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Aviso a navegantes: el rocoso Rajoy no va a devolver la popularidad a Rivera

Parece que aún no se han dado cuenta de que el presidente es aún más largo que sus ya legendarias caminatas, resiste como el mejor Nadal, y no se asusta cada vez que le abate un nuevo revés.

Albert Rivera y Mariano Rajoy.

Publicado por
Carlos Dávila

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Hace muchos años que se vivió una jornada parecida en el Congreso de los Diputados. La UCD necesitaba del auxilio de algún grupo andaluz para evitar el referéndum de autonomía regional y, de paso asestarle un golpe al PSOE. Los protagonistas fueron por una parte Rodolfo Martín Villa a la sazón ministro; por otra, el líder del entonces PSA, Partido Socialista Andaluz, Alejandro Rojas Marcos. Antes del rifirrafe, se suponía que oficial y parlamentario, ambos pactaron una serie de preguntas con respuestas pagadas: “Cree usted, preguntaba el centrista, que el Artículo 144 de la Constitución garantiza a su región la máxima autonomía?” y Rojas, con su singular gracejo (e interesado) acento sevillano, contestaba: “Señor ministro, eso depende de la voluntad de su Gobierno”.

Martín Villa se apresuraba a ofrecer el máximo aval de su Ejecutivo, y tras aquella peripecia, UCD creyó, muy equivocadamente, que la consulta (esa que el analfabeto de Iglesias denomina “de independencia”) pasaba a mejor vida. Todo lo contrario: se celebró, Rafael Escuredo, entonces presidente en San Telmo, se puso a media huelga de hambre (ayunaba de día y se forraba por la noche en la impunidad del anonimato), y aquel fue el principio del fin de UCD, de Suárez, y el comienzo de una autonomía, la andaluza que nos ha costado a los españoles algunos billones de pesetas y millones de euros, y, desde luego, la descalificación de Rojas que quedó para los restos como un colaboracionista pesetero.

El espartaco catalán convocaba a los suyos, no sin antes consultar, claro está con Girauta que, con muchos años de militancia en el PP, conoce muy bien a sus antiguos colegas de partido.

Han pasado los años y el cruce de incitaciones entre el PP y Rivera, recuerdan suficientemente aquel episodio. Por la mañana de un día cualquiera de este agosto tórrido, Madrazo, un discípulo de Rajoy, nuevo diputado en sustitución de Alfonso Alonso, avisaba de que su partido aceptaría “todas las condiciones de Ciudadanos”. Dicho y hecho; a toda prisa, el espartaco catalán convocaba a los suyos, no sin antes consultar, claro está con Girauta que, con muchos años de militancia en el PP, conoce muy bien a sus antiguos colegas de partido, llamaba a rebato a los periodistas, y leía un sexteto de “condiciones” y “exigencias” imprescindibles para apoyar ala investidura de Rajoy. Y, de entrada por cierto, se olvidaba graciosamente de la demanda que, hasta la fecha, había sido innegociable: “Con Rajoy, nada; con el PP, ya veremos”.

Lo cierto es que de los seis asuntos planteados por Rivera para la aceptación de Rajoy, todos, incluido la “imprescindible” comisión de investigación para conocer los chanchullos millonarios de Bárcenas están ya amortizados.

Dejando aparte la infortunada calificación de “requisitos” y “reclamaciones” (¿es que no se puede ser pelín más elegante a la hora se sentarse a una negociación?) la tal oferta de Rivera me recuerda a la chusca mención que solemos hacer los periodistas: “Me alegro que me haga esa pregunta”, cuando el colega de turno se ha conchabado con su interlocutor para proporcionarle una ocasión de lucimiento. Lo cierto es que de los seis asuntos planteados por Rivera para la aceptación de Rajoy, todos, incluido la “imprescindible” comisión de investigación para conocer los chanchullos millonarios de Bárcenas y la presunta, aún lo es, financiación ilegal del PP, o están ya sustanciados y amortizados o, como en el último caso citado, se quedarán poco menos que en un desfile de políticos en el que unos, los populares negarán el pecado, como lo haría cualquier infiel (o cualquiera, que hay que respetar el género) sorprendido en el tálamo por su santo o santa,¡por Dios!

Pero, vamos a ver: la reforma constitucional no se puede realizar sin el concurso del PSOE; el despojo del aforamiento, ¿por qué no debe afectar también a los jueces o a fiscales como ese del País Vasco cómplice de Otegui?; el acortamiento de los plazos de Gobierno, ¿no fue ya inaugurado por Aznar?; la imputación (que ya no es tal, sino investigación, ¿no se carga literalmente la constitucional intangible “presunción de inocencia”?); ¿y la reforma electoral?; a la alemana, a la francesa, a la británica? ¿por distritos, por provincias?; los indultos por corrupción ¿no sabe Rivera que se acabaron hace tres años, que el últimos beneficiado fue un militante de Unió enmerdado por el “caso Pallerols?

O sea, todo dicho de antemano. Artificios, dichos, eso sí, con solemnidad bajo palio. Por cierto y además: ¿en quedó la voladura de las diputaciones que Rivera coló al bodoque de Sánchez? ¿en qué una Ley de Educación para la eternidad?, ¿en qué la ilegalización del abominable Estatuto Catalán? Y dos preguntas finales: ¿hubiera planteado Rivera esta chapuza si las elecciones de junio no le hubieran sido tan esquivas? ¿o si las encuestas de las regionales vascas y gallegas no le aventaran un cero absoluto de escaños?

Rivera sigue creyendo que Rajoy es un pardillo que, por necesidad de supervivencia, puede devolverle la popularidad que él mismo se ha socavado. Y no; Rajoy es aún más largo que sus ya legendarias caminatas.

Rivera, crecido aún como los incendios de La Palma, sigue creyendo que Rajoy es un pardillo que, por necesidad de supervivencia, puede devolverle la popularidad que él mismo se ha socavado. Y no; Rajoy es aún más largo que sus ya legendarias caminatas, resiste como el mejor Nadal, y cada vez que Rivera, Sánchez o Iglesias, le estallan una bomba en su regazo, replica: “¿Se ha caído algo?” Puede abrirse la investidura, o acaso no la haya lo cual no sería el desastre que fingidamente profetizan los políticos, pero al día de hoy si Rivera no se moja definitivamente en un Gobierno de coalición, puede, de hecho quedará, como aquel animoso e interesado Rojas Marcos, al que los socialistas le pasaron por encima, poco antes de barrenar un partido, el PSA, que hoy no figura más que en el archivo del Registro de Asociaciones. En este país, cuando alguien va de ufano y trata de imponer sus reglas, se suele quedar al borde del pilón, llorando sus esperanzas perdidas. En Madrid, cuando vas de “outsider”, de telonero, es recomendable no imponer tus canciones; al final, la gente, quiere profesionales, no vestales fingidas.

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