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Puigdemont se vino abajo y acabó hablando de más en un acto con empresarios

En los mentideros políticos comienza a barruntarse la opción de ofrecer al independentismo como salida una reforma constitucional con algún capítulo dedicado a la especificidad de Cataluña.

Puigdemont y Junqueras, que le tiene bien cogido de las solapas.

Publicado por
Carlos Dávila

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Debajo de una epidermis de templanza, buenas maneras y presunto “seny”, se esconde un auténtico Guardiola, futbolista del Barcelona y de España, y ahora entrenador frustrado de un jeque árabe, un Guardiola intemperante y autócrata que se retrata muy bien en una historia que data 1992. El año, recuerden, de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Guardiola y 21 jugadores más integraban la selección olímpica española que dirigía Vicente Miera. El equipo se resguardaba de la presión ambiental de los Juegos a trescientos kilómetros de la Ciudad Condal, en El Saler, en la periferia de Valencia. Llegó el partido final y la selección debía viajar para enfrentarse en el Nou Camp a Polonia.

Salió la expedición rumbo a aquel estadio y no se habían cumplido más de los cien primeros kilómetros del trayecto cuando el delegado empezó a repartir las credenciales de todos los deportistas, la famosa escarapela que suele ser requisito imprescindible apara acceder a un lugar destacado de los ejercicios deportivos. El delegado repartió los colgantes y cuando Guardiola recibió el suyo proclamó en alta voz con tono disciplinar y muy exigente: “Yo no me llamo José sino Josep y con este nombre directamente yo no juego”.

Los dirigentes de la selección se miraron estupefactos porque el desafío de Guardiola, quizá el bastión principal del equipo, afectaba incluso a la propia celebración del partido contra los polacos. Por hacerlo corto: tras un forcejeo dialéctico escasamente amable, el medio centro ensoberbecido consiguió que el autobús girara sobre sí mismo, a la usanza de cómo el futbolista los hacía en el campo con el balón en sus pies, y regresara para que José se convirtiera a toda prisa en Josep, nombre propio con el que el entonces futbolista de la selección sí se comprometía a disputar el encuentro.

Guardiola se negó a jugar en los Juegos de Barcelona porque en su acreditación estaba inscrito como José

Hubo, bien hay que decirlo, poca resistencia en los compañeros de selección del artista, quizá conscientes de que si se quedaba en el vestuario, el valor del conjunto disminuía en gran manera. De forma que todos aceptaron la exigencia de su colega y sólo quizá Kiko, futbolista del Atlético de Madrid, formuló una medida protesta dicha, eso sí, con el gracejo habitual del jerezano. Guardiola consiguió imponer su sinrazón y al día siguiente un periódico de Barcelona, glosaba la peripecia asegurando que “Guardiola afirmó su condición de catalán en el equipo español”.

La selección se proclamó campeona olímpica en un estadio poblado como nunca más, con una vorágine abrumadora de banderas españolas. Guardiola jugó después 47 partidos más con la selección absoluta de fútbol y cobró por ello sustanciosas primas.

Nunca hizo valer su “nacionalidad” catalana y nunca formuló ningún veto a integrarse en el equipo español como en su momento hizo su compañero del Barcelona, un tal Oleguer, nacido Olegario, que se negó a acudir a una convocatoria de Luis Aragonés, y también un defensa más bien pésimo del Compostela de nombre y apellido que no hay por qué recordar, que le advirtió públicamente al seleccionador que no contara con él porque solo se reconocía como gallego.

El seleccionador de entonces, preguntado al efecto, le replicó: “No tengo la menor intención de llamarle”. Guardiola jugó cuanto quiso con España pero en la Federación de Fútbol se sabía que su compromiso era puramente monetario, “profesional” según él repetía. Un periodista que trabajó bastante tiempo en dicha Federación, solía recordar: “Guardiola venía y parecía siempre que nos estaba haciendo un favor”.

O sea que, antes de convertirse en lector con tonillo del manifiesto sedicioso de los separatistas catalanes, Guardiola ya tenía mucha bibliografía presentada en el antiespañolismo. Más aún que el pobre Puigdemont del que me apresuro a relatar otro sucedido.

En el muy reciente cónclave organizado por el Círculo de Economía de Cataluña, círculo por cierto partido en dos por la rabia independentista del cabecilla Colomer y otros empresarios fuguistas, el aún presidente de la Generalitat sorprendió en primer lugar a todos los presentes con un alegato que le habían escrito sobre las nuevas tecnologías que según la respuesta no gozó del menor interés de los presentes ya que ninguno le formuló pregunta alguna.

Puigdemont se movió en aquel ambiente como un pulpo descolocado, pero tuvo tiempo para departir con algún empresario comprometido con el “Cercle plural” y también con ciertos políticos de Cataluña y de Madrid. Alguno de ellos recibió con bastante estupefacción un requerimiento explícito del “president”, Pidió casi en voz baja Puigdemont: “Dadnos una salida”, frase enigmática que puede interpretarse como la petición de un náufrago que implora un salvavidas para mantenerse en el agua.

"¡Dadnos una salida!", imploró recientemente Puigdemont a su interlocutor en un foro de empresarios

Seguro que a estas fechas el Gobierno de Mariano Rajoy y también los líderes de los partidos constitucionalistas (excluyo conscientemente de esta categoría institucional a los barreneros de Podemos) están estudiando la contestación conjunta a esta oblicua petición de Puigdemont y no hay descartar, ni mucho menos, que antes de la proclamación de verano oficial en este país, Partido Popular, PSOE y Ciudadanos, ofrezcan la “salida” que el presidente de la Generalitat ha solicitado.

¿Cuál sería ésta? Pues con todas las cautelas del mundo, el cronista se atreve a adelantar que se podría tratar de una reforma constitucional en la que cupiera algún capítulo dedicado a la especificidad de Cataluña. Esto es lo que hay; por ahora, no hay más. Sí se puede afirmar que en estos momentos se están empezando a producir movimientos partidarios y suprapartidarios que viajen en esta dirección, una de las estaciones del plan podría ser la aparición de Puigdemont en el Congreso de los Diputados, presencie que antes resultaba imposible y actualmente no parece descartable.

Si todo esto sucediera, si todos ganáramos tiempo, a lo peor el sedicioso Guardiola seguiría viajando con pasaporte español, más que nada porque ese documento le vale para volver de nuevo a Qatar, un emirato ahora mismo tildado de cómplice de los terroristas del Daesh, del que se llevó buenos dineros, sin reparar en su autoritarismo y sin que le crujieran las entrañas por trabajar para un país de este jaez.

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