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El cada vez más intolerante Rivera tiene una complicada pelota en su tejado

La nueva cita con las urnas lleva aparejadas incógnitas por resolver: ¿será Pedro Sánchez candidato?, ¿seguirá Mariano Rajoy?, ¿con quién pactará Ciudadanos?, ¿habrá purgas en Podemos?

Albert Rivera, una incógnita después del 26J.

Publicado por
Carlos Dávila

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Nada va a cambiar para que todo siga igual. Esta, y no otra es la perspectiva de las nuevas elecciones. Pero hay incógnitas por resolver. Primera: ¿la participación del 26 de junio caerá por debajo del 70%; segunda, ¿será Pedro Sánchez el candidato del PSOE?; tercera, si se repiten, más o menos, los resultados de diciembre, ¿Mariano Rajoy abandonará la política?; cuarta; en el mismo escenario anterior, ¿podrá formarse un gobierno tripartito, casi de salvación nacional, entre el PP, el PSOE y Ciudadanos?; y quinta, en la disyuntiva entre el PP y el PSOE ¿a quién elegirá Ciudadanos?

Sintéticas respuestas consecuencia de informaciones y no de especulaciones abiertas: primera, todas las encuestas indican que la participación puede quedar incluso en el 65% ; segunda, al día de hoy Sánchez no tiene garantizado el puesto; tercera, no, Rajoy seguirá pensando, quizá con buenas razones, que no se está mereciendo este trato, por tanto, seguirá luchando hasta la victoria (o la derrota) final; cuarta, no, no se conformará una coalición así, tripartirta; quinta, con toda claridad, Ciudadanos se inclinará por el Partido Socialista. Aún puede añadirse una última afirmación y no una interrogante: sí, los líderes de Podemos se tirarán de los pelos hasta arrancarse sus respectivos y descuadrados cerebros pero nadie piense en una escisión, el Soviet aún no ha declarado oficialmente abierta la temporada de las purgas.

Los líderes de Podemos se tirarán de los pelos hasta arrancarse sus respectivos y descuadrados cerebros pero nadie piense en una escisión, el Soviet aún no ha declarado oficialmente abierta la temporada de las purgas

Por la derecha, la pelota está en el campo de Ciudadanos y su, cada vez más intolerante, jefe, Albert Rivera. Por la izquierda, en el atrabiliario sovietismo de Podemos. Rivera quiere como socio a Pedro Sánchez al que realmente desdeña, al que sirve mientras Sánchez sirva. Y Sánchez, y perdón por la insistencia, sirve ya para muy poco. Los que se piensan vencedores de la primera ronda postelectoral, Rivera e Iglesias coinciden en una sola apreciación; a saber: Rajoy y Sánchez están muertos. Al primero, le quiere rematar un Rivera exaltado cuando habla de la corrupción que rodea al presidente del PP. Al segundo, le acuchillará de nuevo, esta vez con intenciones letales, un visceral Iglesias dispuesto a derrotarle incluso en la calle, en las plazas a las quiere mandar de nuevo a sus tropas desarrapadas.

Ciudadanos, o sea, Rivera, que los demás Villegas, González, Villacís y compañía, son únicamente acompañantes más o menos hermosos y fervorosos, no engaña, lo deja claro a quien quiera escucharle sin hacerse ilusiones. Nunca, es decir, nunca, pactará con Rajoy, ¿y con el Partido Popular? Pues ya veremos, eso depende de ese concepto etéreo, como de plastilina que atiende por “aritmética parlamentaria”. Para Rivera, el presidente en funciones es un político enfangado, preso del chantaje que le puedan realizar sus presuntos (o sin el calificativo) delincuentes: los Bárcenas, Granados, Torres, Cotino y, desde luego, Rita Barberá, a la que Ciudadanos dibuja algo así como una señora emponzoñada de corrupción que debe dar con sus huesos en la cárcel lo más pronto posible.

Rivera, él vende así su proyecto, es el ocupante natural del centro político español, vamos, el Suárez del siglo XXI. Al PP, no a Rajoy al que considera un cadáver más bien carcomido por gusanos repulsivos, le desplaza a la derecha, hacia el conservadurismo rayano en la derecha montaraz. Por eso, si la “aritmética” obliga, él se avendrá a negociar con los populares siempre y cuando, esto es innegociable, sus congéneres asesinen domésticamente a Rajoy. No hay más; de aquí, no se va a mover Rivera. Él no habla de Gobierno más que con ente pura, suele decir el candidato.

Rivera acude a la guerra a toda pastilla, atacando por aquí, por acá y por acullá, con un eslogan: El único limpio soy yo, a los demás les sale la basura por las orejas

Sánchez y Rivera guardan entre sí esa bobada psicógena más que psicológica, que ahora los cursis denominan empatía, es decir, la simpatía de toda la vida pero más afectada, más simuladora de cultura, más engañosa en la práctica diaria. La querencia que le tiene a Rivera a Sánchez es parecida en fútbol a la que un galáctico profesa a un “clase media”, Casimiro pongamos por ejemplo, que nunca va a disputar el puesto a Cristiano. El todavía líder del PSOE debe presumir poco de que tiene un pacto firmado con Ciudadanos porque este partido ya ha dictaminado que los contenidos, los suyos, están vigentes, pero que fuera de ahí no existe otro compromiso.

En teoría lo que más le conviene a Rivera es a que se cumpla la máxima aspiración, hoy por hoy, de Sánchez: virgencita mía que me quede como estoy, que los electores no me insulten con menos de noventa escaños. Este es el muerto que desea Rivera, un muerto al que si un día hay que enterrarle, él celebrará como el colmo de todos los bienes porque ya dijo Jardiel que en este país los únicos que se salen a hombros son los toreros y los muertos. Rivera acude a la guerra a toda pastilla, atacando por aquí, por acá y por acullá, con un eslogan: El único limpio soy yo, a los demás les sale la basura por las orejas.

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