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Debate de investidura o sesión de terapia de grupo

En esta primera parte de la investidura se han roto tantos platos que apenas queda vajilla. Los endebles puentes parecen dinamitados. Rivera no ha convencido a Rajoy ni Sánchez a Iglesias.

Rajoy aplaudido por los suyos al final de su discurso.

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La primera parte de esta sesión de investidura ha sido realmente inédita. Nunca antes había comparecido un candidato con la certeza de no ser designado. Siempre hay una primera vez y esta primera vez será difícil de olvidar. La sesión de investidura vivida hasta el momento ha sido lo más parecido a una sesión de terapia de grupo. Se tenían ganas nuestros representantes políticos. No lo disimularon y los desahogos se produjeron a borbotones. La duda es si habrán tenido bastante, si se habrán desahogado lo suficiente.

Pedro Sánchez hizo el discurso que podía hacer. No tenía margen para nada más que agarrarse al pacto suscrito con Ciudadanos. Sánchez no puso pasión ni entusiasmo especial. Según Cándido Méndez fue su discurso “un ensayo para la persuasión”, mientras que algún que otro socialista aseguraba que su constante apelación a la “próxima semana” sonaba a estribillo de villancico. En la primera jornada hubo cualquier cosa menos alegría. La melancolía por lo que pudo ser y no ha sido destilaba por entre las filas socialistas.

La tarde plana del martes fue la víspera de la jornada esperada y aquí sí, aquí vino el desahogo. Lo inició Rajoy con un discurso que entusiasmó a los suyos, que contrarió el gesto de Sánchez y que con la ironía que le es propia desmitificó el acuerdo PSOE-Ciudadanos. Rajoy lo repitió hasta la saciedad: no me he presentado porque no tenía los votos suficientes. Es decir, no tenía los votos del PSOE, imprescindibles para esa gran coalición que el miércoles omitió volver a ofrecer. Ni Rajoy y ni mucho menos el PP quieren dejar pasar el hecho de que si estamos donde estamos es porque los socialistas han dicho no una y mil veces “no ya a acordar. Han dicho no a hablar”.

A Rajoy se le entendió todo y no le faltaba razón cuando se preguntó qué pasaría si el hiciera caso a Ciudadanos y votara a Sánchez y si Podemos hiciera caso a Sánchez y también dieran su voto positivo. Jugar con tantas cartas a la vez y esperar que el juego salga bien no es candor, ni audacia, ni valentía. Es un intento vano de hacerse con prerrogativas que solo de los dioses es propia.

Sánchez, que ha utilizado el nombre de Rajoy como gran cebo para captar el apoyo de la izquierda, reiteró los argumentos conocidos: no ha cumplido con su deber, ha dado la espalda a sus electores y al propio Rey. Rajoy estuvo desplicente. Él y su grupo no pueden olvidar que Sánchez les haya colocado al mismo nivel que a Bildu y Sánchez ha debido de pensar que se pasó porque en las últimas horas ha suavizado su discurso en relación a los votantes y diputados populares. Pero de ellos nada ha querido. El encargado de la encomienda era Albert Rivera, que por momentos pareció más candidato que el propio candidato. Rivera le dijo a Rajoy lo que le tocaba haber dicho a Sánchez. Dijo Rivera que con Rajoy no había limpieza posible en el PP.

Pero el gran desahogo se produjo cuando Pablo Iglesias sacó a pasear su lado más oscuro, su dialéctica más dura, sus descalificaciones más gruesas e hirientes. Rajoy quedó como un querubín al lado de la bárbara locuacidad del líder de Podemos. Maltrató, despreció y vilipendió al PSOE. Los diputados socialistas no daban crédito y más de uno se convenció de que “con estos no hay nada que hacer”. El cuerpo les pedía ir a la yugular. Hubiera sido más que comprensible que Sánchez no se hubiera andado con chiquitas. Sin embargo el candidato estuvo suave, consciente de que no podía romper más platos.

Lo cierto es que en esta primera parte de la investidura se han roto tantos platos que apenas queda vajilla. Los endebles puentes parecen dinamitados. Rivera no ha convencido a Rajoy porque nadie puede pedir al partido que ha ganado las elecciones y que ha sido ignorado por quien aspira a gobernar España que sea más generoso con el segundo cuando este segundo no le quiere ni para respirar. Y Sánchez no ha convencido a Iglesias. ¿Alguien cree que a Iglesias le importa coincidir con Rajoy en el voto negativo? De coincidencias sorprendentes está llena nuestra democracia y ha sido desde las distancias abismales desde donde se han cuajado los grandes acuerdos.

La próxima semana estas jornadas habrán pasado a la historia. Se abre un nuevo capítulo que, o mucho cambian las cosas, o estará lleno de viejos tics. De momento nadie ha ganado. Casi todo vuelve a la casilla de partida salvo Pedro Sánchez, que con toda probabilidad no será presidente del Gobierno, no llegará a La Moncloa pero se ha hecho fuerte en Ferraz.