Mi última conversación con Rita Barberá: al colgar supe que la estaban matando
Nadie es inocente en este magnicidio infame. Ni los propios, ni los ajenos. Ahora el llanto indisimulado no puede encubrir la cacería a que ha sido sometida en los últimos meses.
Hace 15 días conversé con Rita. Me dijo: “Resistiré, no he hecho nada malo”. Lo peor: no quería siquiera hablar por teléfono porque, me dijo, temía comprometerme con una afección hacia ella. Cuando colgué estaba impresionado y pensé: a esta mujer le están matando.
Y con toda certeza le han matado. Es difícil hacer ahora una prevalencia de responsabilidades: ¿quién ha sido más culpable? Ya da igual establecer culpabilidades porque nadie, probablemente casi nadie, se salva de la ignominia. Me viene a la memoria una frase evangélica que, más o menos, dice así: “Fue a los suyos y lo suyos no le recibieron”.
Ahí sin embargo no me quiero quedar porque, la verdad, nadie es inocente en este magnicidio infame. Ni los propios, ni los ajenos. Ahora el llanto indisimulado no puede encubrir la cacería a que ha sido sometida. Aún el pasado sábado una televisión la despellejaba por mil euros sin que nadie, nadie tampoco, se atreviera a defenderla. Nadie, menos todavía algunos de los que durante muchos años participaron en los festejos que ella organizaba a mayor honra y gloria de una ciudad, Valencia, que ella recogió en la basura y colocó a la cabeza de las grandes capitales española y europeas.
Por la balconada fallera de la “Nit del foc”, este cronista ha visto pasar a toda España: desde la izquierda a la derecha; toda España. Rita Barberá era una triunfadora y los españoles nos allegamos a los vencedores como las ladillas, sí, las ladillas, a los cuerpos blandos masculinos.
Luego han venido mal dadas y Rita ha sufrido más de lo soportable. Lo último ese paseíllo que hace sólo setenta y dos horas recorrió, con dignidad, a las puertas del Tribunal Supremo donde la esperaba un juez, Conde Pumpido, que en poco más de cuatro años pasó de defender y ocultar las miserias de sus próximos políticos, Felipe González o José Bono, a juzgar las causas de los lejanos. En este caso de Rita Barberá. Esa sí que es una puerta giratoria.
Y bien: vamos a lo gordo. Supongamos que sí, que ella, junto con una decena de sus colaboradores, recaudaron dinero para su partido por el método chapucero de lavar mil euros. Quizá esta suposición nunca más pueda aclararse pero eso, con tener una trascendencia inmensa, ya es lo de menos; lo de más, es la respuesta a esta pregunta que formulo abruptamente: ¿qué político español de alto copete no ha recogido dinero negro para su partido?
El que esté libre de pecado y tenga un átomo de decencia que tire la primera piedra. Todavía tengo en la memoria la imagen de una antiguo tesorero de la extinta UCD (el hombre ya ha muerto también y por eso utilizo la confidencialidad) enseñándonos públicamente a otro periodista y a mí mismo, un maletín de los antiguos que encerraba cientos de billetes de pesetas. Aquel tesorero nos dijo: “Mirad; así pagan las campañas nuestras eléctricas”.
De entonces hasta este momento siempre ha sido igual. Es cierto, porque los es, que alguno de los recaudadores se quedaron en su momento con parte del botín, pero ese no es el caso de Rita Barberá de la que no se conoce una propiedad sobrevenida por la política, de la que no se sabe un dispendio lujoso, de la que no se tienen noticias de un cohecho consciente, voluntario y punible.
Muchos se pusieron de perfil
A Barberá le han matado los más y se han puesto de perfil otros tantos. Estos días han menudeado las declaraciones de algunos de los suyos que, con toda distancia, sin piedad alguna, se han expresado así. “Esta señora ya no es del partido”. Ciertos, entre estos citados, han acudido prestos al lugar de los hechos, a la sede mortuoria de la antigua alcaldesa. Pocos han podido presentarse con la cabeza alta. Alguna dirigente del PP y pocos más, si es que ha habido alguno más.
Creo saber que a la familia le ha sobrecogido más el desdén con que Rita ha sido tratada por los miembros y dirigentes de su partido, que la miserable, repugnante, abyecta actitud de los componente de esa banda de soviéticos indecentes que forma la ralea de Podemos.
Esta actitud dibuja exactamente lo que es la España de hoy: un país en el que el odio ni si quiera ya respeta a los muertos. Pena de España. Se ha muerto, le han matado, una extraordinaria alcaldesa y un ser humano muy considerable. Personalmente me quedo en paz: públicamente traté de protegerla; privadamente, le ofrecí mi apoyo. Ha muerto de un infarto provocado, una figura que tiene sitio en la patología general.