La nueva gran sorpresa para el PP tiene nombre y apellidos: Dolores de Cospedal
En el PP hay refriegas internas que no han emergido de forma escandalosa pero falta apenas un minuto para que comience a bailarse un agitado minué. Cifuentes y Aguirre afilan chuchillos.
María Dolores de Cospedal será otra vez secretaria general del Partido Popular. Hay que recordar aquella sentencia de Rajoy dictada antes del Gobierno de otoño: “Ella será lo que quiera ser”. Pues bien: quiere serlo. Y lo será, aunque resultaría estúpido no plantear una cautela, un obstáculo que la citada tendrá que salvar; a saber, la intención sostenida de la vicepresidenta Santamaría de situar en el puesto a Alfonso Alonso, ministro que fue de Sanidad. Pero, ¿pactó Cospedal con Rajoy su doble cargo? ¿Pactó con Rajoy ser ministra y secretaria general? Todo conduce a una matizada pero inequívoca respuesta afirmativa: no es lo que lo pactaran, es que lo convinieron. Que no es lo mismo. Un día antes de que el presidente anunciara su Gabinete, ambos mantuvieron una larga reunión en La Moncloa. Probablemente allí Cospedal entró como ministra de Asuntos Exteriores y salió como ministra de Defensa.
Quizá el cambio se produjo en el último tramo de la reunión cuando los dos coincidieron también en que resultaba más fácil compatibilizar Defensa que Exteriores. Compatibilizar esa cartera con la Secretaría General del PP. Así pudo fraguarse el acuerdo que, hay que repetirlo, no fue un pacto propiamente dicho porque con Rajoy no se pacta nada. El pone distancia tanto en sus interlocuciones más fáciles como en las más complicadas. Es el maestro de esgrima de la política española, un especialista como desde Cánovas hasta la fecha no se ha conocido otro. Evita, evita y pincha lo menos posible, pero no renuncia a pinchar.
Cospedal ha empezado con un prudente paso de plantígrado su titularidad en el edificio fascistoide del Paseo de la Castellana. Sabe, es de suponer que ya lo ha comprobado, que todas las plantas de ese Ministerio están pobladas de minas antipersona que dejaron instaladas primero Trillo y luego Bono, dos ministros que se entendieron extraordinariamente bien, sobre todo cuando el primero actuaba, más que trabajaba, como jefe de la Asesoría Jurídica del Partido Popular. Como en el chiste del dentista y su pobre paciente, los dos firmaron la convivencia en paz. “Vamos a no hacernos daño, ¿verdad?”, y los dos cumplieron francamente bien con la encomienda: no se hicieron daño. Dejaron sumergidos sus peones y allí siguen. Cospedal se mueve con sensatez y templanza en ese tablero complicadísimo de ajedrez.
A Rajoy lo que nunca se le podrá achacar es que te engaña, es tan hábil que nunca ha necesitado mentir. Su galaica destreza protege su nula tendencia a la concreción comprometida
Y Rajoy observa a todos con enorme sabiduría, sin descomponer la figura, apenas dando pábulo a las quejas o recomendaciones que le llegan de uno u otro lado. El no está para dar explicaciones. Ni siquiera atiende las sugerencias de los otrora “sus amigos”. Por ejemplo: sépase que en los sesenta minutos de conversación que el día de su caída sostuvo con García Margallo, no le ofreció razón alguna para su destitución, que no cese, y Margallo, sabedor de quién es su interlocutor, tampoco se las pidió. Lo único que le podía haber interesado al eterno democristiano es constatar qué papel había jugado la vicepresidenta en el relevo, pero, claro, Margallo no se atrevió a formular una pregunta que, por lo demás tenía contestación pagada.
Rajoy en todo caso no es tan previsible como él mismo se anuncia, quizá cultiva el mito para seguir despistando al personal. Lo más que se puede asegurar de él es que es un hombre negado para las sorpresas. Un cirujano, antiguo colaborador suyo y amigo íntimo del gallego, el doctor Villar, se fue a la tumba no sin antes dejar una frase para mejor conocimiento de cómo es el líder: “A Rajoy lo que nunca se le podrá achacar es que te engaña, es tan hábil que nunca ha necesitado mentir”. Su galaica destreza protege su nula tendencia a la concreción comprometida. Esto lo deben conocer todos los que negocian con él, también los que dependen de él, ministros y dirigentes del PP incluidos. Por eso encierra un particular interés cualquier acuerdo que se cierra con él. Dentro y fuera del partido. Cospedal lo sabe.
Y debe entender muy bien a mayor abundamiento que tiene que continuar su difícil coexistencia con el clan de los jóvenes vicesecretarios, uno de los cuales, Martínez Maillo es estos días “mass topic” en todos los medios de información explicando la ingeniosa fórmula de hacer primarias sin hacerlas que se ha inventado para el Partido Popular. Maíllo es un valor en alza que propulsó en su momento, mismo caso que el de Pablo Casado, José María Aznar pero que ahora se las tiene tiesas con FAES en cuyo seno se ha formado un equipo de guerrilla, que alienta Cayetana Alvarez de Toledo, dispuesto a forzar el regreso de José María Aznar a la política activa. Y es que el regreso al entendimiento y la amistad es imposible. Ya lo advierte un patrono de la Fundación: “Todo entre los dos está mal pero irá peor”.
El Patronato de FAES es el panteón de hombres ilustres en el que sin embargo no todos caminan por la misma dirección. Jaime Mayor Oreja patrocina su propia alternativa con socios tan discutibles como los yunqueros de Hazte Oir, la asociación talibanesca que sigue dando una lata espantosa a la Iglesia Católica. Mayor a lo peor no sabe con quién se las gasta, así que no está mal comentárselo que los de la marginal VOX no le dejan tranquilo.
Lucha a la vista
En el PP hay refriegas internas que hasta ahora no han emergido públicamente de forma escandalosa pero falta apenas un minuto para que comience a bailarse un agitado minué. Cuando, tras el Congreso Nacional, se convoquen los regionales, provinciales y locales la paz empezará nunca por ejemplo en Madrid donde está por dilucidarse la notable confrontación que se ha abierto entre los equipos de Esperanza Aguirre y de Cifuentes.
En la sede general del PP son visibles los sudores que produce una refriega en la que vuelan los cuchillos largos. Así que esto no ha hecho más que comenzar. Al hombre tranquilo de La Moncloa le fatigan este tipo de escarceos que él, según parece, califica de “aldeanos” porque tiene la constancia que el partido que juega este país se dilucida en otros terrenos y sobre todo en el de Cataluña donde todo induce a pensar que el duelo está servido porque los independentistas de medio pelo, antigua Convergencia, y los del pelo sarnoso, los de la CUP, están dispuestos a abrir las urnas aunque llegue al Principado la Guardia Civil.
Ya ven que Rajoy tiene razón: en estas circunstancias de perentoriedad histórica las peleas de patio de vecindad deberían estar prohibidas en un partido serio como el PP. Eso debe quedarse para el Soviet de Podemos en el que las purgas van a dejar en bragas checoslovacas, por su violencia letal, las que realizó el Partido Comunista en la añorada (para Iglesias y sus cómplices leninistas) Guerra Civil del 36.