecuencia que ahora no se percibe pero, quién sabe, puede tener valor en el futuro. Casi todo el mundo se ha enfadado con Aguirre por distintas razones (desde Génova hasta Sol, pasando por no pocos de sus más leales colaboradores: sus vicesecretarios generales se enteraron por TV y sólo Ignacio González sabía desde el viernes que iba a dimitir)-, pero ella ha conservado su valor político dirigiéndose a quien más le importa.
Quizá ante los únicos que le importan, en realidad, pues como buena killer de la política todos los compañeros son contingentes y sólo ella es necesaria, que diría el personaje de Amanece que no es poco: los ciudadanos, o al menos la parte de ciudadanos que votan al centro derecha y han visto, eso cree ella, una decisión contundente que sostiene su imagen y no la invalida para opinar lo que quiera, donde quiera y cuando quiera. Aunque en el viaje haya cabreado a casi todos de puertas para adentro, especialmente por haberles escondido la dimisión hace semanas de su viejo compañero de fatigas, el ya extodo Ignacio González.
La otra cara del PP
Mientras, las quejas y una evidente depresión se han apoderado de la militancia y los cuadros del PP, agotados de tanto espectáculo y convencidos de que, con Aguirre fuera y Cifuentes al frente, puede empezar la recuperación.
“Tenemos dejado el partido de la mano de Dios”, explica un dirigente popular que conoce como pocos los fogones del PP. “Esto necesita borrón y cuenta nueva”, añade otro, triste por el epitafio de “una gran gestión en la Comunidad” que sin embargo necesita bisturí para recomponerse, cerrar heridas y volver a la carga.
Los más críticos con Aguirre, ésos que sostienen que no es compatible dejar el partido y seguir en el Ayuntamiento, creen que seguirá intentando influir en el Congreso que, antes o después del verano –nunca sin el nuevo Gobierno de España constituido-, se celebrará. Aunque en el propio entorno de la ya expresidenta se descarta esa hoja de ruta y se da por definitivo el abandono.
En lo que coinciden todos es en que el reinado de Cristina Cifuentes es para largo y en que su Gobierno no peligra, bajo ningún concepto, por mucho que en adelante Podemos y la izquierda madrileña vaya a empezar a tratarla a cara de perro. Cosas del mando.
La nueva presidenta por partida doble, que tampoco se enteró de la marcha de Aguirre hasta que la vio en televisión, ha estado 24 horas callada pero, en palabras de un dirigente popular, “fumando en pipa”. Y hay quien dice que, a medio plazo, ejercerá todos los galones sin piedad, incluso con Aguirre si fuera necesario. No está en su agenda a corto plazo y la exlideresa deja corto al gato más longevo en cuanto a vidas disponibles; pero la reflexión sí se ha hecho por si acaso: el puesto de portavoz en el Ayuntamiento de Madrid, se recuerda, es una decisión del partido. Un aviso a navegantes que en la otra orilla, la del PSOE, supuso la sustitución de Antonio Miguel Carmona por Puri Causapié.