La amenaza que perturba a Albert Rivera: ser tan efímero como Rosa Díez
En La Moncloa, que no son necios del todo, presumen que Rivera, diga lo que diga cara a la Prensa, no le va a ceder un palmo de terreno a Rajoy. Pero el de C´s cree tener un buen motivo.
En La Moncloa no albergan dudas. Con el PSOE, ni a recoger una herencia. Y no porque no se estén cruzando mensajes de unos y otros, y no porque los voluntarios de siempre, esos que normalmente van diciendo: “Esto lo arreglo yo”, no vayan ofreciendo sus servicios. No; sencillamente porque el actual líder socialista odia literalmente a Mariano Rajoy y no quiere verle en los alrededores. Un antiguo dirigente madrileño lo explicaba así: “Es como si yo, bancario de ocasión, que te he quitado un crédito y encima, te he cerrado la cuenta, me tengo ahora que avenir a tratar de nuevo contigo; vamos, que no”.
Y va a ser que no. Tanto es así que a las once de la noche del trágico 26 de junio, aún Sánchez intentaba convencer a sus huestes, sus cuatro o cinco forofetes, que podía salir a los micrófonos y decir cosas como ésta: “Ha ganado el Partido Popular (que no Rajoy), he llamado a su líder para felicitarle, pero hay una constancia cierta: todas las posibilidades están abiertas". Desde algún rincón de España, cuando se enteraron de las intenciones del aún jefe, no sabían si reír o llorar. Más lo segundo que lo primero.
Por eso en ese espectro ambiguo que se suele llamar el “entorno de Rajoy” no se espera ni una sola buena noticia por parte del todavía secretario general del PSOE. Por cierto, una digresión: el llamado “entorno” tiene tres patas: Mariano, la primera; Rajoy, la segunda, y Brey, la tercera. Es posible que ni siquiera esta última sepa exactamente lo que pretende, día a día, la primera. Hay de todos modos en los aledaños de Rajoy, una cierta sorna al referirse a esa especie de heroína americana, de “maga” que, al parecer, llegó a Madrid hace un par de meses, puso la casa boca abajo, y le hizo ganar al PP catorce escaños: “Pero, hombre, si ni siquiera sabía exactamente dónde estaba Lérida”.
Los Girauta, Villegas, Villacís, Arrimadas y demás políticos sin mácula. Tiene gracia: los que más presumen de esta condición, son los que han llegado al rivereño con cuatro o cinco militancias políticas en sus mochilas
Y a lo que íbamos: si de Sánchez no se puede esperar otra cosa que la aceptación esta vez de un café, solo o con leche, ¿qué se espera del otro candidato?, ¿qué se espera de Rivera, el político que desde Barcelona iba a convertirse en le nuevo Viriato del Imperio español? Pues tampoco casi nada. ¿Qué es lo que ha transmitido Rivera? Pues que sí, que acepta que Rajoy ha sido el triunfador de las elecciones y que por tanto a él le cabe el inmenso honor de intentar la formación de un Gobierno, pero poco más. Rivera pretende que el PSOE se moje en la ducha del forcejeo político, y le conceda a Rajoy los escaños que le faltan para mandar con una cierta comodidad.
Y, los de Ciudadanos, a la oposición, para gozar de tribunas de Prensa y para poner al Ejecutivo como un trapo a todas horas. Esto es lo que le aconsejan a Rivera sus tribunos: los Girauta, Villegas, Villacís, Arrimadas y demás políticos sin mácula. Tiene gracia: los que más presumen de esta condición, son los que han llegado al rivereño con cuatro o cinco militancias políticas en sus mochilas. Son los más intransigentes, los que como Sánchez, sencillamente desdeñan a Rajoy, como si fuera su malvada suegra.
Hay alguien, plenitud de belleza, claro está, que ha dicho esto con toda la solemnidad posible: “Yo no me he ido de las oficinas del Gobierno para volver a ellas poco menos que a fregar”. Se trata de una muy reciente funcionaria de la Presidencia del Gobierno que, a cinco días de convocarse las nuevas elecciones, llegó un día a Moncloa, recogió sus enseres y comunicó a sus atónitos colegas: “Me he convertido a la nueva fe”.
Y todo esto no son anécdotas; son categorías. Ciudadanos, y menos aún Rivera, no quieren saber nada de Rajoy. “Mi voto antes a bríos que a Mariano, suelen decir”. El viaje que ha hecho Rivera hasta el momento no tenía como estación término un apoyo, más o menos condicional, al revisor al que quería desalojar del vagón del tren en el que aún se mueve por España el centroderecha. A Rivera le llegaron a convencer de que él podía, de que él, con su oratoria de “college” de un estado americano del Medio Oeste, podía derrotar al corrupto (así le denominan los anaranjados) Mariano Rajoy.
Rivera, diga lo que diga cara a la Prensa, no le va a ceder un palmo de terreno a Rajoy. Y en un aspecto tiene razón: si lo hace, quedará fagocitado como lo que en realidad es: una estrella fugaz a lo Rosa Díez
De aquí todas sus declaraciones, algunas de las cuales ahora no se quieren recordar. Bastaría, de hecho basta, con que todos los memos que siguen insistiendo que lo dicho hasta ahora no tiene vigencia alguna, rememoren aquella sentencia de corredor de la muerte: “Con él PP quizá podríamos hablar, con Rajoy, nunca, esa es una condición inexcusable, que Rajoy se vaya”. Bueno, pues es curioso: en estos momentos que ya empiezan a hacerse largos, los mensajes vuelven a ser los mismos: uno, acusación a Rajoy de que éste no se mueve; dos, hay en el PP sustitutos que sí nos gustan”.
Por tanto, en Moncloa, que no son necios del todo, presumen que Rivera, diga lo que diga cara a la Prensa, no le va a ceder un palmo de terreno a Rajoy. Y en un aspecto tiene razón: si lo hace, quedará fagocitado como lo que en realidad es: una estrella fugaz a lo Rosa Díez, que puede durar lo que todavía duren sus admiradores. ¿Qué quiénes son éstos? Son fáciles de identificar: los que sin creer un ápice en él y despreciarle en privado le han venido apoyando para derribar a Rajoy.
Hay de todo en ese sector: desde banqueros a periodistas pasando por sociólogos que le han engañado (todavía no se sabe a qué precio) hasta convencerle de que él era el nuevo mesías que la derecha viene esperando desde que Adolfo Suárez desapareció de la vida política del país. Así las cosas, o Rajoy gobierna en solitario o, lo siento por ustedes en tres meses, de nuevo a las urnas. Ese es el pescado que se está vendiendo. O no todo: porque otro comercial, el inefable Iglesias ese sí que quiere gobernar. Aunque sea con Sánchez, el de la cal viva.